Hogwarts

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Hogwarts

Había sido un viaje largo y sin escalas en el tren de Don Hugo. El silbido del escape de vapor había sonado por verdes praderas pobladas con antílopes dorados y gacelas aladas...

—¡Diandra! ¡No lances tus bombas a las pobres gacelas!

—¡Guácatela! Ahora hay tripas por todo el campo.

... bordeando bosques...

—Nia, quemar los árboles a la orilla del camino no es divertido... Recuerda el calentamiento global chica.

... cruzando escarpados riscos y cordilleras montañosas...

—Shhhh. No despierten a Dayana. Mira que si estornuda puede causar un derrumbe y nos jodemos todos. Vamos a caer al carajo en este tren—, Don Hugo regañaba a los adolescentes.

Lynnes y Romynah se las pasaron de lo lindo haciendo de las suyas creando ilusiones aquí y allá... Claro que no a todo el mundo le parecía divertido.

—¡Fuego! ¡Fuego! ¡Sálvese quien pueda!—, corría Don Hugo despavorido por el tren y se tiraba por la puerta de escape jurando que el vagón se quemaba ante la mirada confusa de todos.

—¿Por qué me miran a mi? Yo no he hecho nada—. Decía Nia con voz inocente y aniñada—. Han sido estas dos pendej*as con sus ilusiones.

Romynah y Lyness se reían a carcajadas.

—¿Lo encontraste Noelia?—, preguntaba Baragund a la médium.

—Nah. Todavía no está muerto Don Hugo. Ha de estar enganchado en una piedra por allí.

—¿Te toca salir a rescatarlo otra vez Berenis—, Baragund le hablaba a la tímida jovencita sentada frente a él.

De inmediato la niña volaba como el ave Fénix fuera la puerta de escape del vagón donde viajaban los chicos.

Mientras, en un bar en las afueras de la comarca donde se asentaba el castillo de Aimeé, en el reino de Oblitus, la sensual pelirroja de pechos voluptuosos y curvilínea figura celebraba el que por fin se había podido deshacer de sus molestas hijastras. Coqueteaba de manera casual con el bartender, un joven apuesto y musculoso mientras disfrutaba de una copa de vino tinto. Ya se le había subido un poquito el nivel de alcohol, pero las brujas de su calaña sabían controlar muy bien la sazón de una borrachera, aunque muchas veces terminara con un reguero de brujas desnudas en los bosques de Lapisuli después de la demencia de los aquelarres.

El chico detrás de la barra se presentaba como un bocadito fresco y apetitoso para su eterna e insaciable lujuria. Ya lo tenía dormido al pobre con su poder de seducción cuando un caballero le habló con voz profunda y varonil. —¿Este asiento está ocupado?

De inmediato Aimeé giró su cabeza casi como la niña del 'exorcista' para mirar al hombre a su lado. Era un caballero maduro, apuesto. Su cabello recién comenzando a blanquear y su rostro de actor de cine la dejó muda. La seductora hechicera midió al varón de arriba abajo... Y fue al mirar más abajo donde detuvo su vista al quedar impactada con el gran tamaño que tenía aquello. Eso que tenía el hombre saltaba a su vista y la dejó petrificada y todo su cuerpo tiritaba con la impresión. Jamás en su vida había visto cosa igual. Era enorme y Aimeé ya deseaba tenerlo en sus manos. Ansiaba tocarlo y mirarlo de cerca... El reloj de pulsera en la muñeca del caballero era simplemente hermoso y llamativo.

—Cla... Claro buen hombre. Tome asiento.

—Mozo. Lo que quiera la hermosa dama.

—Gracias, caballero—, Aimeé le arrojaba miradas coquetas y febriles y le obsequiaba con una sonrisa al hombre sentado al lado de ella—. Le confieso que nunca había visto uno tan grande como ese que usted tiene—, la malvada reina acariciaba con su dedo la muñeca del caballero y luego con su uña tocaba el cristal del reloj dorado con diamantes incrustado.

Guerra de BrujasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora