Caminar dolía. No sólo por el hecho del ardor que aparecía en las plantas de los pies, dolía por la soledad. Morro era un necio. A pesar de tener años para debatir consigo mismo lo que implicaba estar solo, seguía sin ser capaz de admitir lo molesto que era sentirse así. Para él... la soledad no provocaba dolor. Si alguien le hubiese preguntado en ése entonces qué era la soledad para él, muy probablemente hubiera respondido algo como:
"Es tener tiempo para ti mismo".
O si era más audaz...
"Es sentirte en paz porque nadie te molesta".
Paz. Esa era la palabra que más venía a su mente cuando inetriorizaba consigo mismo sobre lo que significaba no tener a nadie a su lado. Bajo la luz de las estrellas, con su cabeza apoyada en una roca, miraba sus pensamientos y los examinaba. Era un investigador bastante justo. Le daba un tiempo y un espacio a cada uno de esos pensamientos, sin olvidarse de ninguno. Tener tiempo para analizarlos a todos era algo que también ayudaba. Era algo bastante cómodo para él. Empezaba con el primero que había aparecido en su mente y se detenía en él lo necesario hasta que ya no quedaba nada que examinar sobre él y podía pasar al siguiente. Los pensamientos con respecto a la soledad eran los que le tomaban más tiempo.
"No me siento solo".
Se decía, en su mente porque estaba acostumbrado a lo fácil que era hablar desde ahí.
"Pensándolo bien...", se corregía, al tiempo en el que sus ojos se ajustaban a la luz amistosa de la luna "si sentirse solo es experimentar lo bien que se está en silencio... Me siento solo".
Y vaya que se sentía solo. Las voces que escuchaba se reducían a las de los aldeanos que le reclamaban por robar de sus tiendas. Nunca usaba sus poderes. Sabia que si lo hacía, Wu sabría en donde estaba y eso terminaría con su preciada soledad. Cuando estaba en las aldeas y veía a hermanos jugar entre sí y a abuelos y nietos conversando, sentía una opresión en el estómago que se desperazaba y se extendía sin prisas hacia su pecho. Eso no era soledad, estar solo no se sentía así. A veces sentía esa misma opresión, pero en su garganta, cuando se tumbaba sobre algún árbol. Si no lo experimentaba en el mismo lugar, no podía ser la misma cosa... ¿Cierto?
"¿Qué es eso que siento?"
Se preguntaba, mientras caminaba lejos de la aldea con medio pan en la mano. Fuera lo que fuera, no le gustaba. Se sentía como ser jalado hacia un pozo del que no estás seguro de poder salir. Como ser golpeado con varas ardientes en el estómago, en un punto sensible al que ya habían golpeado antes y no había sanado del todo. Por eso se alejaba de la gente, si lo hacían sentir así, ¿Qué caso tenía estar cerca de otros?
Morro necesitaba ambas manos para contar la cantidad de aldeas de las que se había ido. No le gustaba estar más tiempo del necesario en una. Si se quedaba demasiado, las personas empezarían a reconocerlo y si Wu iba a buscarlo, cosa que él no necesariamente creía posible, le sería fácil dar con descripciones de él. Tampoco era como que Wu podía estar buscándolo. Cuando pensaba semejante tontería, un risa corta y sarcástica se escapaba de sus labios. Sonaba similar al resoplido de un caballo, rápido y con fuerza. A veces incluso se reprimía a él mismo por pensar en semejante idiotez. Así la llamaba él, en sus días rudos. Como no había a quien culpar ni con quien enojarse, no le quedaba más opción que enojarse con él mismo. Las palabras fuertes no las había escuchado de Wu, pero tenía tanto tiempo vagando en las calles que algo del vocabulario "vulgar" que escuchaba de los aldeanos se le pegaba irremediablemente.
En uno de sus días rudos se encontró discutiendo con él mismo sobre el lugar al que debería ir después. El calor estaba insoportable ese día. Su traje comenzaba a apretarle. Le quedaba demasiado chico, pero por alguna razón no quería cambiarlo.
"Es porque aún lo extrañas. Eres un debil", se dijo a sí mismo.
Su mano sudada se cerró en un puño sobre su pecho, igualmente húmedo. Primero dijo que "no" en su mente, pero su voz mental de grito no era lo suficientemente fuerte como para reprenderse a sí mismo por pensar esas cosas.
