Prólogo

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1 de Noviembre de 1497, Puerto de Palos, Huelva, Reino de Castilla:

Hasta hacía relativamente poco, Palos no era más que un punto en el mapa. Si bien era cierto que su condición de puerto le daba cierto interés para algunos comerciantes que quisieran terminar de llenar sus arcas de oro con la venta de sus productos, su ubicación más allá de las Columnas de Hércules, dejaban a esta ciudad portuaria fuera de los puntos de referencia de la red comercial mediterránea, en pro de otros en el mismo reino como los puertos de Valencia o Cartagena.

Todo esto cambió el día en que un hombre... No. El hombre; aquél a quien algunos llamaban loco, otros, visionario; partió de Palos con permiso real para desafiar al orden natural con el objetivo de alcanzar a las Indias en dirección a poniente, queriendo así demostrar que el mundo no era plano, sino esférico, como si de un balón se tratara. En contra de todas las expectativas, un año después de su partida, llegó a Castilla la noticia de que aquél temerario navegante había vuelto de su campaña con un éxito mayor al que cualquiera hubiera podido esperar: había encontrado una nueva civilización abundante de materias primas, mano de obra y oro.

Desde aquél momento, Palos se había vuelto uno de los núcleos comerciales en los intercambios con el recién descubierto territorio, dando al reino un auge inesperado que rápidamente lo colocó como una de las primeras potencias mundiales, lo que también conllevó una gran influencia extranjera.

El mercado del puerto era, probablemente, el lugar más concurrido de Huelva, donde se podía comprar desde pescado capturado en el mismo día hasta los ingredientes y especias más exóticas provenientes de las Indias. Tal cantidad de gente rondando el lugar desde varias horas previas al alba hasta bien entrada la noche convertían a aquella plaza en el escenario perfecto para los eventos públicos: desde modestas interpretaciones de poemas y teatros simples hasta ajusticiamientos públicos.

El paisaje que mostraba la plaza dejaba algo en claro, nos encontrábamos en un ejemplo del último caso. En el centro de la plaza terminaban de arder las brasas de lo que hacía no tanto era el fuego purificador de la pira. No quedaban ya demasiados espectadores del castigo recién impuesto por algunos miembros de la Santa Inquisición, única institución común a todos los ciudadanos del reino a excepción de la propia Corona, quienes, siguiendo su fanática ideología religiosa, espiaban e investigaban a toda aquella persona, mayoritariamente mujeres, que pudiera ser marcada como hereje, blasfemos o judaizante, presentara una inteligencia superior o realizara actos antinaturales a los ojos de Dios, como la práctica e investigación de la medicina natural. A juzgar por el la figura carbonizada en el centro de la plaza, habían tenido éxito en su tarea.

Todos los espectadores de la incineración se habían dispersado con relativa rapidez cuando los aullidos de la víctima se apagaron y sus restos comenzaron a desmoronarse sobre el altar al que estaba atada, todos desaparecieron excepto una persona, un niño, de tal vez unos siete años, de tez pálida y cabellos negros como la brea algo sucios y descuidados. El niño vestía ropas simples sin teñir y con algunas costuras, que, junto con su apreciable delgadez, denotaban su procedencia de los comúnmente llamados "barrios pobres" de la ciudad.

La figura solitaria generaba una imagen perturbadora, y los transeúntes no podían más que preguntarse, ¿qué estaba pasando dentro de la cabeza del chico? Claro, que ellos no lo podían saber, nadie podía, a excepción del propio niño. El pobre estaba completamente desorientado, pues acababa de tomar consciencia de su propio cuerpo y, observando a sus alrededores, intentaba obtener información sobre su situación, ya que no recordaba cómo había llegado al lugar.

De hecho, no recordaba nada. Por más que lo intentara, no lograba recordar ningún acontecimiento de sus siete años de vida, donde vivía, quienes eran los componentes de su familia o si tan siquiera tenía una, no recordaba nada... excepto un nombre.

El Heraldo de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora