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Su mano se aferró a mí, como si tuviera miedo de que desapareciera. De cierta manera podía entender su miedo a la soledad, pues esta en las noches frías y oscuras te abraza como una camisa de fuerza, te grita que no hay nadie a tu alrededor que te pueda abrazar, que te entienda, que te quiera. La soledad era tan molesta, pues se jacta de que nadie te acompañe a cargar aquel dolor que te quema las entrañas.

Se despegó unos centímetros para decir algo, busqué su mirada con una desesperación totalmente anormal en mí. ¿Por qué quería ver con tantas ansias su rostro?

—No me mires —susurró. Dirigí mi vista hacia las cortinas. Azules, tal cual unos minutos antes—. ¿Podrías...dormir conmigo?

Me paralicé. Nunca había dormido con alguien, excepto mi madre.

Estar tan vulnerable con alguien a centímetros tuyos me parecía el acto más valiente y de confianza de la vida. Y por alguna extraña razón, no dudé en asentir.

Se acostó en el lugar de la ventana, en una posición contraída que lo hacía ver absurdamente pequeño. Me acomodé a su lado, con nerviosismo. Podía sentir mis muslos tiritar con el contacto de la sabana helada, pero no era frio.

El resplandor de la luna iluminaba un trozo de la habitación, todo el resto estaba en penumbras. Aun así, la silueta del chico se veía como la curvatura de una guitarra de madera. Tenía la sensación de que al tacto pareciera recién pulida.

Suspiré. Cuando me acomodaba para dormir, Yamaguchi se volteó. Sus ojos quedaban a la altura de mi nariz, haciendo que sus pestañas cosquillearan en esa zona. Su respiración chocaba con mis labios...mentiría descaradamente si dijera que no sentí aquello como una invitación a besarlo.

Besar. Nunca había besado a nadie. Nunca tuve ganas de besar a alguien.

Mi mano, de forma involuntaria, acunó su mejilla, pues aún quedaban lágrimas. Lo sentí sobresaltarse ante mi tacto, mas no se movió, parecía disfrutar del calor de mi mano. De inmediato, y como si hubiese tocado una tetera hirviendo, saqué mi mano.

Maldición. Tadashi pareció bastante desilusionado.

—Iba a preguntar...—bajó la mirada mientras rascaba su mejilla—... ¿Qué pasó exactamente con tu madre?

Bloqueé todos los pensamientos de inmediato. Pues qué podría decirle, ¿fue tu maldito padre? Nah.

—¿Tengo cara de querer ser entrevistado? —gruñí.

—Bueno —soltó una pequeña risita—, no. Eres muy diferente a tu hermano.

—Sí. Es porque somos diferentes personas —hizo una mueca, que me llevó a suavizar un poco la frase. No se merecía que fuera tan despectivo con él—. ¿No crees?

Y ese fue el paso para que se le iluminaras un poco aquellos ojos. Así que, supongo que tenía ganas de conversar un poco. Mientras fuera él quien hablara, no tenía problema en escucharlo. Mentiría si dijera esa estúpida frase que todos dicen sobre "soy bueno escuchando", porque odio escuchar las barbaridades de la gente. Por lo mismo, siempre cargo mis audífonos, e incluso, en ocasiones, como por ejemplo un almuerzo con mi padre, aprendí a silenciar a los demás recitando las fórmulas matemáticas o químicas, incluso las físicas.

—Comparten genes, deberían parecerse un poco.

—No todos los hermanos se parecen.

—Ustedes son los únicos hermanos que conozco que no son para nada idénticos.

—¿Acaso conoces todos los hermanos del mundo, Don Sabiondo? —elevé una ceja. Estaba seguro de que la luna iluminaba muy bien mi rostro.

Yams sonrió.

Una bala con tu nombre (TSUKKIYAMA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora