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La noche es oscura y silenciosa.
Muy apagada, muy fría.

La noche es solitaria, y es bastante apropiada.

El cabello dorado se mece a la par de la brisa helada, se le pega en la cara y en los hombros, pero no lo siente ni le molesta. No le importa.

Aether mira, observa; busca con la mirada algo -alguien- pero sus ojos no ven, porque, aunque no es ciego se niega a ver, se niega a sentir. Se niega a aceptar.

La verdad es cruel, y en momentos así, desearía que su corazón fuese de piedra.
Tal vez así podría ser capaz de ver el panorama completo y no solo lo que quería ver.

La tristeza lo inunda, y la amargura también.
Porque la ira ya se había apagado, pero la pena no.
La pena nunca se iría.

Aether sentía que flotaba.
El mundo parecía ir más lento y los ojos se le nublaban por cada suspiro que daba.
Un sueño, fue lo primero que pensó. Una pesadilla.

Pero sus nudillos que arden y la garganta reseca de tanto gritar le recuerda que, a veces, la realidad era más horripilante que las pesadillas.

Y quería llorar, realmente quería llorar.

Sus manos temblaban -por dolor, pero no físico- y la garganta se le apretaba más y más, sin dejarle respirar. El corazón le latía con fuerza, rápido y errático, como si fuese a explotar en cualquier momento.
Pero ninguna lágrima cayó.
Ninguna.

Porque él siempre debía sonreír, sonreír y ocultar.
Porque ese era Aether, el chico que sin importar qué siempre sonreía. Aquel que siempre tenía qué, y que nunca podía darse el lujo de querer ni anhelar.

Pero Aether estaba cansado y ya no quería seguir intentando.

La boca se le secó con ansias, con anhelo, deseosa de vocalizar las palabras que quería decir, pero que nunca dijo. Que nunca pudo.
Las palabras nunca dichas le quemaban la lengua, la garganta.

Todo su cuerpo se quemaba.

Y no podía no reprocharse, porque no podía evitar pensar que, si fuese más expresivo podría haberla convencido, y si hubiese sido más rápido, podría haber tomado su mano.
Podría haberla salvado, podrían haberse marchado, podrían...

Pero no lo hizo. No pudo.
Quiso, realmente quiso, pero no pudo hacerlo.
Nunca llegaba a tiempo.

-Ah...-la lengua se le enreda y la respiración se le agita aún más de ser posible- Solo debía tomar su mano...

Se frota los nudillos y aprieta los dientes, primero molesto, luego, decepcionado. Deprimido.

-Es culpa mía -admite en voz baja, y el silencio le parece reconfortante, porque el ruido siempre decía poco y el silencio siempre decía todo.

Y no puede evitar fijarse en el lazo blanco a su costado, aquel que parecía brillar a pesar de lo desgastado que estaba. Y recuerda.
Recuerda cuando ellos tan solo eran unos niños que soñaban con ir al espacio y bailar sobre las estrellas, que deseaban la salvación aun teniendo la destrucción como opción.

La realización lo golpeó con fuerza.
Aquel lazo era el último vestigio que tenía de ella. 

No de la princesa del Abismo, pero sí de su hermana.
Como la pequeña niña que siempre estuvo a su lado, como la chica que reía a carcajadas y lo molestaba por ser muy blando.

Aquel era el último vestigio de ella como la chica de mirada brillante y risa contagiosa.
El último vestigio de Lumine como luz y no como sombra.

𝐇𝐈𝐑𝐀𝐄𝐓𝐇; xiaotherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora