Había una vez una pareja muy reconocida en un pequeño pueblo, esta pareja se caracterizaba por su pobreza, humildad y el amor que había entre ellos. Todos los ciudadanos del pueblo sabían que eran la pareja definitiva, les llamaban la “Pareja Perfecta”, cuando veían a uno sin el otro pensaban lo peor. Vivian en una pequeña casa, solo con lo que necesitaban para vivir.
Iban siempre donde una sacerdotisa que predicaba la palabra de Dios, ambas iban juntas donde aquella mujer. - ¡Angie!, llamaba la pareja a la sacerdotisa. - ¡Pasen! respondía, sabía que era Domingo y la pareja vendría a su hogar. Angie, comenzaba a predicar la palabra de el Dios, lo hacia con tanto amor y tranquilidad, que la pareja parecía unos niños cuando les cuentas historias. - ¿Así que el amor que le debo de tener a Dios debería de ser más grande al que le debo de tener a Tenko?, pregunto una de las que conformaban la pareja. - ¡Debería de ser así Himiko!. – Pero, yo no quiero, quiero amar mas a Tenko que a Dios, le respondió nerviosa a Angie. A Angie no le gusto nada así que dijo:
- Mira Himiko, sin nuestro Dios no somos nada, el nos da todo, ¡te ha dado a Tenko!, porque sabe que
te haría feliz. Mira a Tenko, es humilde, devota, ama y es una campesina de admirar. Tenko estaba en silencio, es cierto lo que Angie mencionó, tenía buenos rasgos físicos y psicológicos. Tenía una gran espiritualidad y era vista de buena forma ante la sociedad. - ¿Para que quiero a Dios si tengo a Tenko?, es perfecta, menciono Himiko con alegría. - ¡DIOS ES SÚPERIOR, CUANDO TENKO MUERA POR TI Y DEMUESTRE QUE ES PODEROSA, SERÁ DIOS!, gritó Angie muy desesperada, se sentía ofendida por el comentario de Himiko.