AUKSININYS

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(Vista de oro)

Los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos {atentos} a su clamor.

(Salmos 24.25)

*****


Ese día, en mi corazón había miedo. La noche anterior había tenido pesadillas pero al despertarme ya no recordaba que había soñado.

Era aterrador.

El viento frio de la madrugada me perforo lo huesos y me hizo estremecer con violencia. El otoño un no acababa pero el frio esas ultimas semanas había sido extremo.

Mis ojos fueron a los cielos, pero estos estaban oscuros, casi negros por completo. Las hojas de los arboles eran arrancadas con violencia de sus ramas.

El silencio era normal teniendo en cuenta que el internado quedaba en la mitad de un campo de siembra, pero el silencio que había tenia un toque de peligro, que me erizo.

Algo no andaba bien.

La puerta de la habitación se abrió y la Hermana Gladis entro con su habito perfectamente liso y pulcro. Rondaba los 35 a 37 años y podría decirse que era la mas joven de las Hermanas que resguardaban el convento.

Dejo una canasta con mi ropa a sus pies y cruzo sus manos en su regazo. Ella era un santa.

La mire con agradecimiento mientras tomaba la canasta. Era mi ultimo día en aquel fastidioso convento.

Gladis en silencio me observo, ella era una mujer de pocas palabras, y en escasas veces había oído el timbre de su voz.

Metí mis pocas pertenecías en la maleta, y me dispuse a organizar la habitación, la próxima persona que tendría que dormir en ella al menos encontrara algo de orden en su caótica vida.

Las ventanas entonces, fueron azotadas por un fuerte viento, quedando abiertas par a par.

Me asuste, y pegue un salto mirando entonces el ventarrón que entraba por las ventanas. Gladis camino hacia el ventanal y cerro las puertas de la ventana con seguro. Miro un momento los cristales desgastados y se giro buscando mi mirada.

-Sabes que puedes quedarte verdad? No habría problema si decides quedarte mas tiempo-. Hablo con un tono casi inaudible. La mire y negué.

-No pienso condenarme a estar mas en este lugar. Dicen que Dios ronda por los pasillos de este inmenso edificio, pero en realidad este lugar es el infierno.- dije mientras metía las sabanas en los cajones con mas prisa.

Gladis entonces sin decir palabra, salió de la habitación susurrando un adiós al cerrar la puerta.

-Condenada.- dijeron tras de mi.

Me gire con brusquedad, el cuerpo se me entumeció al ver que no había nadie.

¿Fue mi imaginación? imposible.

Busque por todos los rincones a el causante. Pero no había nadie. 

-Quien esta ahí?- me atreví a preguntar.  Mas no hubo ninguna respuesta.

Solté un sonoro suspiro y atribuí mis alucinaciones al cansancio emocional. 

Tome la maleta, decidí dejando todo tirado en el lugar, busque salir de la habitación; pero al tratar de abrir la puerta, la cerradura no cedía. Use ambas manos tirando la maleta a un lado, hice fuerza tratando abrirla.

Pero si hace un momento abría!

Maldita puerta!

Golpee la madera, y busque gritar. Pero la voz no salía de mi garganta.

Con ambas manos sobre la garganta, me aterrorice.

No podía hablar, no podía salir.

Sentí a mis espaldas una inmensa presencia, podía sentir como era imponente ante mi pequeño cuerpo.

La habitación se helo.

Trate de girarme, pero los músculos de mi cuerpo estaban fijos de su lugar.

*Dios* pensé.

-El te observa, te escucha y por eso me envió.- susurro a unos centímetros de mi oreja. Su aliento helado quemo mi mejilla haciéndome gemir de dolor.

Retrocedió. Su presencia se sintió alejada de repente. 

Recupere mi movilidad, e inmediatamente me gire para verlo.

Lo mire.

Lo contemple.

La saliva de mi garganta se seco.

El aire me falto.

Y sentí que el corazón se me detuvo un momento.

Di un paso atrás chocando con la madera de la puerta.

Muerta de miedo.

Dos orbes me miraban, sin ninguna expresión plasmada.

Era el ser mas grande que había visto, podría perfectamente medir dos metros.

Sentado en el marco de la ventana que había cerrado la hermana Gladis.

Me miraba hacia abajo, con un fuerte aire de superioridad.

Las palabras me salieron en un susurro tembloroso. - Quien e-eres?-

Sus orbes anormalmente dorados, no se movieron de los míos al tiempo mientras negaba. Era horrorosamente extraño.

- La pregunta no es quien soy. Es lo que haré contigo. - dijo mientras trataba de entrar por completo a la habitación. Su cuerpo se encorvo de manera sobrenatural dejando de la mitad de su pecho para arriba pegado al techo.- Pero como soy una divinidad generosa con ustedes los  humanos, te diré quien soy.-

Del techo estiro su marcado brazo y tomo con brusquedad mi tieso brazo por el miedo, estrechando la misma en señal de saludo.


-Soy Auksininys, el protagonista y principal culpable de tu condena. - sonrió. 


Parpadee y desapareció.



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