Un rayo de sol directo sobre mis ojos me obliga a despertar.
Me siento en la cama completamente confundida.
No se dónde estoy o como he llegado hasta aquí.
Cubro mi cuerpo desnudo con la sábana que está sobre la cama.
Al voltear, me encuentro con un muchacho, acostado del otro lado.
No lo conozco.
Recorro la habitación con la mirada.
¿Dónde está mi ropa?
Una fuerte puntada en mi cabeza me indica que he bebido demasiado, o quizás aquellas pastillas que Dalma me ha vendido sean las culpables.
No es la primera vez que salgo y que bebo alcohol, estoy acostumbrada. Pero nunca he llegado al punto de perder el control de mis actos, de no recordar lo sucedido, de terminar con un desconocido.
Como un "flash" me llegan las palabras de mi madre: "Si sigues por ese camino terminarás mal"
Sacudo mi cabeza queriendo alejar sus sermones y advertencias.
Hace tiempo que no escucho sus consejos. Ya soy adulta y puedo tomar mis propias decisiones.
Recorro la habitación buscando mi ropa. Me visto y salgo rogando no cruzarme con nadie.
Mi cabello está despeinado, y aunque no me he visto al espejo, puedo asegurar que mi maquillaje está corrido y desdeñado.
El aire frío de la mañana me causa un escalofrío.
‹Hanna ¿Qué estás haciendo con tu vida?›, me susurra una voz.
Miro hacia todos lados buscando de donde proviene, no hay nadie.
La calle está desierta, tal como cada domingo a la 7 de la mañana.
‹Puedes escaparte de todos, pero yo te conozco›, vuelvo a escuchar.
Conozco esa voz.
Antes la escuchaba más seguido. Antes esperaba con ansias que me hablara.
Ahora me causaba temor.
—¡Déjame tranquila! —exclamo al borde de las lágrimas y corro, huyendo lo más lejos posible.
Llego a una pequeña plaza, me detengo para recuperar el aliento.
Cansada, me siento en uno de los columpios y comienzo a llorar.
Estoy perdida. En todo sentido. Muy perdida.
Años atrás tenía una vida diferente.
Meneo la cabeza.
No quiero recordar, no quiero volver con mi mente a esos tiempos pasados donde vivía feliz.
¡Sí!, reconozco que ahora no soy feliz.
Quienes me conocen pueden pensar que mi vida es divertida y alocada, agitada y vertiginosa. Pero ignoran lo vacía y sola que me siento. Nadie sabe del dolor y la tristeza que me agobian cada noche.
Quise hacer mi propio camino, tomar mis propias decisiones, equivocarme sola y ser responsable de mis actos.
Eso exactamente, le grité a mi madre en la cara, el día que salí de casa.
No me importaron sus lágrimas, no accedí ante sus ruegos y suplicas.
Salí dando un fuerte portazo y no regresé. Ya hace casi un año de ese día.
Vivir con amigas resultaba más atractivo, aunque a las pocas semanas comenzaron los conflictos, las discusiones y peleas. Logramos ponernos de acuerdo, pero llegó otra realidad, necesitaba dinero para los gastos.
Tuve que dejar de cursar algunas materias de la facultad para trabajar y poder ganar un salario mínimo que me permitía solventar los gastos, pagar mis boletos de colectivo y comer.
Esto significaba que me atrasaría un año y mis planes de recibirme para el próximo verano, se verían frustrados.
No contaba con este imprevisto cuando me marché.
Un ruido proveniente de mi estómago me saca de mis recuerdos y me golpea nuevamente con la realidad.
Tengo hambre.
Reviso todos mis bolsillos buscando algún resto de dinero, hace poco que he cobrado mi quincena...
Es inútil, están vacíos.
Seguramente la noche anterior he gastado todo en tragos y pastillas.
¿Cómo volveré al departamento? ¿Qué voy a hacer?
No tengo a quien recurrir.
Apenas si puedo contar con mis amigas.
‹Hanna, siempre estoy cerca, nunca me aparté de tu lado› vuelve a susurrar la voz.
Cierro los ojos con fuerza y tapo mis oídos.
—¡Vete! ¡No merezco tu ayuda! —exclamo con lágrimas corriendo por mis mejillas.
Una suave brisa revolotea las hojas secas a mí alrededor. Puedo sentir como mi cabello se menea al compás de aquel remolino, y nuevamente escucho el murmullo de esa voz:
‹Te amo Hanna. Nada de lo que hiciste hará que te ame menos›
—¿Por qué Dios? ¿Por qué sigues cerca de mí?
‹Porque eres mi hija amada›
—¿Hija? ¡Ay Señor, no merezco ser tu hija!
‹¡Confía en mí, Hanna! Regresa a mis caminos›
—¿Cómo? ¡No sé cómo encontrar el camino!
‹Has tenido dos grandes ejemplos en tu vida. Tu abuela y tu madre. Ellas me han seguido fielmente. Sus vidas son un claro modelo de fe y amor. Vuelve a casa.›
Recordé a mi abuela. Dos años atrás había muerto de un infarto.
Su partida fue un duro golpe.
Siempre leía la Biblia conmigo por las noches y orábamos juntas cada mañana al despertar. Podía pasar horas escuchando sus consejos. Las huellas que mi abuela había dejado en mi alma perduraban hasta hoy.
La extraño demasiado.
Me había enojado con Dios por arrebatármela de un día para el otro.
Mamá aceptó su partida con la fortaleza que solo el Señor podía darle. Nunca dejó de asistir a la iglesia, leer la Biblia y orar.
Yo me alejé; dejé que mi corazón se enfriara y endureciera. Lo único que logré fue destruirme y lastimarme más y más.
‹Hanna, vuelve a casa› susurra.
Una opresión en mi pecho me hace volver a llorar.
¡No puedo seguir así! ¡Ya no más!
Perdón Señor. Perdón por alejarme.
Seco las lágrimas que siguen cayendo por mis mejillas.
Miro al cielo y en voz suave pero firme digo: Lo haré Señor. Volveré.
Me pongo de pie y camino decidida.
Detengo un taxi que pasa y le indico la dirección de casa.
Toco mi bolsillo y encuentro un poco de dinero, que antes no estaba allí.
Pago al conductor y bajo del coche.
Me quedo inmóvil en la vereda, mirando la puerta de entrada.
¿Qué dirá mi madre? ¿Estoy cometiendo un error?
Escucho a Dios decir con dulzura:
‹Adelante Hanna. Eres bienvenida a casa›
FIN
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HUELLAS EN EL ALMA
NouvellesRelato corto para el Concurso de Escritura de la Editorial Vida con Propósito. Tema: ¿Familia Feliz? Recuperando lo perdido.