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—¡Bienvenidos a la academia Thurston!—dijo el hombre mientras daba una vuelta en el mismo sitio con los brazos elevados.

—Mira a la chica de ahí, monada—Connor señaló a una mujer.

—Tendrá como unos cuarenta y pico años—respondí en un tono confuso.

Acabábamos de llegar a la academia hace veinte minutos. La verdad, no fue un viaje tan largo. La academia Thurston se encontraba a unas cuatro horas en coche de mi casa.

Cuando llegamos nos recibió una señora que no pasaba de los treinta y cinco años y nos enseñó las habitaciones en las que íbamos a tener que pasar los próximos seis meses.

Las habitaciones eran grandes, pero simples. Tenían una cama, un armario y un escritorio.

—La edad solo es un número, ¿sabes?—soltó el castaño que estaba parado a mi lado.

—Lo es cuando son unos cuantos años, esa señora te sacará como unos veinte años—resoplé.

El hombre de antes, de pronto, se empezó a acercar  a nosotros con una sonrisa en el rostro.

—Vosotros debéis de ser Morana y Connor—nos miró a los dos.

—¡Ese soy yo!—dijo Connor y extendió la mano, el señor le acepto el apretón de manos—. ¿Y usted quién es?

—El asistente personal—habló una voz gruesa mientras se acercaba.

Giré la cabeza para ver de dónde provenía esa voz.

Vi a un señor como de cuarenta y cinco años. Vestido con un esmoquin negro. Y unos ojos azules que resaltaban mucho a primera vista.

Venía directamente hacia nosotros. A su lado estaba la mujer de antes, de la que Connor me había hablado. Seguramente era su mujer.

—Supongo que tú seras Morana, y tú debes de ser el hermano de Michael —dijo refiriéndose a Connor. Desde que Connor era pequeño siempre le han comparado con su hermano mayor llamado Michael. A él nunca le ha gustado y siempre se sentía inseguro por eso.

—Me aclaré la garganta como gesto de protesta —. Es Connor—mi mejor amigo, me miró un poco avergonzado y bajó la cabeza.

—Como sea, yo soy Bastian Thurston —. Ignoró por completo lo que le había dicho segundos atrás. Y eso hizo que me enfureciese, Connor era como un hermano para mi, lo conocía desde que tengo memoria, nuestros padres eran grandes amigos de la infancia. Iba a contestar pero Connor me paró.

—Da igual —me susurró con una sonrisa.

Bastian se quedó mirándonos confundido por un momento hasta que rompió el silencio diciendo:

—Ella es mi mujer, Agatha.

—Un placer—soltó sin quitarnos el ojo de encima.

—Joseph, ¿ya les enseñaste a estos chicos sus habitaciones? -dijo Bastian.

—Lo hizo Margaret, señor.

—Entonces, seguidme, jóvenes—respondió el de ojos azules.

Connor y yo decidimos seguirlo.

Pasamos por un largo pasillo lleno de puertas de madera. Luego subimos por un ascensor hasta la tercera planta, cuando llegamos me sorprendió ver que había dos guardias en la puerta del ascensor. En cuanto vieron a Bastian se apartaron del camino. Volvimos a pasar por otro pasillo el cual parecía interminable. Llegamos a la habitación del fondo del pasillo y Agatha la abrió. Entramos a la habitación—que parecía mas un despacho—, y Bastian nos dijo que nos sentásemos en los sillones que parecían estar cubiertos  de terciopelo. De pronto escuchamos un ruido que provenía de la parte de abajo del escritorio que estaba en frente.

JUEGO DE RIVALESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora