CAPÍTULO 1

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Una lágrima, solitaria, triste, caliente y cristalina surcó su mejilla, finalizando su corto trayecto sobre la brillante y fría pantalla de su teléfono. Su corazón se quebraba, poco a poco, día a día, incesantemente. La joven levantó la vista de la pantalla y se quedó viendo a la nada. Su triste mirar se emborronaba con cada nueva lágrima que brotaba de sus ojos azul cielo. Akira lloraba, pero a nadie parecía importarle. Allí, en la oscuridad de su habitación, se sentía frágil y segura simultáneamente. Porque ellos estaban lejos, pero la herían igual, pareciendo que estaban cerca. Se tumbó, en el frío suelo de parqué y su cabellera negra con puntas azules le rodeó la cabeza. Pensó, simplemente, en todo y en nada a un mismo tiempo mientras las horas pasaban y la negatividad iba en aumento. Últimamente no había día en el que fuese feliz al completo. Todo se había complicado desde que la adolescencia pura y dura había comenzado para ella. De pronto, se veía más solitaria que de costumbre, pero a esto se le añadían los constantes abusos por parte de sus compañeros. Ella callaba por miedo a las reprimendas, mientras seguía sufriendo. Por suerte, todo se ocasionaba en las aulas, por lo que Akira solo se limitaba a esperar a que la jornada escolar acabase para abandonar lo que para ella era un infierno. Las cosas habían sido así hasta aquel mismo día, en el que había recibido un extraño mensaje de un anónimo a través de su Instagram, que apenas nadie conocía.

Aquella tarde, tras derramar unas cuantas lágrimas, había decidido olvidar el tema, bloquear al extraño usuario y esperar que aquello no se repitiera de nuevo

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Aquella tarde, tras derramar unas cuantas lágrimas, había decidido olvidar el tema, bloquear al extraño usuario y esperar que aquello no se repitiera de nuevo. Mientras todo siguiese como siempre, siendo la misma rutina que la hostigaba día a día, aguantaría.

- ¡Akira! – gritó su madre desde la cocina, de pronto.

- Dime – contestó ella bajando las escaleras.

- Pon la mesa, vamos a cenar que mañana hay que madrugar – dijo la mujer. Irma siempre había estado al cuidado de Akira desde que la pequeña había perdido a sus padres biológicos. Habían pasado ya dieciséis años desde que se había hecho cargo de aquella niña que tanto había crecido. Apenas tenía un par de meses cuando la adoptó junto a su marido.

- ¿Hoy no esperamos por papá? – interrogó Akira.

- No, hoy saldrá tarde del trabajo; me ha dicho que cenemos sin él – habló Irma. Akira no dijo nada más y siguió ayudando a su madre a poner la mesa. Lo que Akira ignoraba era que esa situación se repetiría en reiteradas ocasiones a lo largo de la siguiente semana.  Acto seguido, Irma colocó sobre la mesa una inmensa fuente en la que había preparado pasta, la favorita de ambas. La mujer se sirvió y sirvió a la joven. Comenzaron a comer con el sonido del televisor como único acompañante. Irma había preparado macarrones con queso, al horno. Akira comía en silencio, con ganas; aquella tarde no había merendado, por lo que su apetito era feroz. Tras media hora, la joven llevó su plato hasta el fregadero, se despidió de su madre y se dirigió a su habitación. Allí, entre aquellas cuatro paredes y con las oscuridad bañando su rostro, su mente viajaba libre entre las letras de sus canciones favoritas. Nunca le enseñaba a nadie sus gustos; temía que la calificaran de rara, como estaba acostumbrada a que aconteciese, por lo que había tomado esa decisión: encerrarse en sí, donde nadie la heriría. Akira encendió la pantalla de su teléfono y comenzó a teclear, sin pausa e incesantemente: escribía su día a través de metáforas y expresiones que tenían un significado que solo ella era capaz de descifrar. Todos creían que era feliz, con esa sonrisa falsa cubriendo su rostro y ocultando su herido corazón, pero la realidad era otra muy distinta. El bullying se había encargado de usurpar su alegría y ella se sentía responsable de ello, porque parece que son los acosados los que provocan su propio sufrimiento al no saber hacer oídos sordos frente amenazas e insultos de monstruos hechos persona, camuflados bajo kilos y kilos de falsedad e hipocresía.  Se había acostumbrado a vivir así, creyendo que era ella quien se buscaba todos esos flechazos envenenados que los acosadores clavaban en su frágil corazón. Una lágrima recorrió velozmente sus pómulos, dejando tras de sí un rastro salado de melancolía. Otra vez su sonrisa se había marchitado. 

Ignóralos; todo pasaráDonde viven las historias. Descúbrelo ahora