El conejo mató a la curiosidad

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—¿Y tú y yo que somos?

—Perfectos desconocidos.


Perfecto conocimiento del desconocimiento.

¿Estabas realmente preparado para enfrentarte a una variable tan desconocida como la mía?

Tú no eras una incógnita; tú eras aquel viejo aficionado a resolverlas.

Hasta que no averiguabas lo que había detrás de tanta complejidad no cesabas de operar, maniobrar y de buscar con cautela y perseverancia una respuesta.

Pero, vaya, resulta que detrás de esa complejidad se escondía un núcleo de misterio. Misterio variable fundiéndose con luz oscura. Pobre de tu cordura.

Nunca pretendí que me conocieses al cien por ciento. No pretendo ni deseo realmente que nadie lo haga, y quizás eso sea uno de mis puntos más débiles, puesto que no me agrada la idea de encontrarme a alguien indagando entre mis entrañas y mis secretos más oscuros.

¿Qué escondes?

Escondo más de lo que sabes, y sé menos de lo que escondo, 

pero eso último es algo temporal.


Dime, qué pretendes. 

Qué pretendías. ¿Buscabas llegar a algún acuerdo indefinido? ¿Deseabas romper los códigos morales y los sentimientos de algunos de tus más allegados? ¿O simplemente te dejabas llevar por los azares del destino? Qué destino, qué destino ni qué niño muerto. Tú no soportabas el destino; lo odiabas. 

No eras capaz de procesar el hecho de que cualquiera de tus palabras, acciones e incluso pensamientos estuviesen ya precedidos por una fuerza invisible que los controlase. Repudiabas el control hacia tu persona, pero no ejercerlo hacia otros. Aquello te hacía sentirte equilibrado y poderoso entre tanta ambición desbocada...


Desconocido

¿Qué somos?

Somos lo que te dije que éramos y lo que no deseaste que fuésemos. 

Cumpliría aquello con los deseos del destino, ¿no crees?

 Es probable, pero con la modificación adicional de que he sido yo la autora de esa premisa.  

¿Me rechazarás ahora por ello? ¿Profesarás el mismo odio hacia mí?


Desconocido

Dime que no soy tu destino

Venga, adelante. 

Niégamelo; niégame, a ver si puedes.


Estuviste pensando en mi recóndita respuesta en aquella fría terraza, sentado en el suelo, con tus pantalones bombachos y tus ojos achinados, sin saber ya, si te habías acostumbrado a hacerlo por cansancio, indiferencia o miedo a lo desconocido. Puta madre, vaya pirada

A penas notabas ya cómo el humo tóxico teñía de desgracia tus pulmones; te habías acostumbrado a morir en vida, entre unas cosas y otras.

Si de algo estoy segura es de que si tuvieses que adjudicarle una letra a mi incógnita elegirías la P.


No era la única hija de puta en el tablero.

Te encantaba aparentar ser un demonio, vestido de ángel

a mí me gustaba más vestir de transparencia y estar compuesta a base de mercurio.


—Dime, ¿quieres que me vaya?

—Nunca.


Tarde. Demasiado tarde. Yo nunca estuve allí.

Yo nunca posé mi dedo índice sobre tus labios agrietados.

Yo no prendí mi cigarrillo con el fuego del tuyo.

Yo nunca envenené tu mente con impurezas y deseos reprimidos.


—Eres letal.


Dime, prométeme en vano.

Pero no te prometas en vano.


Te odié tanto como te quise

 (encima mía)


Entre nosotros no hubo condiciones excepto el no amarnos. 

Quien se enamora pierde, quien pierde: pierde.


Desconocido

Dime que alguna de estas madrugadas futuras volveré a encontrarme con tu caos inédito.

Dime que mi recuerdo jamás ha existido, que solo he venido aquí para morir contigo en la tumba de aquella historia indefinida, escrita en aquel  idioma ilegible.

Niégame, a ver si así consigues olvidar las huellas de mi rastro inexistente sobre tus labios.


Memorias de Andrea / ENERGIESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora