1_ Un día normal

8 3 0
                                    

   Una chica no nace preparada para escuchar a sus dos hermanos mayores llegar a las tantas y follar toda la noche. Es algo a lo que te adaptas conforme creces. Una da gracias de apenas llevarles dos años de diferencia, puesto que los gemidos ahogados y los gruñidos roncos no te sorprenden tanto a los 16 como podrían haberlo hecho a los 14. Ya había pasado el umbral de la inocencia cuando Vicenzo y Luca comenzaron a traerse chicas a casa, siempre en ausencia de nuestros padres (tanto descaro no tienen); pero eso no me salvó de despertarme debido a los golpes del cabecero de Luca contra la pared que compartíamos, salir escopetada y muerta de miedo por si un ladrón hubiera entrado en casa e interrumpir un encuentro sexual en el punto culmen para tornarlo en un instante incómodo que pasaría a la historia como la mejor mofa que Vi tenía contra Luca. En fin, hermanos. 

  Así que este era otro día normal en el que los rayos del sol que entraban por los amplios ventanales junto a mi cama me despertaban tras otra noche en la que tuve que conciliar el sueño a pesar de los ruiditos de mi hermano. A regañadientes, abandoné la comodidad de mi cama para comenzar mi rutina de viernes, no sin antes quedarme embobada observando el bosque tras los cristales. Tener una investigadora por madre y un doctor por padre tenía que tener alguna ventaja. Una casa en las afueras de la ciudad, con preciosas vistas al bosque, era un ejemplo. Una buena distracción para olvidar que casi no los veía debido a sus interminables jornadas laborales y a sus varios viajes en pareja a congresos, simposios y otras congregaciones científicas. 

  Pasé por delante del espejo y mi reflejo me devolvió una mirada azul claro. Ese color tan característico era como una huella dactilar. El azul de los Divicari, regalo de una ascendencia nórdica que ya había quedado muy diluida. Me pasé algunos mechones castaño claro por detrás de las orejas y continué mi camino. En el segundo piso solo había un baño, que Luca y yo compartíamos. Vicenzo se había quedado con el ático, no muy grande pero contaba con baño propio, privilegios de ser el mayor. De camino a la ducha, pude escuchar movimiento, no solo en el último piso, sino también en la habitación de Luca. Los Divicari se habían despertado relativamente temprano, a pesar de sus actividades nocturnas.

      Si algo he de decir de mis hermanos, es que los muy cabrones se habían quedado con toda la buena genética. Con apenas dos años de diferencia entre ellos, se habían convertido en la fantasía sexual de cualquier mujer hetero de la ciudad, lo que explicaba porque no me dejaban dormir los fines de semana. Altos, con rizos (Luca) y ondas (Vicenzo) entre el dorado y el castaño claro, la mandíbula cuadrada de papá, los labios perfilados de mamá y la altura y ancha complexión de los Divicari, perfeccionada gracias a las horas diarias de deportes y gimnasio. Pero lo que más destacaba en ellos, al igual que en mí, eran esos iris de un azul turquesa, claro como el cielo de verano. Normal que su lista de conquistas no hiciera más que crecer. 

    Aunque muchos no lo crean, ese aspecto atractivo iba ligado a dos buenos corazones. Nunca hacían ilusiones, "estaban en edad de divertirse" como ellos decían, pero sin mentiras de por medio. Ese era uno de los valores que se nos habían inculcado y un detalle que admiraba de ellos, pero lo que más me gustaba era su alegría inquebrantable. Casi nada en la vida podía quitarles la sonrisa y esas sonrisas eran hermosas. Vale, no puedo ser imparcial, soy su hermana y los adoro. He crecido al amparo de dos chiquillos que han procurado arroparme tanto como pudieran para que jamás me sintiera sola. Después de ese esfuerzo continuo, se merecen esos instantes en los que disfrutan de su juventud. Procuran no molestarme, aunque a veces sea inevitable, y yo procuro no cruzarme con sus parejas puntuales. Ese día, sin embargo, no hubo suerte. 

      Tras salir del baño, una barbie contoneaba sus caderas por el pasillo a un metro de mí. Su mirada estaba puesta en la puerta del dormitorio de Luca, desde donde este le decía adiós con la mano. Yo observaba la escena como mera espectadora y no me hacía falta mucho para comprender que la chica estaba tan segura de sus habilidades en la cama que esperaba una llamada de mi hermano que nunca llegaría. Así que sonreí por sus inútiles esperanzas mientras veía acercarse sus pronunciadas curvas embutidas en un estrecho vestido verde pastel  que favorecía su piel blanca como la leche. Por un momento, sus ojos se cruzaron con los míos. No sé qué locuras le pasaron por la cabeza, qué historias creó alrededor de la adolescente que salía del baño del chico con quien se había acostado, pero al segundo me soltó en un tono del todo despectivo:

-¿Y tú que miras, enana?

