Capítulo Uno

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Apenas desperté, escuché el palpitar de mi corazón retumbar en mi cabeza. Llevé una mano a mi frente y sentí gotas de sangre fresca caer. Aparentemente, no había pasado mucho tiempo desde la explosión que consumió todo. Me levanté tratando de orientarme en la oscuridad, pero era inútil. Después de unos minutos, mis ojos se acostumbraron a la poca- en realidad nada- luz que había.

La visión frente a mis ojos era horrible.

Cientos de cuerpos humanos yacían inertes en el suelo. Un espeso humo negro grisáceo recubría el aire, haciendo imposible el tener una visión no más allá de diez metros de distancia. ¿Lo peor de todo? El silencio. Un silencio fuera de la normalidad. Empecé a caminar hacia donde mi instinto intuía se encontraba el edificio principal. Aún hay esperanza, pensé. Mientras avanzaba, podía contemplar ladrillos regados por el piso y edificios en ruinas. Todo estaba en ruinas. De la nada, escuché un ruido.

Alguien se acercaba.

Mi primer pensamiento fue puede ser alguien que me ayude, pero rápidamente deseché esto. Podía ser alguien con no tan buenas intenciones. Podía atacarme. Sigilosamente, me agaché y saqué el pequeño cuchillo- más bien navaja- que traía escondido en mi zapato. Siempre lo llevaba conmigo, por emergencias como esta. Traté de buscar un lugar donde esconderme para vigilar, pero era inútil. Divisaba las ruinas de un edificio, a unos veinte metros de donde me encontraba. Sí, podía ir corriendo hacia allá, ¿pero con qué riesgo? ¿Con el riesgo de que la persona que se acercaba me oyera y atacara? ¿Sobreviví a este infierno sólo para morir a manos de otra persona? No, gracias. Los pasos se escuchaban más cercanos. Con cautela, me acosté entre las personas muertas, esperanzada en pasar desapercibida. Era mi única opción.

Fue cuando finalmente lo divisé.

La misteriosa figura hizo su aparición. La persona estaba encapuchada, y una especie de tela- de color negro- cubría toda su faz, dejando libre la zona de los ojos. Iba vestida con una chompa negra, jeans negros y botas de combate del mismo color. Llevaba una pequeña mochila sujeta a la espalda- cargando consigo, tal vez, lo esencial para sobrevivir. Se acercaba más.  Finalmente pasó por encima de los cuerpos- y de mí- siguiendo con su camino. Todo ese tiempo había contenido la respiración. Mis pulmones no eran eternos. De forma cautelosa, exhalé el aire que había contenido en mis pulmones hasta ese momento. Espero que no me escuche, pensé. Me equivoqué.

La figura paró en seco.

Una atmósfera de tensión empezó a crecer alrededor. La persona se tensó y rápidamente subió la guardia. Lo noté por la manera en que los músculos de su espalda se volvieron rígidos. Una enorme angustia me invadió por dentro- la figura se dio la vuelta. La adrenalina quemaba mis venas, cada una de ellas. El pulso de mi corazón se aceleraba con cada segundo que pasaba. Una gran angustia me llenó. Sí, había pensado en la muerte unas pocas veces, como algo a lo que todos estamos destinados, pero jamás en cómo sería mi muerte.

La persona avanzaba lentamente, acechando, esperando la más mínima señal de movimiento para atacar. Mis ojos estaban semi-abiertos, observando todo. Debía aguantar la respiración otra vez. Aquí vamos de nuevo, pulmones, no mueran por favor. La figura avanzó por encima de los cuerpos y de mí- teniendo cuidado de no tropezar con ninguno. Bien, ahora me encontraba a sus espaldas. Eso, y la oscuridad total en que nos encontrábamos, me daban una posición de ventaja. Podía ir, atacar por la espalda y tomar lo necesario para mi supervivencia, o bien podía esperar a que el misterioso encapuchado me encontrara y quitara la vida. Dicen que la vida es de riesgos, este es uno de ello, pensé. Así que esperé a que la figura haya desaparecido de mi campo visual y auditivo. Me levanté, quedándome en cuclillas. Avancé sigilosamente por donde la figura había desaparecido, con navaja en mano, dispuesta a todo.

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⏰ Última actualización: Mar 03, 2015 ⏰

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