—No —gruñó, y el sonido de su propia voz lo sobresaltó. Tenia días sin escucharla—. No lo extraño.
Ahí estaba otra vez. La "no soledad". Esa horrible sensación de pequeñez que lo hacía pensar que era un niño perdido y asustado en un inmenso bosque habitado por fieras. Sus rodillas temblaron y en su pecho se abrió un vacío tan inmenso del que él solo no era capaz de sacarse. La mano en su pecho se cerró con fuerza, eganchandose a la tela de su traje como si fuera una soga salvadora. Boqueó varias veces, intentando sacara el vacío por su boca, pero era tan grande que eso no servía.
—Iré a Yamanakai —dijo, presuroso.
Para su alivio, una sensación de calidez se despertó en él y arrancó una parte del vacío. Volvió a pensar en la aldea y el sentimiento reconfortante se extendió más y más. Morro no lo sabía, pero eso era esperanza.
Le tomó tres días llegar. Comió lo que pudo encontrar en los bosques. Era listo, pero también experimentado con lo que era comestible y lo que no. Cada vez que sentía que el vacío regresaba por él para devorarlo, pensar en Yamanakai y en lo cerca que quedaba del Monasterio lo rescataba. Finalmente, avistó las edificaciones a la distancia.
La aldea estaba inusualmente callada. Recorrió las calles, casi vacías. Su corazón latía con fuerza y lo apresuraba, aunque no sabía bien a qué. Parecía estar escapando del vacío que volvía a hacer acto de presencia. Morro se llevó una mano al pecho, intentando que la calidez de su piel bastara como consuelo, pero no parecía servir. La soledad de Yamanakai lo estaba asfixiando, ¿Por qué lo asfixiaba si a él le gustaba?
Cuando sentía que su lado cruel aparecería para golpearlo con sus pensamientos, escuchó un grito.
—¡Bajénme!
Parecía ser un crío.
—¡Bajénme o se arrepentirán!
Los gritos lo acompañaron en su búsqueda del dueño. Empezaron siendo gritos de enfado, pero conforme se acercaba, la fuente se volvía chillona y llorosa. Cuando finalmente lo encontró, el niño se cubría los ojos con las manos. Las lágrimas goteaban desde sus ojos hacia el piso, justo delante de los pies descalzos de Morro.
El peli negro miró al niño desde abajo, confundido.
—¡T-tú! ¡Te ordeno que me bajes! —le grito el niño, que colgaba desde un asta.
"Sus chillidos de bebé lo hacen más atemorizante...", pensó Morro, dirigiendo su ira cruel y fría hacia el otro.
—Me parece que no estás en posición de ordenar —dijo Morro, cruzando los brazos.
El latido rápido de su corazón lo sobresaltó. Era la primera vez en días que tenía una conversación con alguien que no fuera él mismo.
"No seas ridículo...", regañó a su corazón. No podía creer que fuera de él. Debía estar equivocado de cuerpo y pertenecerle a alguien más. Alguien como un niño abierto a las tonterías de estar emocionado por hablar con otra persona una vez más.
El niño en el asta se sorbió la nariz y le dirigió una mirada de enojo. Su odio y el de Morro se miraron entre sí, como dos tigres que se reconocen como iguales.
—Yo... Lloyd Garmadon... hijo de Lord Garmadon... —continuó el niño, escondiendo su tristeza para darle paso a la ira—, te ordeno que me bajes.
Morro levantó la cejas, con un interés recién ganado.
—¿Quién dices que es tu padre?
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Algo tarde, pero aquí están Morro y Lloyd .^◡^.
Tal vez haya una parte dos de este, por mientras les digo que los quiero un montón. Muchísimas gracias por leer,votar y comentar, eso me hace ver que les gustó ٩(๑> ₃ < )۶♥ y me motiva a escribir más ୧( “̮ )୨
¡Cuídense mucho! ¡Los quiero! ♡♡♡
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What if...? [nínjαgσ|єspαñσl]
Fanfiction◇ ¿Y si Wu hubiese cuidado de Nya y Kai tal como lo hizo con Morro? ¿Y si le hubiese hecho creer a Kai que él era el ninja verde?... ¿Qué hubiera pasado si Morro no hubiese muerto y en su lugar se hubiera encontrado con un pequeño y malvado Lloyd en...