     Tenía gracia que lo dijera ella, cuyo metro ochenta era solo una ilusión creada por sus tacones de quince centímetros. Sacados estos, la canija era ella. Pero callé y di gracias al cielo de que Luca no lo hubiera escuchado o esa niña tan segura de sí misma se hubiera llevado una desilusión antes de tiempo. Me di media vuelta para recoger mis cosas del baño y dejarle el tiempo suficiente a la miss para salir de mi casa sin tener que provocar un enfrentamiento. Cuando escuché la puerta cerrarse, dije:

-Espero que la diversión hubiera valido la pena. 

    Luca se encogió de hombros al tiempo que pasaba por mi lado:

-No tanto como para aguantar que te falte al respeto- su voz era angelical, muy dulce, elemento que le ayudaba en sus conquistas. Su piel era blanca, haciendo un contraste curioso con el moreno de mi otro hermano. 

 -¿Así que lo escuchaste?

   Me encontré con sus ojos azules, fiel reflejo de los míos, mirándome desde su metro ochenta y cinco. 

-Por ahora no estoy sordo- alargó su mano hacia el embrollo que era mi pijama- . Deja que te ayude. ¿Lo tiró para lavar?

-Sí, por favor- y, sin más palabras, cogió las prendas y se las llevó- ¿Y Vicenzo? ¿Sigue durmiendo?

-Sí, aunque Lina se fue hace horas.

-¿Lina?

-La chica que conoció anoche. 

-Ah - no necesité más información.

     Un dato curioso de mis hermanos son sus nombres. Tal vez mi madre, en un éxtasis postparto, adivinó el futuro de sus hijos y les puso un nombre en consecuencia. El mayor se llama Vicenzo, que significa "el conquistador". Super adecuado a la situación, ¿no os parece? El mediano, Luca: hombre que eclipsa a los demás, con luz propia. O eso decía Internet, aunque también muy adecuado para él. Mi nombre, en cambio...

-Ana, ¿vienes a desayunar?

    La voz de Luca me llegó amortiguada desde el final de la escalera, en el piso de abajo. Le grité que sí para que me escuchara mientras daba vueltas en mi habitación, destapando la cama y doblando las mantas. Ana... La compasiva... La llena de gracia. No era una miss ni una conquistadora. Pero no tenía problema con ello. 

      Bajé a desayunar con Luca. Minutos después, la voz profunda y ronca de Vicenzo nos llegó desde la puerta y lo que parecía una escultura de un dios griego semidesnudo apareció caminando ante nuestros ojos. Vicenzo siempre tenía calor, daba igual la época del año en la que estuviéramos. No había mañana en que no apareciera sin camiseta en la cocina. Aunque Luca y yo simplemente dábamos gracias de que no se le ocurriera aparecer sin pantalones. Con un escueto buenos días que dejaba entrever que aun no se había despertado del todo, fue hasta la encimera de mármol negro, alborotándome el pelo con su mano derecha al pasar por mi lado. De nada servían mis protestas, era su forma de saludarme. Aun así, yo me quejaba. Era como un ritual.

-¡Vi, para!

-No grites. Me duele la cabeza- hizo una mueca de dolor seguida de otra implorando mi compasión.

-Espero que te la hayas lavado al menos.

   Al tiempo que llenaba un bol de leche y cogía los cereales, mi hermano encontró las fuerzas para soltar una risotada. Ni la resaca ni el cansancio le quitaba las ganas de reír. Vino a la mesa y se sentó al lado de Luca, enfrente de mí. El mueble de cerezo era cuadrado, con tres sillas en los laterales que nos pertenecían a nosotros y dos en los extremos, vacías. Sus propietarios estaban de congreso hasta el martes. Era una mañana normal de un viernes normal. Las voces y risas de mis hermanos llenaron la casa como todas las mañanas. Poco después, fuimos a prepararnos para otro día de clases. Vicenzo estaba ya en la Universidad, en segundo año de derecho. Él entraba una hora más tarde que nosotros por lo que le tocaba llevarnos al instituto. Luca estaba en último año y a mí me quedaban dos para graduarme. 

      Tras el alboroto y la histeria típica de todas las mañanas, los hermanos Divicari nos subimos al mustang negro de mi hermano mayor y nos encaminamos al instituto que quedaba a media hora de camino. Vi el paisaje pasar a toda prisa por la ventanilla mientras Vi aceleraba montaña abajo. Disfrute de las vistas hasta que los árboles dieron paso a los edificios. 

La novia de mi hermanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora