En una noche, más oscura que el negro mismo, donde el agua daba gritos por la lluvia y los vientos tenían vida propia. Un padre, totalmente solo, a excepción de su hijo, a quien tenía que cambiar sus pañales y luego preparar la cena. Los lloros del bebé solo hacían empeorar las cosas, aumentaban sus ganas de quitarse la vida. Desde que su esposa murió su pobreza aumentó, al igual que su soledad y depresión. El amor que sentía por su hijo se iba desvaneciendo por cada gota de sudor que bajaba en su frente. Su esposa era la razón de que el amor existiera en su corazón, así como las ganas de vivir; se había dado cuenta hace poco. Su casa de madera, de igual mal estado que su corazón, rechinaba con cada paso y estaba iluminada con apenas tres jumiadoras que bastaban con hacer visible lo que antes era un hogar. Mientras el bebé, ya tranquilo, descansaba en su cuna, el hombre se mecía en la mecedora mientras miraba con tristeza por la ventana el camino en el que su esposa se fue y nunca regresó. Cuando le dio una terrible fiebre y el médico más cercano no pudo salvarla, fue enterrada al otro lado del río, al final del camino. Incluso, había olvidado enviar una carta a sus familiares para decirles de su muerte. No tuvo fuerzas para hacerlo, tampoco las tiene ahora y no las tendrá por un tiempo.
Para despejar la mente, sale por un momento y toma una caminata. En su paseo, cruza por el jardín sin vida que su amada esposa solía cuidar. Las orquídeas y jazmines ahora muertas, a excepción de los árboles frutales que se había obligado a seguir cuidando, ya que los necesitaba para alimentarse. De igual manera, se había obligado a cuidar la granja, limpiar el rebaño, alimentar las gallinas y seguir vendiendo los cerdos que le quedaba. Comenzó a pensar lo mecánico que se había convertido su vida y no tenía más propósito que solo sobrevivir para que su hijo también lo haga. Sabía qué tenía que hacer, pero ya no tenía una motivación real para hacerlo. Para él ese bebé, con el paso del tiempo, se había convertido en una carga, una responsabilidad, un problema... ya no quería verlo, le dolía. Cuando llega al puente para cruzar el río, se para un momento y aprecia la vista del cielo estrellado. Compara la oscuridad del cielo con lo oscuro que se ha tornado su vida sin su esposa; cómo sus estrellas fueron desapareciendo con el paso del tiempo. Sus recuerdos le torturaban. Mira hacia abajo y contempla su reflejo viendo, finalmente, su horripilante aspecto. Hace tiempo que no había visto su reflejo, de hecho, estaba evitando verlo todo este tiempo. Estaba más pálido que un vampiro, con la barba descuidada y su cabello mal cortado. Las canas le habían comenzado a salir y sus ojos reflejaban dolor y tristeza.
Su vida se ha tornado un desastre y se comenzó a cuestionar: ¿Realmente estoy viviendo? ¿Qué estoy haciendo con mi vida? Se lo encontró difícil. Comenzó a sentir difícil vivir y solo olvidar esas memorias felices y ser incapaz de recolectar nuevas que se le comparen. Quiso saltar. Tenía muchas ganas de saltar y acabar con todo. Sentía un silbido que no lo dejaba en paz y aumentaba su deseo de dejarse llevar. La muerte le estaba llamando, le parecía atractiva e incluso agradable. Al subirse al barandal, estaba comenzando a sentir más el viento, transmitiendo un sentimiento de libertad que jamás había sentido. Y saltó, pero no del todo. Se agarró con fuerza del barandal debido a esa última pizca de amor que le quedaba. Y ahí la vio, a su esposa en las estrellas. En su mirada vio cómo le rogaba. Y finalmente entendió. El propósito de su vida no solo se trataba de ella, no acabaría con su vida porque su esposa se encontraba en un mejor lugar ahora. Había olvidado el amor de Dios. No recordaba la verdadera razón de que hubiera amor su corazón. Pero finalmente lo hizo, aunque muy tarde. Se estaba resbalando, no podía subir aunque intentara con todas sus fuerzas. Lloraba a gritos, a todo pulmón, desesperadamente. Realmente un error acabaría con su vida y probablemente con la de su hijo.
Sintió una mano, que le sostenía y le ayudaba a levantarse. Su esposa le había ayudado, estaba ahí, justo al frente de él. La podía ver y sentir, pero sabía que no estaba viva, no realmente. Dios le había dado una segunda oportunidad y estaba seguro de que la aprovecharía. Comenzó a correr de vuelta a su casa, lanzó una mirada hacía atrás y ambos se sonrieron, finalmente se había despedido. No quería quedarse con la ilusión de su esposa mucho tiempo, ya que sabía que podía despertar su debilidad e ilusionarse aún más. Estaba listo para avanzar, no para retroceder. Preocupado, entra a la casa y hecha un vistazo a su hijo. ¿Cómo no lo había visto antes? Su madre era un reflejo de él, nunca lo abandonó. Dios le había bendecido con este regalo y nunca le prestó la adecuada atención. Vivía según su criterio y nunca tuvo cuidado de su hijo, no pensaba en el amor que necesitaba, los valores con los que crecería, en el ambiente... Miró a su alrededor y se percata del desastre en que se había convertido su hogar. Estaba tan concentrado en su miseria que, sin saberlo, también se la transmitía a su hijo. ¿Cuándo fue la última vez que río, que mostró felicidad? Comenzó a llorar. Que ironía, lloraba como un bebé frente a un bebé. Cubrió sus labios para no hacerlo despertar. Con rapidez, espantó las lágrimas. Estaba decidido, finalmente entendió su rol, no solo como padre, sino como hijo de Dios. Comprendió lo importante que es apreciar lo bueno de la vida y evitar lamentar el pasado, el cual debe quedarse atrás. En silencio, extendió sus manos y miró hacia arriba expresando en voz baja: Gracias.
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Donde las Camelias Florecen y Perecen
Short StoryRelatos e historias que he escrito con el pasar de los años. Son cortos que han servido de desahogo y expresión. Pásate por mi jardín y presencia como las camelias florecen y perecen, como el amor y la felicidad nace y muere.