Cero.

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Harry salió de su trabajo, odiaba un poco a su jefe por dejarlo tan tarde, pero necesitaba más horas extras, el dinero era indispensable en su casa.

El era un omega y estaba solo, necesitaba ese estupido dinero y sentía que a veces su jefe se aprovechaba de ello.

Eran casi las 11:30 de la noche y de suponía que su turno acababa a las 10:00, "pero un mesero debe cumplir con su deber". O eso le había dicho Michelle, la esposa de su jefe.

¿Porque todos lo trataban como basura?

Estaba muy cansado, estudiar, ser mesero y vivir solo no era fácil.

Mucho menos siendo un omega, pero lo hacía sentir algo orgulloso, el solito podía con eso y más.

Las calles de Londres por lo regular nunca estaban vacías cuando el se marchaba, pero ahora parecían desoladas. Ni siquiera los fantasmas estaban allí, era raro, tal vez debió tomar el camino largo por la avenida principal en vez del camino usual por las calles normales.

Pero ya estaba ahí, así que se quitó los audífonos, cuando sintió el frío recorrer su piel.

Era invierno, noviembre estaba terminando, era normal tiritar.

Su lobo comenzó a despertar, estaba un poco ansioso, así que dio un buen respiro antes de cruzar la calle.

Un olor extraño se filtro en su nariz...olía a plástico quemado, tal vez algo de incienso muy fuerte y desagradable, para él.

Volteo para atrás pero no vio a nadie, tal vez no era un persona, o eso quería pensar el. Tal vez solo era un olor el aire.

—Vamos, solo un poco más— se dijo a si mismo, porque por alguna razón la piel comenzaba a picarle. Su lobo se estaba retorciendo, cada vez estaba más inquieto.

Con suerte llegaría en unos 15 minutos a su departamento.

Pero en 15 minutos pueden pasar muchas cosas.

En su mente se descargaron todas esas horribles noticias de omegas desaparecidos, mujeres, niñas, niños y hombres, carteles en las calles y madres llorando desconsoladas en la televisión.

No quería jamás que su familia pasara por eso.

Así que hizo que sus zapatos de vestir se apresuraran, agarro las correas de su mochila. El piso estaba resbaladizo, había llovido y la débil luz de las lámparas no eran suficientes para alumbrar toda la calle.

Cuando volteó de nuevo hacia atrás, sintió que podría morir en ese momento. Y su corazón le cayó en los pies.

Un hombre con abrigo largo se escondió detrás de la pared de un callejón, tratando de pasar desapercibido.

Harry no supo cómo, pero comenzó a caminar como si no hubiera visto nada, aunque apuró su paso lo más posible. Su cabeza solo repetía:

No, a mi no, por favor.

Pero esa noche alguien iba a cazarlo.

El chico podía sentir la mirada de alguien más en la espalda y eso lo estaba desesperando como nada, así que comenzó a trotar, olvidándose de parecer normal.

Realmente solo quería seguir vivo, no tenía la mejor vida, pero respirar siempre era un buen comenzó. No quería que nadie le arrebatara eso.

El hombre del abrigo negro salió del callejón y lo miró desde lejos, caminando a paso lento mientras veía como Harry de alejaba trotando.

No importaba, el sabía donde vivía.

Aunque Harry corriera a su departamento, lo alcanzaría.

De hecho, sabía su horario y había sido perfecto que justo ese día su espantoso jefe lo explotara un poco más, lo lanzó directo a sus garras y no temería en enterrarlas en su lindo cuerpo.

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