Parte única

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La comida que es una mezcla de frutos cocidos y papa molida, preparada por mi madre de los resultados de la cosecha de mi padre.

Acerco el plato al agujero podrido del tronco del roble y espero sentada y abrazada a mis piernas.

El suelo musgoso del bosque y el boscaje está húmedo por el rocío. Me recuesto en el tronco mojado de un encino y las gotas de agua se adhieren a la superficie de mi gore-tex, deslizándose por la curvatura de mi brazo hasta caer sorbe el musgo. Las restantes las sacudo con mis manos en un intento de despejar mi cabeza de los rugidos de mi estómago.

La brisa fría de la mañana sopla suavemente sobre mi cabeza y junto a la altura de mis pies, logrando que el vapor de la comida caliente entre en el agujero. Cuento ocho segundos cuando la nuca gris y pelada de Nur aparece lentamente entre la espesura oscurecida de su hogar. Arroja una pálida y delgada mano de cinco dedos en pos de los trozos de manzana para luego desaparecer de nuevo.

Un gemido similar al de un cachorro de perro llamando la atención de su dueño hizo eco en las paredes del viejo roble. Luego de unos segundos en silencio, Nur arrastra el resto de la comida en el interior del tronco.

—Creí que preferías los platos de papá —dije, a modo de respuesta escucho un maullido. Frunzo el ceño—. No lo niegues, acabas de devorarte todo.

El plato rueda fuera del tronco hasta tocar la punta de mi bota. Me agacho a agarrarlo antes de que se golpe con una piedra y se rompa al tiempo que Nur responde con un bufido de bovino combinado con el cacareo de un perico. Abro el morral negro y guardo el recipiente y le doy un suave puntapié a la corteza añeja para llamar de nuevo su atención.

Los monstruos físicamente no tenían clasificaciones que ayudaran a la gente a separar sus debilidades o habilidades, lo que los hacían bastantes difíciles de enfrentar para los militares. Toda la gama de monstruos solo compartían un par de semejanzas: la mala visión y la piel sin pelaje. Con esas dos únicas verdades, la humanidad había encontrado su camino a la efectiva casi extinción de todos estos mutantes. Sería un problema menos al patético intento de supervivencia.

—El otro día no estabas —lo reprocho a Nur apoyando la frente en el tronco. Me responde con un ladrido de cachorro y un par de aullidos— ¿los cazadores de nuevo? te dije que incluso así no tenías que esconderte en otra parte, las madrigueras son seguras e inmensas, jamás te encontrarían, ni siquiera con un mapa —Nur no responde y eso me obliga a pensar en algo que puede que esté pasando por alto— ¿traían caninos? —suena un gato— ¿estabas lejos? —se demora, pero finalmente me responde el quejido de un cachorro.

Sigue siendo su culpa, pero no quiero reprocharle otra cosa. Apoyo la espalda en el roble y observo el cielo despejado. El que ayer hubiera parecido que la tierra se inundaba con las lluvias luce como un recuerdo lejano.

—Kaz —murmura Nur y me sorprende visualizar su rostro tapando la luz sobre mi cabeza. Siempre me ha impresionado su altura, enorme en comparación con su escasa masa muscular, el pálido grisáceo de su piel y el lejano atisbo de verde en el centro de lo que se suponía eran sus ojos mirándome a través de dos enormes agujeros oscuros—. Verano —y entonces observa también el cielo.

—Todavía falta.

—El-alta.

—Falta. Se dice falta.

Sus descomunales brazos le cuelgan a ambos lados del cuerpo, así que aprovecho la distracción para tomar una de sus manos. Tiene garras retráctiles mejoradas por la dureza de sobrevivir en la naturaleza para cazar, destrozar y protegerse, pero sin embargo que eran inútiles para Nur. Un cuerpo, que a pesar de ser extremadamente delgado, era más difícil de dañar que a un auto blindado. Unas cuerdas vocales hechas para imitar sonidos animales que también podían generar palabras humanas. Nur era una bestia creada artificialmente para aniquilar a la raza humana, pero aquí está, frente a mí y no es capaz de mostrar sus más íntimos instintos naturales.

Apología por cobardíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora