XIII

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                                                                  1

 Minutos después de haber aterrizado, todo el mundo se estaba preparando para lo que se venía. Nos levantamos de nuestros asientos y caminamos hasta la escalera de descenso. Avanzamos por la pista hacia el aeropuerto, miré el gran reloj electrónico en unas de las paredes principales; 4 A.M. Una vez allí, organizamos nuestra salida.

 —Hay fanáticos y fotógrafos afuera—. Se nos acercó Jeff. —Nos dividiremos en grupos para evitar algún problema. Dave y Kurt, ustedes vayan detrás de mí—. Entonces señaló al bajista. —Krist, tú acompaña a la chica, eres más alto que ella y podrás resguardala fácilmente—.

  Todos asentimos y nos dirigimos hacia la puerta, pero antes de salir Kurt tomó el brazo de Krist.

 —No la pierdas de vista—. Dijo, señalándome discretamente con la cabeza.

 —Tranquilo—. Levantó las manos, con una sonrisa burlona. —No lo haré—.

  El rubio alzó las cejas y lo miró como si estuviera diciendo, "lo digo en serio". Jeff y demás guardias empujaron la puerta de cristal, nos aproximamos unos pasos hacia la multitud, los destellos de las cámaras y los gritos del gentío me aturdieron al salir. Krist pasó su brazo por mis hombros, atrayendo mi cuerpo hacia él, para evitar que alguien me quitara de mi camino. A lo lejos divisé una familiar furgoneta negra, caminamos lo que me parecieron horas, marchaba con mi mirada en el suelo, ignorando los gritos de mi alrededor. Todo aquello era horrible, estaba viviendo en carne y hueso lo que Kurt tanto odiaba, y yo eventualmente lo estaba empezando a hacer, comenzaba a detestar esa indeseable e innecesaria atención. Volví mi mirada hacia el frente, ya estabamos llegando. Un miembro del equipo nos abrió la puerta y con dificultad subimos. Al sentarnos, todos dejamos escapar un suspiro tan profundo que parecía ascender desde los talones.

 —¿Todo el mundo está bien?—. Preguntó Dave, a lo que los demás asintieron. —¿Y tú, Kate?—.

 —Mejor que nunca—. Reí.

  Viajamos en la camioneta por otra hora, hasta llegar a un hotel en las afueras de la ciudad. Bajamos y no fue necesario formarnos en un grupo, pues allí no había una masa de gente. El edificio era hermoso por fuera, unas diez veces más que mi apartamento, al entrar su interior era incluso más increíble. El vestíbulo poseía una iluminación magnífica gracias a unos candelabros de vidrio que colgaban del cielo raso, sin dejar atrás a las coloridas pinturas que formaban parte de la decoración. Jeff habló con la secretaria y se nos acercó, con una planilla en su mano. 

 —Ya tengo los grupos para las habitaciones—. Exclamó, alzando la hoja. —Krist y Dave, ustedes se alojan en la habitación 301. Kurt y Katherine, en la 303—. Finalizó, arrojándonos las llaves del dormitorio.

  Quedé perpleja ante las palabras de Jeff, ¿estaba a punto de compartir una habitación con Kurt? ¿Kurt Cobain?, sentía temor a lo que iba a salir de todo esto.

                                                                    2

—No te preocupes, trataré de ser un buen compañero de cuarto—. Sonrió, a la vez que abría la puerta e ingresábamos nuestras cosas al cuarto.

  Observé mis alrededores y quedé fascinada, la habitación era enorme a comparación de la que habitaba en Seattle, ésta tenía un cuarto de baño de lujo, el suelo estaba alfombrado, un televisor que supuse era uno de esos de última tecnología de la época, colgaba en la pared, frente a la cama. Dios, la cama, ésta era de tamaño matrimonial, y Kurt se hallaba tendido en ella, con las manos en su cabeza y sus ojos cerrados.

 —¿Kurt?—. Me senté a su lado. —¿Qué te ocurre?—.

 —Mi estómago—. Murmuró. —Me duele, demasiado—. Parecía costarle sacar las palabras.

 —¿No tienes nada con qué calmar el dolor?—. Ya sabía la respuesta, pero necesitaba oírla de él.

 —Sí, pero no quiero hacerlo en frente de tí, Kate, creéme—. 

 —¿A qué te refieres?—.

 —Me inyecto heroína para apaciguar el dolor—. Se sentó y me miró, haciendo una mueca. —Se ha vuelto una adicción. Por favor, no te asustes ni te alejes de mí por ésto—. Dejó caerse de vuelta a su posición anterior.

 —No tengo intención de hacerlo, Kurt—. Le miré, nunca había visto a sus ojos emanar semejante tristeza, tal así que deseaba romper en llanto, pero traté de contenerme. —Quiero ayudarte—. Volvió a sentarse pero esta vez apegó las rodillas a su pecho.

 —No hay manera—. Negó con la cabeza. —Soy un caso perdido—.

 —No digas eso, déjame hacerlo—. Él dejó salir un largo suspiro, bajó su mirada y sonrió.

 —Basta, Kate. No sigas—. Se levantó y comenzó a revolver entre sus cosas, no dejaría que lo haga.

 —Kurt, para—. Tomé su brazo, obligándolo a detenerse. Él se dio la vuelta y me miró.

 —¿Por qué lo haces?—. 

 —¿Hacer qué?—. Fruncí el ceño. 

 —¿Por qué intentas tan duro tratar de ayudarme? ¿Por qué crees que hay siquiera una manera de tratar de ayudarme?—. Apartó su mirada de mí, estrujando la mandíbula. 

 —Porque creo en tí, Kurt; y porque me importas—. Apoyé mi mano en su rostro, volviéndolo hacia mí. —Todos tenemos fuerzas en nuestro interior para salir de una adicción, para remediar un corazón roto e incluso para superar la muerte de un ser querido, tenemos un ángel bueno para ayudarnos—. Acaricié su mejilla con mi dedo. Después de varios segundos callados, él me envolvió en un fuerte abrazo. Sentí la calidez de su cuerpo y me apegué más a él. 

 —¿Prometes que nunca te irás? ¿Que nunca me dejarás?—. Susurró en mi cuello.

 —Lo prometo—. Sonreí.

  Pasamos varios segundos así, en un agradable abrazo, en un silencio cómodo, hasta que Kurt volvió a hablar.

 —¿Kate?—.

 —¿Sí?—.

 —Creo...—. Rió por lo bajo. —Kate, tú eres mi ángel bueno—.

Abril del '94 ●• Kurt CobainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora