Atrapado en el cuerpo de un personaje destinado a morir, Elio debe encontrar el camino de regreso a su mundo en medio de una guerra por el Trono de Eclipse.
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Elio no tiene tiempo, el reloj de arena empezó a correr; sin aliados y conviviendo con...
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CALIXTO
Calixto Víbora conoce sus defectos como a la callosa palma de su mano; su Madre nunca se cansa de decírselos en la cara, sin pudor ni falta de crueldad, creyendo que así podría meter un poco de sensatez y obediencia en su hijo mayor, quien jamás guarda sus opiniones impertinentes y de poco juicio, y desata desaforadas peleas contra hijos de Casas de baja cuna en el Palacio Espilce y en eventos importantes del Clan Oro. Es que, después de todo, nunca le han gustado las cosas débiles; detesta el simple olor de un esencialista que no ha llega a la fase Treos. Su repudio es hacia aquellos esenciales sin talento ni honor, mencionando la Casa Víbora con el pretexto de que son sus vasallos.
Si no tiene esencia suficiente para pelear a su par, o contrarrestarle un segundo, no merecen estar siquiera debajo de los Víbora. Calixto se mete en peleas, deja en vergüenza a su Casa, pero es para limpiar las impurezas. Su Madre puede decir cuántas veces quiera su discurso, al final siempre termina por deshacerse de los vasallos que son marcados por Calixto.
La Casa Víbora no ha sobrevivido todos estos años por compasión a otros. Ellos actúan antes de que la situación se torne de la peor forma. Los Dioses han sido misericordiosos todos estos años, permitiendo tales acciones, haciendo creer a Calixto que están en lo correcto.
Qué equivocado.
Cuando Calixto Víbora empezó a sentir desprecio hacia su hermano menor, fue la primera vez que lo vio, Amaris debía de tener unos siete años. Nació débil, prematuro, creciendo en su habitación, confinado y vigilado por su complexión de Onamuh, sin signos de que iba a ser más sano de lo que era en ese momento. Madre nunca lo visitaba, ni Padre, tampoco hablaban sobre él. Los gemelos vivieron por varios años sin saber de la presencia de un tercer hermano. El día que Calixto se topó con Amaris, estaba escapando de su Instructor de esencia, corriendo por los pasillos desconocidos de los que le habían advertido no pisar, sabiendo que no lo encontrarían ahí. Había un cuarto escondido en árboles y arbustos, rosas creciendo descontroladas por doquier, su olor siendo lo predominante en todo ese espectáculo de plantas, y en medio de todo ello, había un niño. Al principio, Calixto pensó que era una criatura del bosque salido de esas historias que su nana les contaba para hacerlos dormir; Amaris estaba hasta los huesos, su cabello negro cayendo en cascada por su bonito rostro, mas, su piel morena estaba llena de runas hechas salvajemente que dejaban un rastro de sangre por su ropa blanca llena de tierra, nunca encontrándoles significado ni en el presente. Sin embargo, eso no fue lo que más llamó su atención: sus ojos lucían sin vida, de un color gris sucio y apestaba a putrefacción, su esencia era tan anormal que aún no olvida el olor que desprendía aún rodeado del matorral de rosas. Los Dioses lo abandonaron antes de dejarlo madurar. Calixto estaba horrorizado por la imagen del niño enfermo con olor a muerto. Aguantando su llanto, escapó y no dijo palabra alguna de aquel encuentro, ni a Mikael, su gemelo.
No sabía que era Amaris, hasta unos años después, cuando su semblante era menos delgado y su olor putrefacto se volvió un amargo recuerdo de la infancia que le provocó pesadillas por una semana. Era tan humillante siquiera tenerlo en la Casa, ser su sangre, verlo merodear por los pasillos como un espectro. Creía que Amaris sería el secreto que todos callarían hasta morir, haciéndolo pasar por un mero sirviente, no dándole más pensamiento del necesario.