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// 1944 //

— ¡Soldado, en pie!

Resoplé intentando ponerme de nuevo en pie. Esta era la cuarta vez que uno de los hombres de mi padre me derribaba. A estas alturas del entrenamiento todo mi cuerpo dolía y simplemente quería volver a mi cuarto a descansar.

— Dije soldado, ¡en pie!

— Voy, maldita sea... Voy — gruñí poniéndome en pie y volviendo a coger mis nunchakus que estaban tirados por el suelo. — ¿Podemos dejarlo por-

Un puñetazo en mis costillas me cortó, haciéndome toser. Sin decir nada más (ya que sería inútil), empuñé mi arma y le devolví el golpe, metiéndonos en una nueva pelea en la que yo volví a acabar mordiendo el polvo.

— Suficiente por hoy. Tu padre no va a estar contento, señorita Schmidt. Llevamos dos meses de entrenamiento y aún ni siquiera sabes cómo coger bien unos simples nunchakus. Sinceramente, creo que deberían de asignarte otro puesto, luchar no es lo tuyo. — él recogía todo lo que habíamos estado usando mientras me daba la chapa. Razón no le faltaba, pero tampoco es que me motivase mucho a mejorar.

Honestamente pienso que mi padre simplemente me mantenía ocupada con algo mientras él se dedicaba a sus asuntos en los que él no quería que yo me entrometiese, como en todo en su vida.

— ¿Crees que no lo sé, Jules? No, de veras, ¿crees que me divierte volver a mi cama con diez moratones y tres cortes nuevos cada día? — le pasé el bolso para que guardase todo mientras le miraba con una ceja alzada — Créeme, estos entrenamientos me divierten mucho menos que a ti. — Cogí una toalla y limpié la mezcla de sangre y sudor que había en mi cara. — Ahora si me permites, voy a intentar no morir del dolor de camino a mi cuarto.

Le tiré la toalla y él la cogió al vuelo mientras yo salía de la sala.

Su aspecto no engañaba, Jules era un hombre duro, era alto y robusto y una cicatriz cruzaba desde su frente hasta su mejilla, pasando por su ojo. Siempre llevaba su pelo rubio desordenado y sus ojos oscuros podrían llegar a ser intimidantes. Al menos a mi me lo parecieron cuando le vi por primera vez, pero durante estos dos meses podía haber visto que un buen hombre se escondía detrás de esa ruda apariencia.

Aunque eso no quitaba que fuese estricto conmigo.

Recorrí los pasillos repletos de gente de aquella nave industrial en la que mi padre había puesto sus instalaciones, camino a mi cuarto. Sabía que se traía algo gordo entre manos, aquello nunca estaba tan lleno de gente. No podía ser nada bueno.

A mis veinte años de edad, mi padre aún no se había dignado a confiar en mí para contarme de qué se trataban todos sus sucios asuntos, pero siempre había algo. Esta vez había hecho alianza con un científico suizo, uno de los mejores, por lo que había oído hablar a sus hombres. Un tal Arnim Zola. ¿La finalidad? Ni lo sabía ni creo que fuese a contármelo.
Aún así, nunca quise tener nada que ver en todos esos asuntos. Mi padre era un hombre malo, era cruel y de lo único de que se preocupaba era de sí mismo y de conseguir hacerse un nombre en su mundillo de narcisistas malvados. Pero a pesar de haber nacido dentro de ese ambiente, todo eso no estaba hecho para mi, aunque escapar de allí estaba fuera de mis posibilidades, así que simplemente seguiría aceptando órdenes de mi padre y sus peones.

Justo cuando iba a entrar a mi habitación, mi padre pasó por el pasillo principal, acompañado de un hombre que supongo sería Zola. Tras ellos, dos hombres sostenían a un muchacho que no podía mantenerse en pie. Él estaba completamente destrozado, inconsciente, pequeñas copitos de nieve seguían posados en su oscuro cabello. No pude fijarme demasiado bien, ya que pasaron de largo rápidamente, mi padre ni siquiera me miró.

Solté un pequeño suspiro y entré en aquella pequeña habitación improvisada que había acomodado para hacerla algo más acogedora y tras darme una larga ducha en la que me curé los cortes que Jules me había dejado, me deje caer en mi cama, cayendo dormida entre los chirridos que aquella cama hacía cada vez que me movía.

[...]

Habían pasado varios meses en los que mi rutina diaria era levantarme, entrenar duro todo el día y acostarme para volver a repetir todo al día siguiente. Al menos Jules había conseguido que progresase en las batallas cuerpo a cuerpo, sin armas y también desarrollar mi puntería con armas de fuego.

Los pasillos de aquella nave seguían repletos de gente y movimiento, y yo aún no tenia ni idea de qué se trataba todo esto. Y no voy a engañar a nadie, la verdad es que todo este asunto me tenía bastante intrigada. No he vuelto a saber nada de aquel chico, tan solo que lo habían mantenido cautivo aquí, pero nada más.

Era temprano, me dirigía al entrenamiento de hoy. Mi propósito era conseguir que Jules me contase algo de todo este asunto, aunque dudaba que eso pasase.

— Has madrugado hoy, Robin. — Jules estaba ya allí, preparando todo para entrenarme — ¿Café? — cogió una de las dos tazas que había en la mesa, ofreciéndomela.

Le dediqué una pequeña sonrisa y la cogí, dándole un largo trago — Buenos días, Jules. Me ha costado llegar asta aquí, ¿sabes? Para ser tan temprano muchos de los hombres de mi padre ya están trabajando. ¿De qué se trata todo esto, si se puede saber?

Me miró alzando una de sus pobladas cejas.
Creo que no ha colado.

— Sabes que no puedo darte información sobre los asuntos de tu padre, pero hoy me pillas de buen humor. — dejó su taza en la mesa con una sonrisa ladina en su cara, cogiendo una katana. — Si consigues desarmarme te lo contaré.

Sabía que tenía truco.

— Por mucho que me llamen la atención, las armas blancas no son mi fuerte y lo sabes. Juegas con ventaja — Doy un trago más al café y dejo la taza, cogiendo la otra katana — Pero bien, acepto.

— Ningún arma es tu fuerte — Ambos soltamos una carcajada para después ponernos en posición — ¿Lista?

Tras asentir, comenzamos nuestra pelea. Él estaba siendo blando conmigo, lo podía notar, así que intenté esforzarme más, lo cual lo pilló por sorpresa. Me miró divertido e hizo un movimiento que me desestabilizó, pero empuñé la katana con fuerza y de un golpe conseguí que la suya saliese volando hasta caer en el suelo. El eco de está cayendo en el suelo sonó por toda la habitación mientras yo sostuve el arma cerca de su cuello, mirándole orgullosa.

Una tos forzada se oyó en la puerta, lo que hizo que me girase, y Jules y yo prestamos atención a las dos personas que nos interrumpieron.

— Oh, lo había olvidado, hoy ibas a descubrir de que trataba esto, pero buen trabajo. — Me susurró para después mirar al frente con un semblante divertido.

Le fulminé con la mirada para después volver a llevarla hacia la puerta. Mi padre estaba allí junto a aquel muchacho que vi hace unos meses, pero él se veía como una persona completamente distinta.

— Robin, Jules... Siento interrumpir. Os presento al Soldado de Invierno.

Arsenal || Winter SoldierDonde viven las historias. Descúbrelo ahora