Capítulo 1

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Debilidad

Isabella

No puedo respirar. Al menos, no como una persona normal lo haría. Siento mi tráquea cerrarse con cada segundo que pasa y, desesperada, me toco el pecho tratando inútilmente de calmar el ritmo acelerado de mi corazón acompañado de un martirizante dolor en esa zona.

Mis párpados se abren y cierran continuamente a la vez que mis extremidades luchan por sostener mi inestable cuerpo. Pequeñas gotas de sudor frío decoran mi frente cuando cierro los ojos y recuesto mi cuerpo contra el lavamos del baño de mi oficina.

Se supone que en dos horas tengo una reunión con todos los directivos del imperio Dalzini, pero heme aquí, incapaz de siquiera poder pedir ayuda ya que de mí solo salen débiles jadeos en busca de que el aire llegue a mis pulmones.

Aunque, pensándolo bien, no lo haría. Estoy harta de que todos me traten como si fuera de cristal... como si estuviera defectuosa.

«Sabes que lo estás». Me susurra la bastarda voz en mi mente.

Los pensamientos negativos e, incluso, despreciativos vienen a mí tan rápido que mi cabeza —afectada por la falta de oxígeno—, no puede aplacarlos causando que me sienta peor. Ligeras lágrimas se deslizan por mis mejillas cargadas de frustración porque estoy cansada de estos episodios y, aunque no me ha pasado en público —lo cual agradezco—, detesto saber que esto podría repetirse una y otra vez cual círculo vicioso se tratase.

Con una mano doy ligeros masajes a mi pecho queriendo que este deje de apretar y continuo con esta acción por los diez minutos que transcurren según el reloj digital en mi muñeca derecha. Temblorosa, me aparto de el reflejo del espejo que me vocifera que por más que luche soy y seguiré siendo débil.

No lo soy.

Repito esto en mi mente como un mantra, convirtiéndolo en una especie de oración que me libra de todo mal y, al parecer, funciona ya que no sé cuanto tiempo pasa, pero cuando reacciono mi pulso ya no está tan acelerado ni me siento tan enferma, solo un ligero dolor de cabeza se ha instalado en mí.

Cuidadosamente me incorporo, sacudiendo cualquier polvo o pelusa que se haya adherido a mi traje de dos piezas negro de Chanel y salgo a paso lento del baño. La claridad de mi oficina me recibe gracias al ventanal que tiene con vista a la ciudad de Atenas en todo su esplendor. Su diseño es modernista reinando los colores blanco y beige.

La botella de agua que tomo de la licorera me ayuda a ingerir las dos pastillas para mi dolor de cabeza y realizado esto, con ayuda del maquillaje, me dedico a darle un poco de color a mi todavía pálido rostro.

«Una reunión más y podré ir a casa».

Con ese pensamiento salgo de mi oficina evocando el andar que me caracteriza: Imponente y elegante. Adopto mi máscara de «aquí no ha pasado nada y de «soy la jodida dueña del mundo». Porque una cosa es que te derrumbes en la soledad de tu cuarto, sin que nadie te vea y se entere de lo que pasa y otra muy diferente es que todos vean y se enteren de tus debilidades.

Este es el último piso de los diez que tiene esta empresa y solo cuenta con una recepción, tres oficinas —incluyendo la mía—, y dos salas para reuniones.

Un suspiro sale de mí al llegar a la puerta de la sala de reuniones. No es nada fácil dirigir un imperio como el mío el cual se desenvuelve en varias áreas. Al entrar, todas las miradas se posan en mí llenas de respeto, temor y hasta devoción.

Con solo veintitres años muchos me admiran y me consideran como un ejemplo a seguir y no los culpo. Soy un prodigio en el arte del diseño y creación de joyas y excelente en los negocios. Mis organizaciones en contra del cáncer y la violencia de género son reconocidas mundialmente sin mencionar que las obras realizadas por la empresa constructora heredada de mis padres es solicitada por gobiernos que encabezan la lista de las potencias mundiales.

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⏰ Última actualización: Jan 11, 2023 ⏰

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