Coulrofobia

767 34 4
                                    

Todo empezó años atrás, cuando Pablo tenía seis años. Un viejo y famoso circo llegaba a la ciudad y por las calles los niños no hablaban de otra cosa que no sea el ansiado show. Leones, magos, acróbatas, payasos, un mundo lleno de magia y alegría se albergaba en los corazones de los pequeños que emocionados hacían una larga fila junto con sus padres para poder ingresar a la gran tienda, iluminada por luces de todos los colores y banderines que flameaban fervientes al viento. Y entre los primeros estaba Pablo y su madre, nunca había estado en un circo, pero había oído historias maravillosas sobre ellos y desde que supo que uno venía a la ciudad ansiaba sentarse en las primeras butacas.

Y así fue, en primera fila el niño junto a su madre observaba cómo se iba llenando poco a poco la gigantesca carpa entre gritos de emoción y todo tipo de risotadas de nenes. De pronto las luces se apagaron y comenzó a sonar una música divertida que llenó todo el lugar, una luz muy blanca se proyectó sobre un telón rojo de donde salió un hombre con un gran sombrero y un traje tan brilloso que la luz que se refractaba en él parecía conferirle un resplandor propio, era el presentador que daba la bienvenida al público e inicio al show.

Pablo estaba maravillado con todo lo que veía, todo lo que había oído le parecía poco ahora frente a él, a los ojos de un niño era un universo cargado de magia e ilusiones. El presentador anunció luego que venía el número de los payasos, Pablo jamás había visto uno en persona y su corazón se hinchaba de felicidad al saber que finalmente podría verlos. En seguida salieron tres payasos que a los tropezones y golpes arrebataban infinidad de risas entre los espectadores. Cada uno llevaba varios globos que comenzaron a repartir entre los niños del público. No tardó en acercarse uno hasta la butaca de Pablo, el cual se paró frente a él en actitud cómica, escondiendo su rostro detrás del conjunto de globos amarillos que sujetaba en la mano. El niño lo miró sonriente y ansioso porque le diera un globo. Pero cuando descubrió su rostro, lo que Pablo vio no era para nada lo que esperaba. El payaso se acercó a él sonriendo a grandes carcajadas. Era calvo, de piel blanca, con un bonete apenas inclinado hacia la derecha del cráneo, tenía una nariz roja, su boca estaba contorneada con pintura roja como si fuera una gran sonrisa y una lágrima azul pintada en la mejilla izquierda. El niño se quedó rígido mirándolo como si de la más espantosa aberración se tratase. El payaso sonreía a pocos centímetros de su cara, su boca era gigante de dientes largos y amarillentos en partes rotos, su risa aguda, que llegaba a los oídos de Pablo como el sonido más horrendo que oyó en su vida, emanaba un aliento repugnante mezclado con olor a tabaco y alcohol, y la música circense de fondo parecía atenuar aún más el ambiente tétrico de la situación. Sus ojos azules se abrían inmensos dejando el iris redondo de pupilas grandes en el centro blanco del globo ocular plagado de irrigaciones sanguíneas. La cara del niño se transformó poco a poco, el aspecto horroroso de lo que tenía en frente no era lo que imaginaba que sería un payaso, era más bien un monstruo endemoniado que lo miraba como esperando que el pequeño sonriese. Pero Pablo no rio, estaba petrificado del horror, no podía quitar la vista del espeluznante payaso, quien le tendía la mano acercándole un globo. Al no encontrar respuesta por parte del niño, se lo pasó a su madre y siguió su recorrido por otras butacas.

Ya no disfrutó del show, toda la magia y la alegría que aquel lugar infundía a su alma se transformaron de golpe en pánico y desesperación, ya no veía una tienda llena de colores, ahora era un infierno detestable plagado de demencia. Cada cosa que Pablo veía le daba miedo, cada sonido lo alteraba, cuando apagaban las luces temía que al volver a encenderlas se encontrara aquel demonio sonriente frente a él. Odió el circo, odio todo lo relacionado con él, pero por sobre todo, a partir de ese día odió más que a nada en el mundo a los payasos.

Y así fue creciendo marcado por aquel suceso que generó en él una fobia insoportable por estos seres. Nunca quiso fiestas de cumpleaños, evitó todos los festejos a los que se lo invitaba, como así también parques de diversiones o cualquier lugar que pudiera albergar a su siniestro enemigo. Su espíritu llevaba una marca irremediable que sin saberlo fue germinando en él la semilla de una oscura demencia. Cada noche lo atormentaban sombrías pesadillas en la que veía aquel rostro malvado acechándolo.

