the beginning

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Uno

Louis corre hasta que sus músculos arden y queman de bajo de su piel.

A pesar de que cae contra el suelo rocoso y sus manos se raspan generando pequeños cortes ardientes, se apresura a reincorporarse en la carrera contra su vida.

Ni siquiera es completamente consciente de la exacta razón por la cual se aferra tanto a aquel nefasto plano existencial en el necio intento por sobrevivir, quizá no son más que los caprichosos instintos de su propia naturaleza que le sueltan cada vez mayores cantidades de adrenalina para que siga huyendo.

Así que continúa.

Su costado duele, la sangre caliente que brota de la reciente herida sobre su costilla se siente agonizante con cada zancada que da hasta el punto de casi querer dejarle sin respiración.

Puede escuchar el estrépito de los pasos apresurados de las pesadas botas que impactan contra el irregular terreno, provenientes del grupo de hombres que casi le pisan los talones, tanto como el desagradable aroma de alfas soltando serotonina por un cruel placer de pronto verlo desahuciado.

Pero no los puede culpar, no cuando de haber estado en su lugar se alegraría tanto de sí mismo de por fin encontrar aquella escoria de persona que se atrevió a desertar, ni mucho menos cuando toda su maldita vida había sido educado para ello.

Entrenado sin descanso hasta desfallecer y que sus huesos dolieran en lo más profundo con un único objetivo en la mente, ignorando el horroroso dolor que aumentaba sobre sus tendones dejándole momentáneamente ciego.

Él haría lo mismo.

No podían explotar sus cuerpos en vano ¿cierto?

—¡Vamos maldita perra Tomlinson! Deja de ser un jodido cobarde y ponte de rodillas —vocifera uno de los alfas del cual reconoce su voz como la de su antiguo compañero de toda la vida en el ejército.

Echa un rápido vistazo por sobre su hombro mientras termina de cargar el arma con sus manos temblorosas y con una respiración entrecortada.

Aún hay alguna distancia significativa entre ellos que le permite seguir en pie, sin haber ya sido tecleado o atravesado por cualquier tipo de bala en la cabeza, porque todo lo que ha hecho ha sido evadirlas cada que estas iban dirigidas. Quizá ellos solo están esperando a que sus piernas sucumbieran ante el cansancio y así pudieran tomarlo para darle una de esas muertes lentas como dolorosas hasta que suplicase por piedad.

Pero Louis jamás suplicaría por nada.

Entonces se limita a tornar ligeramente su cuerpo para hacer una seña soez con uno su dedo medio, para después regresar su atención al camino pedregoso por el que pisa. Su corazón le hace prisionero con cada latido desesperado, en el momento en que se percata lo cerca que está de su propio hogar.

Mierda.

Él podía sobrevivir, tanto como si como no. Ni en sus más locas simulaciones podría mostrarle a aquel grupo de sanguinarios veteranos donde es que su casa quedaba, porque entonces  tendría que matarlos a todos y cada uno de ellos para que sus enormes bocotas delatoras no le echaran a perder todo.

Había pasado tanto tiempo en el anonimato de las inmediaciones de la ciudad, en el terreno más discreto que pudo haber conseguido una maldita casa que se mantuviese en pie a pesar de las montañas, para que aquello terminase de aquella ridícula forma.

Apreciaba tener un lugar donde dormir a pesar de prácticamente haber sido desterrado de su nefasto intento de sociedad, en el centro de la metrópoli.

Así que bajo lo que presiente son las miradas confundidas de los alfas, torna de golpe hacia la dirección del este en el terreno más irregular que sólo logra hacer el doble de difícil correr por su vida. Pero eso no importa ahora, tampoco importa que queden pocos metros antes de que la urbe permitida llegue a su fin.

Redecorate  (l.s)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora