II

22 4 0
                                    


El sol se colaba entre el delgado tejido banco de las cortinas que cubrían la ventana de la habitación. El muchacho de cabellos azabaches frunció el ceño cuando la luz posó sobre sus ojos, arrugó la nariz en señal de desagrado, abrió sus ojos parecidos a dos profundas lagunas y con pesadez se levantó de la cama cubierta con blancas sábanas.

Tuvo un espasmo cuando sus tibios pies desnudos tuvieron contacto con la frialdad del suelo, limpio sus ojos de las lagañas que le entorpecían la vista con su mano hábil, mientras que con la otra sacudía sus cabellos revueltos.

Bostezando camino entre un corto pasillo hasta llegar a la cosina, en ella preparo unos huevos con tocino, dejo el alimento en un plato de porcelana gruesa con adornos de forma de hojas otoñales, mientras su pan tostaba y el agua para su café alcanzaba la ebullición cogio una toalla de tonalidades azules y se dirigió a la habitación de baño a hacer sus neceseres.

Vio la hora en reloj cuadricular colgado en la pared derecha de la habitación cuándo salió de la ducha con la toalla cambiando continuamente de mano mientras secaba su cuerpo con ella, 10:24 AM. Saco su ropa interior con un shorts amarillo, una camisa de manga corta negra y encima una camiseta negra.

Descalzo volvió a la cosina recogiendo todo lo preparado llevándolo al comedor de cuatro sillas metálicas con una mesa alta de vidrio, posó en ella el plato y su taza cuyo contenido humeante destilaba un relajante olor en el aire.

Mastico sin prisa mientras repasaba el plan para deshacerse de las partes incervibles del cuerpo.

Al final se levantó para ir a ponerle unos zapatos de montaña negros, bajo a la habitación de trabajo para tomar una bolsa dentro de un gran congelador gris guardando la en una caja ermetica con hielos dentro de ella, cuando la cerro saco otra bolsa aún más grande, de el tamaño sesenta centímetros aproximadamente.

Con la caja en una mano y la bolsa negra en la otra subió de nuevo al primer piso, posó los restos cubiertos de plástico oscuro en el sofá y dejó la caja en la mesa pequeña que contenía un florero de rosas rojas y blancas al centro de la estancia.

Tomo la mochila que un día antes había dejado en la sala, con una manta de picnic, una colación, botellas de Gatorade y agua, un kit de emergencias, y unas toallas húmedas.

Totalmente una mochila de contenido normal para un caminante, solo que después de un rato inserto en ella los restos del cadáver.

Ya listo para partir, tomo las llaves de su auto, que al verlo recordó nuevamente comprar otro.

Condujo con velocidad normal en la calle casi desierta, con el GPS de su teléfono dirigiendo a su lugar de reunión, en los últimos minutos de viaje se introdujo en una calle llena de negocios, en su mayoría cafés o pastelerías.

Estacionó en el aparcamiento de un supermercado, tomo la caja ermetica y un cigarrillo de arriba del estereo, con soltura lo encendió, se puso unos lentes y camino despreocupado por la acera luego de cerrar la puerta.

La cafetería de colores pasteles le pareció un lugar un tanto irónico para la reunión que hiba a llevar a cabo.

Entro por la puerta de vidrio de bordes blancos buscando al hombre de cabellera carmesí que ya conocía. Lo localizo en la esquina opuesta a la ventana del local, fue hacia esa mesa y sentándose en la silla de almohadón verde le saludo.

—Ya estoy acá. —el hombre subió su rostro dejando su lectura, sonrió dejando a la vista un hilera de dientes blancos, con entuciasmo y dejando de lado el libro extendió su mano para que su acompañante le diera el objeto.

El pelinegro obedeció su petición silenciosa entregandole la caja ermetica, y espero a que el hombre evaluará el peso.

—Creo que no es necesario verla, ya tengo experiencia contigo. —saco un paquete de cubierta de papel beige y se la entrego.

Entre dos MundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora