Parte 2

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El último sonido de las campanas, marcaba la media noche, para ese momento exacto, Richard, apagaba la última vela de la casa. Ya instruida en mis continuas salidas, me coloqué la ropa de mi primo Dionisio y procedí a escaparme por el pasadizo que está debajo de mi cama. Suena ilógico, ¿no?, el pasadizo bajo mi cama, pero así lo es, esta casa, era de mi abuelo Tadeo, era una persona muy elocuente y amante de los acertijos. El me enseñó todo lo que se, lo que era impresionante a la vista de los demás, porque mi condición de mujer debería generar que mi abuelo se aleje de mí y yo solo aprenda cosas que una mujer debe saber, pero no, estoy inculcada de manera diferente.
Retomando, al arrastrarme, tanteo con sutileza hasta encontrar la gran tapa que se encuentra oculta por cajas y cajitas de juguetes de mi infancia. Al abrirla, siento ese olor a encierro, que tanto asco me daba, pero que representaba mis salidas que tan feliz me hacían.
Al lanzarme encuentro las recónditas catacumbas, a la par que camino enciendo algunas de las velas, ya no puedo estar gastando tantas, si no me van a descubrir.
Y ahí lo veo, tenebroso como siempre, esa puerta que ilógicamente, se encuentra en la herrería de práctica del abuelo, subo lentamente y está todo tal cual el lunes, continuo mi camino hasta lograr salir de la caseta.
No hago mucho más que caminar en el bosque hasta llegar al pequeño parque del pueblo, siempre de la manera más silenciosa, no pasa nada, pues claro, mi presencia parece inexistente. Me siento a la par de un árbol e imagino a la gente caminar, parejas de ancianos, niños correteando a la par de sus padres.  Sería tan Fabuloso poder estar aquí en el día, pero tristemente no puedo permitírmelo.
Pero lo que siempre, lo que más capta mi atención, es la gran casa de té de Madam Lui, una señora de gran porte, fue consentida por su marido, el Conde Vinicius, de tener su loca casa de té, siendo así el primer negocio de una mujer en toda la ciudad.
Dentro de ella, en el día, veías a todas aquellas despampanantes mujeres, algunas, con bebés en sus regazos u otras simplemente, en grandes grupos en los cuales observabas las sonrisas y gestos hipócritas, oh por supuesto, el "sueño" de toda mujer. Seamos claros que esto lo sé por pocas reuniones que fui con mi madre o por anécdotas de la misma.
Continué rondando por estos lares hasta que decidí que era hora de partir, faltaban pocas horas para que cantase el gallo y eso significaba que ya debía estar en casa.
Comencé mi caminata, pero algo se sentía extraño, como si alguien me observase. Oh no, me descubrieron, mi madre me mataría. Ante la desesperación, comencé a correr, rogando a la vida, que no me hayan considerado una opción al ver rondando a una persona a altas horas de la madrugada.
A la par, comienzo a escuchar fuertes pasos, pero, estos no eran humanos, eran como si de un animal se tratase, y justo en ese momento, siento un embiste que hace que caiga de rodillas en el suelo  de manera brusca.
No quería voltear, me negaba a hacerlo.

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