Ya con veintisiete años y cansado de lidiar con sus miedos, un día decidió enfrentarlos para poder dormir tranquilo y ya no tener que ser el centro de las burlas de sus conocidos. Hacía dos años que Pablo vivía con su novia, mujer con la que esperaban un hijo. Un día le pidió que le pintase la cara tal como la tenía aquel payaso que había visto en el circo, y así lo hizo. Sin verse el rostro, se dirigió al baño mientras su mujer agotada por el día de trabajo iba directamente a la cama. Su intención era verse la cara maquillada en el espejo y comprender que era sólo pintura y nada más, así como él era una persona normal pintada de payaso, cualquier payaso que viese era un hombre común y corriente y no un monstruo demencial. Sin encender la luz se paró frente al espejo sin poder ver nada más que la oscuridad del baño, apoyó el dedo sobre la perilla de la luz y sintió que su corazón se aceleraba un poco, “¿qué puedo temer? si sólo se trata de mí, debajo de ese rostro de payaso estaré yo” se decía dándose valor para encender el foco. Hasta que finalmente lo hizo, presionó la perilla y ante él apareció el payaso, el espanto que lo invadió fue muy superior al entendimiento de que era él quien estaba reflejado allí. Desesperado se frotó las manos por la cara en un intento fallido de removerse la pintura y luego cerró los ojos apretándolos fuertemente, todo su cuerpo temblaba del terror. Volvió a abrirlos un instante después y se quedó mirando fijamente al espejo, su palpitar volvió a la normalidad y el tembleque desapareció, esta vez sonrió, sonrió frente al payaso que lo había atormentado toda su vida, y rio fuerte, muy fuerte. Pero su mirada ya no era la misma, ahora se vislumbraba en ella cierta lobreguez, algo no estaba bien en Pablo, como si aquella semilla que implantase ese primer payaso en él, ahora fuera una planta que daba sus frutos negros cargados de jugosa locura.

Su mujer que estaba acostada se preocupó un poco al notar que demoraba, pues ella muy bien sabía lo que el miedo generaba en él a pesar de que otros lo minimizaban en bromas, pero al oír las risas desde el cuarto, se tranquilizó e incluso se alegró de que se lo tomara para bien, por lo que se puso de lado y cerró los ojos dispuesta a dormir. No pasó mucho tiempo cuando oyó la puerta abrirse y entrar a Pablo a la habitación, sin darse vuelta ni moverse la dama siguió igual sin siquiera abrir los ojos. Pero la luz jamás se encendió, tampoco oyó a Pablo acostarse, ni moverse por el cuarto como tampoco salir de él, cosa que le llamó potentemente la atención, por lo que encendió la lámpara junto a la cama. Y vio a su novio allí de pie junto a ella, mirándola fijamente, sonriendo con una risa que iba de oreja a oreja, se sentó en la cama preocupada pues más allá de la extraña situación la asustó el aspecto que tenía Pablo, se había rapado la cabeza completamente, tenía la pintura roja de la boca corrida, también la parte blanca de la cara en partes movida por las manos y en partes chorreada con la transpiración, los dientes estaban manchados de tinte rojo también. “¿Te sientes bien, Pablo?” le dijo ella con un semblante de preocupación, a lo que él respondió con una voz picaresca y chirriante “mejor que nunca querida, pero yo no soy Pablo”, al instante desenfundó un cuchillo de cocina de su pantalón y abalanzándose sobre la mujer la apuñaló varias veces en el estómago, cuando ésta no fue más que un desalmado cadáver sobre la cama enrojecida, el payaso maniático tomó la sangre fresca del estómago y le pintó una boca roja sonriente de payaso, y mirándola a los ojos sin vida le dijo “¡¿no ves que quiero verte sonreír?!”.

Armado con un chuchillo, vestido con un pijama ensangrentado y la cara mal pintada, el monstruo se perdió en la ciudad buscando hacer reír a las personas, entre gritos de horror y diabólicas carcajadas que resonaban como ecos lejanos por los callejones, bajo la noche iluminada por las estrellas cual luces de un circo sangriento.

Terror psicologicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora