Calipso

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Resumen: Beca Mitchell llega a Ogigia y conoce a Calipso.

*

No sabía cuánto tiempo con exactitud había pasado desde que ella se marchó.

Si bien tuvo a lo largo de su castigo la visita de muchos héroes, ella había sido la más especial. Sus ojos tan azules como el mar profundo la enamoraron con apenas darle un vistazo, y esa sonrisa torcida pero tan sincera que lograba acelerar las palpitaciones de su corazón.

Ninguno de los antiguos héroes que llegaron hasta Ogigia en el transcurso de todos esos eones en los que cumplía su condena había logrado hacerla sentir de esa manera.

Los dioses habían prometido liberarla muchos años atrás, y al ver la balsa a la orilla de la playa no pudo evitar sentirse enojada con ellos, pues habían enviado a otro héroe que continuara con su castigo. Grande fue su sorpresa al encontrar a la joven dentro de la balsa con leves heridas de batalla que pronto curó con ayuda de sus pociones.

Varios días después, cuando la joven despertó, supo su nombre.

-¿Dónde estoy? – Calipso estaba sobre sus rodillas, cambiando los paños de la frente de la chica cuando ésta despertó. Sus grandes ojos azules la miraron por primera vez y Calipso retuvo la respiración- ¿Quién eres? – la rasposa voz llamó su atención y le acercó un poco de agua.

-Llevas dormida varios días – respondió Calipso, levantándose-. Llegaste en una pequeña balsa a las orillas de mi isla.

-¿Tu isla?

-Ogigia – dijo con algo de rudeza-. Mi nombre es Calipso.

Se llamaba Beca, hija de una mortal y del dios de los mares, Poseidón. Había llegado hasta Ogigia tras lograr escapar en la pequeña balsa de la explosión de un barco repleto de criaturas mágicas. Supuso que los dioses la habían guiado hasta ahí para poder sanar sus heridas antes de volver a su aventura.

-Disculpa si te he incomodado – Calipso saltó al escuchar la rasposa voz a sus espaldas-. Puedo notar tu molestia.

-Debes comer – respondió Calipso sin mirarla-. Tus heridas fueron leves, pero aun así debes alimentarte antes de marcharte. Estás débil.

Beca se acercó hasta Calipso y la observo detenidamente. Era tan hermosa como había escuchado.

Sin duda alguna reconoció su nombre, pues estaba al tanto de todos los mitos, y había leído la Odisea para su clase de literatura en su último año de instituto. Pero ninguna de las descripciones se asemejaba a lo que sus ojos veían. Su piel bronceada por el sol, su cabello rojo resplandeciente envuelto en una coleta, esos labios gruesos que parecían tentarla.

Observarla era como admirar una bella obra de arte y cuando sus ojos chocaron, Beca sintió como su corazón se desenfrenó.

Eran de un color azul claro, tan cristalinos, como los ojos de un bebé.

-Eres tan... hermosa – dijo Beca en un susurro.

Los siguientes días, mientras se recuperaba, Beca mantuvo su mirada sobre Calipso. Trató de entablar alguna conversación con ella en diferentes ocasiones, pero ésta la evitaba. Pudo sentir también los ojos azules sobre ella un par de veces, pero siempre la esquivaba a último momento.

Llevaba aproximadamente una semana (o es lo que suponía ya que era difícil percibir el paso del tiempo en la isla), y sus heridas estaban casi sanas, sin embargo, Beca parecía no querer marcharse de ahí y en cada momento, buscaba cualquier excusa para tener la atención de Calipso sobre ella.

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