SITATHIEL

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(Sexto alado)

¿Hay de la tierra del zumbido de alas que está más allá de los ríos de Etiopía?

(Isaías 18:1)

Y los querubines tenían extendidas las alas hacia arriba, cubriendo el propiciatorio con sus alas, uno frente al otro; los rostros de los querubines estaban {vueltos} hacia el propiciatorio.

(Exodo37:9)

*****

Esa semana, no pude pegar un ojo en las noches. Tenia un frio constante que me hacia titiritar, aun teniendo 30 cobijas encima. No fui capaz de huir del internado.

Me dolía con fuerza la cabeza, y las ojeras en mi reflejo me perturbaban, eran oscuras y parecían no ser fáciles de quitar.

Después de que ese monstro que se hacia llamar Au-ksi... Au-ksi... Au-ksi-ni, no se que se fuera, salí pitada de mi habitación en busca de las hermanas.

Si era cierto lo que el decía, tenia que decirle a alguna de las santas del convento.

Pero cuando las busque, no las encontré en ningún lugar. La cocina estaba abandonada y la iglesia parecía a ver sido dejada de lado por siglos. Sin aparente presencia de un ser humano en el gigantesco edificio.

Había corrido con desesperación por los largos pasillos.

Subía y bajaba miles de escalones, sin hacer caso omiso al cansancio que mi cuerpo empezaba a sentir. Las habitaciones de las otras niñas estaban vacías, sin camas o muebles. En la recepción, los muebles estaban cubiertos con una amarillenta y aterradora tela. Las sillas estaban en el suelo y insectos hacían de las suyas, pero no había una sola persona el el lugar.

Derrotada, había subido a mi habitación, tome la maleta y busque entre las habitaciones abandonadas alguna con una cama mas grande y sin ventanas.

Ya no se me antojaba asomarme.

Y así había pasado la semana. Sobrevivía comiendo dos veces al día, con lo poco que quedaba de la huerta abandonada en la entrada del internado. En las enormes puertas de la iglesia, parada en medio de ellas miraba el panorama. El cielo tenia un tono sobrio y las nubes se movían con prisa guiadas por el fuerte viento.

La falda de mi uniforme se inflaba con ese frio viento, mas no era capaz de empujarme.

O eso creí.

De pronto el viento me movió, tratando de empujarme. Me gire buscando al responsable, con la terrorífica idea de que había regresado ese que no me dejaba dormir en las noches.

Y aun sin nadie atrás de mi, el viento, ahora mas intenso trato nuevamente de empujarme. Pero me negaba a dejarme llevar. A unos pocos pasos podría salir del marco de las puertas, quedando afuera. Y para mi, afuera era peligro.

Afuera era vulnerable.

Afuera era presa.

Afuera podría,

Morir.

Di unos pasos hacia atrás, usando mas fuerza de lo normal, el viento trataba de arrastrarme. Tome una de las puertas y con ayuda del viento la puerta se cerro tronando por el impacto. Pero un así con ambas puertas cerradas el viento era anormal. Me empujaba y estrujaba contra las puertas de la iglesia. Como si alguien me aplastara el rostro contra la madera de roble.

Un silbido agudo retumbo por las altas paredes de la iglesia. Era agudo y doloroso de oír, subí mis manos haciendo esfuerzo y tape mis oídos pero aun podía oírlo.

Era doloroso.

Me dolía.

Las manos se me humedecieron y de reojo vi la sangre untar mis manos y la sensación de que mis tímpanos se rompían me hizo soltar un grito que me rasgo la garganta. Entre fuertes temblores de mi cuerpo, llegue a el suelo con ambas manos apretando con violencia mis oídos.

Mi cabeza explotaría. Lo sentía.

Moriría?

Moriría sin saber que me mato.

No quería morir, no había logrado salir del internado y cumplir mis sueños.

En medio de mi aflicción me arrastre por el suelo buscando huir de ese lugar. Avance por el corredor central en medio de las bancas de la iglesia, logre ver los pies del cristo gigante que decoraba en señal del sacrificio la iglesia.

Me salvaría.

Lo haría.

Pero la vida era muy hija de puta para dejarme vivir.

Unos pies forrados en una botas negras llegaron a mi, quedando a centímetros de mi rostro, y con el llego el silencio.

Solloce, temí que fuera el.

Levante la vista en busca de sus ojos en un gesto de suplica. Pero me sorprendió ver ojos azules como el mar, la figura frente a mi, no era como el. Este era de un tamaño mas normal y sus ojos no eran dorados inyectados de sangre.

El chico se agacho a mi altura, y a la vista quedaron un grupo de seis miembros alados. Eran blancas y enormes, las plumas eran largas y con una apariencia filosa.

Con violencia mi rostro fue tomado, obligándome a mirarle.

Detalle su rostro, y pude sentir su aliento por la cercanía. Sus ojos mi examinaban con fastidio. Pero yo, anonada por su exótica belleza observe cada prolijeado rasgo.

Su rostro me brindaba una vista directa a un cutis limpio y perfecto, su rostro tenia un aire aniñado aun, como si fuera muy joven, pero sabia por sus alas, que tenia mas años que la misma tierra. Sus pupilas jugaban con independencia dilatándose, su palidez marcaba el rubor natural de sus mejillas. Y sus tupidas cejas, fruncidas con confusión marcaban su pesada mirada.

Me soltó, y con su ropa se limpio la mano con repulsión. Miro atrás de si, levantándose y estirando con cansancio las alas.

- Es esta la mujer que padre quiere condenar?- su voz resonó por la iglesia, hablando solo. - A duras penas puede sobrevivir al silbido. Es humana, pecara por si misma.- bufo.

Me miro de soslayo.

-Deberías respetar el mandato del padre Sitathiel.- Serpenteó una voz en una esquina. - Eres parte de la lista de servidores que Padre pidió para esta misión. Cumple tu trabajo y regocíjate en Padre.

Reconocí la voz, y mi necesidad de huir creció en mi interior. Trate de moverme pero el dolor de cabeza me detuvo. Apreté los parpados tratando de disolverlo, pero solo martillo con mas fuerza.

- Si te mueves, mueres.

- No seas ridículo Sitathiel, si de igual forma va a morir.

Y ahí, en medio de la iglesia, me desmaye. Con dos pares de ojos tan diferentes como el aceite y un Zafiro.




Pescados CelestialesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora