—Apenas podía escuchar el ruido del tren, mientras viajaba de regreso a casa. Los latidos de mi corazón parecían ensordecerme, “mi dulce Candy, pronto te veré” ese pensamiento me estremecía, y ponía una sonrisa en mis labios, debí verme tonto en más de una ocasión, pero no me importaba. Apretaba fuerte, las perfumadas flores que llevaba para ella. Siete de mayo, que mejor ocasión qué su cumpleaños, para decirle a mi esposa lo mucho que la amo. Hace apenas un par de semanas que por cuestiones de trabajo tuve que viajar. “¡Dios, que nervios!” “Candy, su carita llena de pecas, es en todo lo que puedo pensar” incluso me parecía verla sonreír en la ventanilla del vagón, cada vez que sucedía, mi corazón se aceleraba un poco más. “¡Vamos, Albert! ¿Cálmate, quieres?” Al fin anunciaron la estación en la que debía bajar, y justo allí estaba ella, esperándome, como prometió hacerlo. Adoré el hecho de haberla visto antes que ella a mí, mientras el tren se detenía, la miré buscarme entre los vagones, con su mirada, sentí como si fuera en cierta manera,una confirmación de sus sentimientos.
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—¡Candy! —¡Oh, Albert, Albert, Albert...! —“Mi amada Candy, siempre la misma, amo su habitual alegría, en más de una ocasión le he dicho que basta una vez que diga mi nombre para que yo la escuche, pero la verdad es que me enloquece cuando repite mi nombre, como si no hubiera otro más en este mundo” Querida, gracias por venir a recogerme. —Estoy tan feliz de tenerte de regreso conmigo, es el mejor regalo que podrías darme. —Y sabes que no será el único.
Albert y Candy subieron al automóvil, mientras ella lo esperaba en la estación, en su casa a orillas del río Avon, las mucamas y el mayordomo, hacían los preparativos según se los había pedido Albert, para sorprender a su amada esposa. Mientras eran conducidos hasta allá, Candy no pudo evitar extrañar a sus madres y hermanos del orfanato, hacía ya algún tiempo que junto a su esposo, habían cruzado el océano para establecerse en Europa.
—Sé cuánto deseas ver a tu familia, cariño, haré lo posible para que te reúnas pronto con ellos, también debo ir a supervisar que las obras de remodelación hayan quedado tal como quería. —Confío en tu palabra mi amor, estaré dichosa de regresar a mi hogar, a mi familia y a nuestra colina. —“Nuestra colina, sí, fue justo allí donde le revelé a Candy, que yo era aquel mismo chico, del que nunca desprendió la esperanza de volver a encontrar, su adorado príncipe, aún no puedo evitar sentir esos escalofríos que recorren mi espalda cada vez que la recuerdo llamándome así” —Albert aferró a su esposa a él, posó un beso en su pecosa frente, ella se dejó mimar dócilmente.
Un rato después llegaron a su casa, todo parecía normal dentro de ella.
—¿Te parece bien, si te pones más linda esta noche, tengo algo preparado para ti? —¡Está bien querido, me parece genial!
Candy estuvo lista en poco tiempo, una mujer de belleza extraordinaria, atrás había quedado la chica de coletas, su belleza impactaba cada vez más a su esposo. Su cabello con un peinado moderno de su época, iba bien con el sensual vestido verde esmeralda, que a su vez resaltaban más sus bellos ojos del mismo color. Buscó a su amado, per él se encargó de dejarle pistas para que ella llegara a la terraza, que sería su punto de encuentro. La noche era fría como lo son todas las noches en Escocia. Pero en el interior de los rubios los poseía una sensación cálida.
—¡Feliz cumpleaños mi amor! —¡Oh, Albert! He quedado sin palabras, todo luce hermoso, los arreglos florales, la mesa se ve magnífica, ¡Gracias por consentirme de esta manera! —No me lo agradezcas, tú lo haces posible y para mí, todo parece poco para demostrarte lo mucho que te amo. —Entonces extendió su mano, haciéndole una clara invitación a su esposa para bailar. Ella aceptó de inmediato. Él la atrajo pegado a su cuerpo y ella reposó su cabeza justo en el pecho perfumado de su marido. Bailaron unas cuantas piezas, el ambiente romántico que creaban era sin igual. La cena fue exquisita, el postre fue el favorito de Candy.
—Ha sido una velada increíble, Albert, te amo. —También te amo, siempre ha sido así, Candy mi pequeña, la enfermera que no solo sanó mi cuerpo y memoria, sino que también sanó mi corazón de la desesperanza, y me enseñó a amar como no sabía que se podía, me alegro de tenerte aquí conmigo, con estos hermosos narcisos como testigos de nuestro inmenso amor. Mi amada señora Ardlay, aun hay un regalo más que quiero darte. Cierra los ojos por favor. —Albert tomó a Candy de la mano y cuidadosamente la condujo a la sala de estar, le pidió abrir sus ojos, frente a ella estaba un cuadro que retrataba perfectamente el hogar de Pony, visto desde la colina. Ese regalo la conmovió hasta llorar, pero sus lágrimas eran de alegría, extrañaba tanto el hogar de Pony, que aquella pintura casi le hacía ver a su madres y hermanos en las faenas del orfanato, para hacer más grande su alegría, se dio cuenta que el cuadro fue pintado por uno de los niños que ella cuidaba.
—Es un regalo perfecto, mi amor, si lo observo, me parece estar de pie en la colina y ver el hogar de Pony, hasta puedo escuchar a las hermanas llamándome, simplemente es maravilloso, como todo lo que tú me entregas, haces que mis días sean especiales. —Nunca mereciste menos que eso mi amor, ser yo quien te haga feliz, quien te ame hasta el alma, es mi felicidad también, no tendría una manera mejor de vivir.
Los esposos Ardlay se retiraron a su habitación, se entregaron con dulce pasión, sin imaginar que esa misma madrugada, fruto de su gran amor, le darían vida a un maravilloso ser, que pronto llegaría para hacer aún más grande su felicidad.
