Cuando se murió el morrón

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En algún momento dejaste de bailar cuando me veías en la cuadra de enfrente y caminabas hacia mí, como cuando te conocí. Cruzaste la vereda, saludándome con el brazo en alto, ahí me di cuenta que me iba a doler. Usabas unos borcegos negros a los que le sobresalían medias blancas y el jean te dejaba ver un poco de piel, de la remera no me acuerdo, creo que era negra también y tenías una campera de lluvia aunque ese día no estaba ni iba a llover. En la mano tenías una plantita de morrón que me regalaste. Nunca creció y se marchitó y se llenó de plagas y se murió y mi mamá la tiró a la basura cuando todo dejó de ser divertido.

Nos encontramos en la esquina de un bar a las 8. Tenía las ilusiones bajas y las expectativas apagadas aunque por Tinder me habías caído bien. Otra historia más de las que terminan en nada, pensé, quizás, ojalá hubiese sido así. Pedimos la misma birra y a las papas no le quisiste agregar nada, pasaron 3 horas y todavía quedaban 2, la mesera se quiso llevar la bandeja y le dijiste todavía no, te comiste las que quedaban y ahí sí se la devolviste con un ahora sí, gracias. Te pregunte si querías tomar otra cerveza y anticipaste que te pones en pedo rápido. Es divina, le escribí a Juan cuando fuiste al baño. Movías las manos para hablar, y ponías cara de nerviosa cuando te interrumpía pero escuchabas igual. Te reíste de tu mamá, de tu papá, de tu hermano, de tus amigas; y me confiaste secretos de ellas bajo la confianza de que no las conozco y que quizás nunca lo haga. Te indignó el desalojo del Guernica aunque no sabías mucho del tema, y la trata, y las trabajadoras sexuales, y la crisis con el medioambiente, y la crisis con los animales, y la crisis sanitaria por los que rompen la cuarentena, aunque nosotros no terminamos cumpliendo muchos protocolos.

Pagaste con la tarjeta y te di la mitad en efectivo. Habían pasado 4 horas y te dije de ir a caminar, aunque con la duda de que quizás me digas que no, con la inseguridad de que quizás no te había gustado, con la certeza de que seguro con algo la había cagado. De los billetes que te di dejaste sobre la mesa uno de 100 aunque ese no era el 10% del total. Me agarraste la mano y caminamos por Avenida Córdoba, te señalé el Normal 1 y cada vez que volvimos a pasar por ahí me recordaste el dato de color que te tiré ese día. Caminamos yendo hasta tu casa aunque yo no sabía dónde vivías. Me mostraste dónde terminaste la secundaria y nos tiramos a ver las estrellas en Plaza las Heras. Cómo me va a doler. Ninguno dio paso de nada por miedo, por inseguridad o por confiar en que el otro lo iba a hacer.

Se hicieron las dos. Me invitaste a tu casa. Yo quería ir pero no quería que pase nada, ahora no. Sacaste una cerveza Andes Roja de la heladera y la serviste en vasos que tenían estampados la fórmula para hacer cerveza, te los habían regalado por tu cumpleaños. Cuando dejo de ser divertido dejaste de poner esos vasos y la servías en unos rojos chiquitos de plástico que volvían la cerveza a sabor de cumpleaños infantil.

Nos sentamos en el sillón y me quedé mirando tus libros mientras buscabas en diferentes cajones unos dibujos que habías hecho al principio de la cuarentena. Tu departamento era un desastre de cajas, frascos y papeles para reciclar, hojas, apuntes y cuadernos de la facultad, macetas, tierras y semillitas de morrón en una servilleta, y tijeras, cremas y varios cepillos de dientes. Cuando dejo de ser divertido te ayudé a ordenar. Te pregunté por un libro en particular, entre el sueño, el alcohol y la miopía se me había vuelto borrosa la vista y me dijiste de todos los libros que tengo justo preguntas por mi álbum de fotos de los 15. Te insistí para verlos y me dijiste que no, al final me dijiste que sí, me mostraste algunas fotos y me contaste cosas de tu cumpleaños, de la secundaria, de la adolescencia. Nos reíamos agarrados de las manos. Me gustas tanto, pensé en ese momento. Te pedí permiso para darte un beso porque para todo tengo que pedir permiso y te burlaste de eso y después me dijiste que te gustó que te haya pedido permiso porque que estés conmigo hace 7 horas y estemos en tu casa no es garantía de que te pueda dar un beso irrespetuoso. Me llevaste a tu cuarto y fuiste al baño, mire el celular después de 7 horas sin hacerlo. Tenía 5 llamadas perdidas de mi mamá, 3 de mi hermano, 2 de mi ex y varios mensajes de mis amigos. Me tuve que ir, pero antes te dije que te quería volver a ver y que la había pasado muy bien. No me devolviste el saludo y eso un poco ya me había empezado a doler.

Cuando dejó de ser divertido vos ya estabas esperándome sentada en un café, ya habías pedido. Te pregunté cómo estabas, me dijiste mal y que te querías tomar un tiempo, un tiempo largo. Me enojé. Como siempre lo hago desde que no es divertido, desde que me pedís que te cuente si habló con alguien como si para mí vos no fueras suficiente o te presté más atención, con la falsa idea de que no tenemos exigencias en el amor. Hablé fuerte, lloraste, levanté la manoy la mesa de tres patas disparejas se movió. Te asustaste y me miraste con miedo. Pasaron 15 minutos y te pregunté si me podía ir. Me dijiste que sí. Me fui y ninguno dijo más nada. 

A JuliánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora