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Mi padre gritando no era una novedad. Tampoco lo era que mi hermano fuera la razón de esos gritos, ni que estuviera temblando por ello. Papá era demasiado estricto con él, le exigía frialdad, la suya propia, que Akiteru no había heredado.

Mi hermano era un ser que irradiaba dulzura, amor y comprensión. Creo que aquello era lo característico de mi madre, y yo estaría muy orgulloso de parecerme a esa tan maravillosa mujer. Sin embargo, que Akiteru, el primogénito de los Tsukishima fuera un "blando" no era más que motivo de deshonra para papá, ya que eso significaba que sería un inoperante al heredar el negocio familiar y convertiría a los temibles Tsukishima un hazme reír de la sociedad.

—¡Bajarás conmigo y jalarás el maldito gatillo!

Elevé la vista de mis manos que jugueteaban con el llavero de dinosaurio. Mi hermano temblaba más de costumbre. Generalmente le daban trabajos fáciles, algo como intimidar o hacer presencia en las reuniones sociales. Pero esta vez, era diferente.

Debajo, en la bodega bien iluminada, había dos personas arrodilladas. Los podía ver desde el segundo piso, pero sabía perfectamente que desde abajo solo se podría ver un espejo.

Los Yamaguchi eran aliados, desde casi siete años. Conocí al único hijo del matrimonio cuando tenía diez años, y ahora que lo observaba bien, no había cambiado mucho desde aquel entonces. Casi lamentaba que a la Señora Yamaguchi le quedaran pocos minutos de vida, pero aquel sentimentalismo se esfumaba cuando recordaba por qué estábamos a punto de matarla.

Ella nos traicionó. O más bien, su marido lo hizo usándola para envenenar a mi madre. Papá averiguó enseguida que ellos fueron, pues estaban siendo doble espía con otro grupo de familias que rivalizamos desde siempre.

La venganza se sirve en un plato frío, era una enseñanza muy arraigada en nuestra familia. Y el que esperáramos tanto tiempo para matarla era una clara demostración de ello. El Señor Yamaguchi no sabe lo que le tenemos preparado.

—Vamos —sentenció mi padre.

Los seguí con la mirada mientras bajaban. Unos minutos más tarde aparecieron a través del vidrio con pasamontañas y ropa con la que no podrían ser reconocidos, en el primer piso. El chico y su madre temblaban, sin tener ni la más mínima idea de quienes los habían secuestrado.

Tadashi dijo algo, debe haber sido algo grosero, pues mi padre lo golpeó con fuerza en la boca. El chico escupió sangre, y no volvió a abrir la boca.

Papá incitó a Akiteru a dispararle levantándole el brazo. Supongo que no podía darle ánimos en palabras para que no le reconocieran la voz.

Mi hermano no disparó. Mi padre terminó por quitarle el arma, y un movimiento ágil le disparó justo en medio de la frente. La mujer cayó hacia atrás, con un tremendo orificio atestado de sangre. Tadashi gritó, tan fuerte que pude escucharlo aun con el vidrio. La sangre de su propia madre se había introducido en sus ojos, y estos se limpiaban con las lagrimas incontrolables.

Estaba hecho. La venganza había comenzado.

Algo que no supe reconocer se removió dentro de mi cuando visualicé la expresión del chico. El dolor que transmitía...estaba seguro de que esa expresión solo se puede poner una vez en la vida, y es cuando muere a quien más amas.

Decidí levantarme para dejar de verlo. Pronto haría la entrada el Señor Yamaguchi junto a nuestros hombres que le "ayudaban" a buscar el paradero de su familia. Así que debíamos salir pronto, sobre todo de esta habitación lujosa en la que parecía haber una recepción para la muerte de la mujer.

Al llegar a casa, el silencio de siempre nos recibió. A pesar de que días después de la muerte de mi madre, papá contrató a un staff de sirvientas, ninguna de ellas pudo llenar el espacio que dejó mamá. La casa siempre estaba limpia, olía como una oficina en lunes, y, además, la gente parecía que apenas respiraba.

Una bala con tu nombre (TSUKKIYAMA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora