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Nota de la autora: Esta historia tiene lugar aproximadamente dos años antes de la noche más brillante, cuando nacen los dragonets de la profecía.

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Mortífero era un dragonet que seguía las órdenes.

Lee este pergamino, barre esta cueva, atrapa ese pez, mata a este prisionero molesto - fuese lo que fuese, lo hacía sin hacer preguntas.

(Bueno, había querido hacer unas preguntas sobre el prisionero. Como: ¿Por qué alguien llevó a un dragón de lodo al hogar secreto de los dragones nocturnos en primer lugar? Claro que tenía que morir; no podían permitir que nadie supiera donde vivían. Y ¿por qué hacer que un dragonet de cuatro años lo matara? Había muchos guardias Alas Nocturnas que habrían sido feliz de seguir esa orden en su lugar. Pero esa fue su tarea, así que claro que lo hizo, lo más rápidamente y nítidamente que pudo.)

La obediencia a los mayores: esa era la lección más importante que un Ala Nocturna joven tenía que aprender. Además, lealtad a la tribu y cómo mantenerlo en secreto.

Pero su nueva tarea era un poco... confusa.

—¿Quieres que yo espíe a la reina? —Mortífero ladeó la cabeza y miró a Reflejos, la dragona que le había enseñado a él todo lo que sabía—. ¿Nuestra reina?

—Si está allí —Reflejos respondió—. Me voy a reunir con Grandeza en una hora en la sala del consejo, y quiero que te coles y escuches, si puedes.

Mortífero no estaba seguro de cómo sentir sobre esta orden. Complicó su idea de quién estaba a cargo de él.

Por otro lado, Grandeza en realidad no era la reina; era la hija de la reina y su portavoz. Nadie había visto a la propia reina Triunfal desde que había desvanecido repentinamente de la vista del público unos meses antes. Quizá estaría allí, escondida y escuchando, pero quizá no.

Y puede que esto fuera una prueba, y de hecho la reina supiera de ello. Reflejos siempre tenía razones más grandes detrás de sus órdenes, aunque parecieran misteriosas. Además, ¿qué otra opción tenía? ¿Desobedecerla? No era probable.

—Sé lo más sigiloso como puedas —Reflejos dijo antes de darle la espada—. Y reúnete conmigo en tu cueva de dormir después.

Mortífero se dirigió directamente hacia la sala del consejo, dándose tiempo para evitar a cualquier dragón que montara guardia. Las sombras se lo tragaron, negro en negro, y él mantenía las alas plegadas para esconder la salpicadura de escamas plateadas brillantes bajo de estas.

Se dirigió a través de un túnel que desembocó debajo del Ojo de la Reina, y luego se deslizó por la pared hacia la cueva más cercana. No había forma de saber si la reina estaba allí, vigilándolo a través de su rejilla de piedra, pero por si acaso, se mantenía alejado de su línea de visión. Se metió en un rincón muy profundo, notando la roca sobre la espalda y la cola.

Se sentía que habían pasado unas horas antes de que al fin escuchó pasos acercarse a él. Pero había practicado esto con Reflejos también: quedarse completamente quieto, sin importar cómo ardían sus músculos.

—Más vale que haya una razón para todo esto —gruñó una voz macho profunda. Mortífero no estaba seguro de quién era.

—No tienes que estar aquí —soltó una voz hembra. Eso era fácil; después de todo, Mortífero había estado escuchando a la voz de Reflejos desde que se eclosionó—. Grandeza, esto es asunto de usted, yo y la reina. Nadie más.

—Oráculo es uno de los consejeros más leales de la reina, y esta quiere que él sepa de cualquier cosa que podría afectar la profecía —Grandeza contestó. Siempre sonaba un poco nerviosa, como si no estuviera segura de que alguien fuera a creer nada de lo que decía.

Winglets #2 - AsesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora