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Elio está en el piano, tocando la melodía favorita de sus padres; esa canción lenta que escucharon una vez en la radio y nunca dejaron de buscar hasta darle un nombre. No lo recuerda, y trata de hacerlo porque su padre la tararea y posa su mejilla en la cabeza de él. Es como si nunca se hubiera ido y lo tuviera a su lado, parecido a cualquier fin de semana, donde solo se la pasaban tocando música, leyendo o viendo una que otra cosa en la televisión a la que a cada rato se le iba la señal.

Pero, no estaban las risas de su hermana, ni el tarareo de su madre que siempre acompaña al de su padre. Solo están ellos dos en una habitación que se siente vacía, lejana y extraña, y sin embargo, tan familiar.

Elio lo abraza por la cintura, como si aún tuviera diez años, huyendo de las miradas y palabras crueles de los demás, tratando de sentirse protegido y querido por última vez. Cómo lo extrañó. Ah, su padre. Trata de sentirlo lo más cerca de su cuerpo posible, para no olvidar la sensación, porque lo sabe; es un sueño.

Te extraño, papá. Lo siento, lo siento, lo siento. Perdóname.

Juan no dice nada, simplemente sigue tarareando y presionando su mejilla aún más.

Quisiera que esto no fuera un sueño murmura con el llanto ahogado adornando su voz.

Debes soltarme, Elio. Su padre acaricia su cabello.

No quiero. Solo desaparecerás. Quiero ir con ustedes. Llévame contigo.

Siente la risa de Juan vibrar en su pecho.

Eli, no puedo llevarte conmigo.

Sí puedes. Puedes llevarme. Será como dormir y no despertar jamás. Por favor. Te lo suplico.

Juan se suelta un poco de su agarre para verlo a los ojos y acariciar su rostro con cariño. La tristeza adornando sus facciones borrosas, como si Elio se estuviera olvidando de cada detalle, de cada arruga e imperfección que lo hacía su papá.

Mi querido, querido Eli, entonces ¿qué sentido tuvo morir?

°°°

Calendario Reino Eclipse: AÑO 999, del MES 12.

Había alguien más en su sueño, es lo primero que recuerda cuando abre los ojos y el brillo de la recámara lo ciega por un momento. Vuelve a cerrarlos, tratando de recrear la imagen del chico de su edad que estaba al otro lado del cristal que los separaba. Dijo unas palabras que ahora se oyen ahogadas, perdidas, en una lengua desconocida, tal vez inexistente, y una de sus manos —llena de runas— estaba tendida, esperando porque Elio tomara una decisión. Era una trampa. Pero ¿por qué recuerda haberla tomado? ¿Por qué tiene la sensación de que ha sido timado? Como si el sueño haya sido real.

Solo recuerda una palabra —o tal vez un nombre—: Amaris.

¿Por qué suena tan familiar?

Abre sus ojos por segunda vez, parpadeando varias veces hasta acostumbrarse y lograr sentarse en la cama con un poco de dificultad, como si no hubiera podido utilizar su cuerpo en un buen rato; solo una ligera sensación de que ha estado durmiendo por mucho tiempo con cada parte de su ser hormigueando ante una energía a la que nunca había sido expuesto antes.

Entonces, se percata de la habitación.

Oro resplandece en cada rincón de la alcoba: en las cortinas, el marco de los ventanales, dibujos que están tallados en las puertas de caoba, y en las paredes de piedra con trozos incrustados. Hay libros por doquier, acumulando polvo en sus portadas sin nombre, las plantas están enredadas en cada esquina de la cama, y raíces de los árboles levantan parte de la piedra del suelo, también con pedazos de oro. Parece que ha estado abandonada por un largo tiempo, se ve tan descuidado pero muy fantasioso. Da la impresión de que está en un cuento de hadas. Aún más cuando los ventanales dan hacia un jardín con flores en diferentes colores y tamaños, con arbustos que crecen salvajemente para abrazar el camino que hay entre dos columnas de árboles; quizá es un sendero que da hacia otro cuarto o tal vez a una salida.

Reyes de Oro y Plata | Libro 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora