❄️| Eᥣ ᥴᥲsᥴᥲᥒᥙᥱᥴᥱs

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Perdido en el basto mar de sus recuerdos admiraba los delicados copos de nieve caer del cielo intentando esclarecer fallidamente la forma que estos tenían, el vaho de su cálido aliento contrastaba con el frío cristal del enorme ventanal del salón y con su dedo índice trazaba pequeños dibujos que se borraban al instante.

— Horacio — le llamó su padre sacándolo de inmediato de sus cavilaciones — deja ya de hacer el capullo y ven a ayudar, los invitados llegan mañana y queda mucho por hacer.

— Ya voy, papá — se limitó a responder aún con la mirada perdida en el blanquecino paisaje frente a él.

Suspiró con pesadez y se levantó de su sitio para dirigirse hacia el cúmulo de cajas que contenían los adornos para el árbol dispuestas en medio del salón.

Eran demasiadas.

Rindiéndose ante el arduo trabajo que seguramente le tomaría horas completar comenzó a desempolvar las primorosas mariposas doradas de cristal soplado con las que su madre solía adornar el árbol cada año.

Tal y como pensaba le había tomado horas, pero el resultado final sería maravilloso pues además de las luces cálidas y los adornos de cristal había colocado diversas esferas plateadas alternándolas en diagonal con el resto de las figuras.

Exhausto se encaminó hacia la última de las cajas para desempolvar la brillante estrella cuyos cristales asemejaban al arcoíris al contrastar con las luces tanto del árbol como de la estancia, más olvidó la tarea que tenía en mente al encontrar junto a la estrella una ya conocida cajita de terciopelo azul.

Sus labios se curvaron en una lánguida sonrisa nostálgica y la tomó entre sus manos con suma delicadeza dado que en su interior resguardaba el más preciado de sus tesoros, aquella cajita contenía nada más y nada menos que el último regalo que le había hecho su madre antes de partir.

Perdió la noción de cuanto tiempo permaneció admirándola, paseando las yemas de sus dedos con finura sobre la suave superficie, creando inteligibles dibujos que se borraban al instante hasta que la voz de su hermano resonando a sus espaldas le tomó por sorpresa haciéndole saltar en su sitio.

— Aún recuerdo cuando la tía Charlotte, mamá y el viejo lo trajeron de su viaje a Alemania — dijo Gustabo, quien había estado observando la escena desde el mullido sofá del salón. — Ese día te convencí de dormir bajo la mesa del comedor para pillar a Santa bajando por la chimenea y-

— Y encontramos a papu comiéndose las galletas que habíamos puesto para los renos — concluyó por el rubio.

Ambos rieron al unísono producto del dulce recuerdo de aquella infantil complicidad compartida que aún tenían a pesar del tiempo transcurrido o del nulo parentesco entre ambos.

Si bien Horacio era consciente de que los Conway le habían acogido como uno más de sus miembros cuando su madre dejó este mundo no se sentía ajeno al apellido que portaba pues para él Gustabo era su hermano, Conway su padre y Julia como una segunda madre.

La convivencia entre ambas familias existía desde que tenía uso de memoria cuyo real inicio se remontaba a cuando Conway y Pérez llevaron su amistad más allá del compañerismo militar hasta el grado de considerar a la familia del contrario como la suya propia, justo por tal motivo el primero se hizo cargo de Anna y Horacio cuando Xavier desapareció en acción y Charlotte falleció un par de años después.

Aunque antes de tal tragedia los momentos compartidos entre ambas familias fueron tan dulces como las memorias rotas que ahora conservaban siendo uno de los más atesorados la Navidad en la que recibieron aquel par de obsequios.

Ese año había sido particularmente diferente al resto de las festividades que habían celebrado juntos pues en esta ocasión la mayoría de los miembros de su reconstruida familia se encontraban dispersos por el mundo.

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