Ella

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Vencejo es de esos pueblitos que difícilmente divisaras en un mapa, esos que parecen ser poblados por tres o cuatro personas. Uno de estos habitantes es "Él". Su nombre y procedencia son lo de menos, pero puedo decirte que le gusta y que le disgusta. El silencio es una de sus cosas preferidas, el silencio que ocasiona una sala vacía, el silencio sepulcral de un cementerio. Lo que más le disgusta, es tener las mismas palabras desde hace una semana, para su libro. Hace poco conoció a "Ella", en un pequeño bar que frecuenta. Era una mujer que vestía de manera descuidada, se podría ver a simple vista que vivía sin planificar, y qué dejaba que la vida cuál olas la arrastrara. Tenían tanto en común, como el gusto por ir una mañana fría hasta el cementerio de Vencejo.
La primera vez que asistieron a una de sus citas en el cementerio mientras el ruido de los Cuervos sonorizaba el ambiente, tuvieron la siguiente conversación.
—¿Crees que los muertos puedan oírnos en su largo letargo? —preguntó Ella
—Puede ser, pero lo maravilloso de ellos es qué no pueden hablar.
—¿Tanto odias a las personas?
—De ser así te odiaría a ti. Odio cuando alguien habla para acallar el silencio, odio la gente ruidosa y la gente quejosa. En parte la mayoría de actitudes en personas que conozco.
—Odio amar a quien me hace daño—dijo ella.
Luego de un silencio consolador y algunas miradas alegres, se marcharon de ahí.
Las citas en lugares poco comunes se volvió más frecuente, hasta que dejó de ser así. Ella no contestó más sus llamadas, no recibió más sus mensajes, y desapareció un buen tiempo de su vida. Por un momento al ver el cuadrado negro de su computadora apagada, aún puede verla, mirándole con esa media sonrisa y los ojos tristes, casi como si fuese a llorar. Cuándo alguien quién no era nadie en tu vida, se vuelve todo, es difícil tratar de borrar cada rastro de ella en tu cabeza. Pasaron algunos meses desde qué Él conoció a Ella, tantos que se convirtió en un ermitaño. Su cabello lacio y maltratado le llegaba hasta los hombros, su mirada fría e inexpresiva se acentuó más. Quién era Ella más que su único puente hacia la realidad de afuera. Quizá uno de los días en que la pensó más fue el último mes del año, recordó sus manos siempre frías y los moretones de los que nunca quizo hablar, así mismo sus ojos, de un café tan claro que podrías notar la suavidad de su alma. Cuándo el sol ya se escondía de entre el horizonte y las avez partían con el atardecer, Ella volvió a su vida. No de la manera más ideal y de la forma que él hubiese querido. Apareció frente al portón de casa, tambaleante y vistiendo el uniforme de su trabajo cubierto de sangre seca y llena de moretones en su rostro.
—¿Qué es lo que te ocurrió? Preguntó Él, tomándola en sus brazos.
—El amor—dijo Ella—, ¿puedes abrazarme y quedarnos un rato así?
Cuándo sus brazos la rodearon, finalmente dejó salir sus lágrimas, de una manera tan desgarradora qué lograron hacer que incluso la mirada fría se volviera una de tristeza. Los cálidos brazos del hombre al que abrazaba se sentían como el lugar más seguro en todo el mundo. Luego de algunos minutos, la invitó a pasar a su casa. Era la primera vez que entraba, era un lugar de colores opacos y parecía haber un gran desorden. Debido a lo que ella estaba pasando, no se dio cuenta de los meses de aflicción que pasó Él. Mientras ella se recostaba en el sofá de la sala, Él se sentó junto a ella y dijo:
—Deberías tomarle fotos a tus heridas—intuyendo un poco en el porque estaba lastimada.
—No quiero hablar de ello.
—No es la primera vez que tu cuerpo tiene moretones—replicó Él, levantándose del sofá algo alterado.
—Solo no—dijo Ella, elevando un poco su voz.
—El infeliz que te hizo esto, no merece nada más qué una sucia celda y el frío del cemento —señaló el hombre con un tono más calmo.
—Tengo miedo —avisó la mujer, con un par de lágrimas recorriendo sus mejillas—. Debes creer que soy una idiota.
—Nunca creería eso de ti —afirmó, dejando salir un leve suspiro y prosiguió—: Puedes ir al baño, limpiarte y tomar fotos de tus heridas, no haremos nada con ellas, pero tenlas por si acaso, por favor. 
—¿Donde queda el baño?
—Allí—señaló hacia las escaleras que dan al segundo piso—, Al subirlas el baño quedara frente a ti.
—Podrías subir y quedarte fuera, me sentiría más segura.
—Sí—dijo—, por supuesto. 
La muchacha subió hacia las escaleras a paso lento, hasta llegar a la puerta blanca tras la que le esperaba el cuarto de baño. Se desvistió lentamente, con dolor debido a sus heridas. Empezó primero por su pantalón gris, así mismo desabrocho su camisa blanca manchada. Se paró frente al espejo, acarició la cortada en su mejilla manchando su dedo índice con sangre. Buscó su teléfono móvil del pantalón, sacó fotos de los moretones en sus costillas, las cortadas en su rostro. Miró las fotos a través de la pantalla rota del celular, propiciado por el mismo salvaje que la rompió a ella.
—Oye —dijo el hombre con voz preocupada, y preguntó: —¿Estás bien?
—Ahora mismo sí, porque estás allí fuera—

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⏰ Última actualización: Jun 04, 2021 ⏰

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