Prólogo

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Los ojos de Yamikumo eran como los de un muerto.

Apagados, sin brillo. Daba incluso miedo el mirarlos, ya que dejaba la sensación de que veían lo más profundo de tu alma.

A Bakugo le encantaban esos ojos porque no eran como los suyos.

Los suyos eran de un rojo simplón y chillón, nada intimidantes. Tan aburridos y normales que no lo hacían especial. En cambio, los ojos de Yamikumo parecían ser especiales, ya que el granate en su mirada era tan opaco que parecía el jardín seco de un cementerio.

Justo tan opacos como las hojas que caen al suelo en otoño.

A katsuki le encantaban esos ojos porque no podía decifrar lo que había en ellos.

Podía leer las emociones y sentimientos de los demás como un libro abierto. En cambio con su amigo de la infancia no era así. Yamikumo era tan impredecible que ni su mirada delataba lo que haría a continuación. Y esa sensación de adrenalina por saber que haría su amigo a continuación le gustaba.

Katsuki aún recuerda el momento en que los ojos de Yamikumo se opacaron. Cuando sus ojos pasaron de ser un día soleado a uno con probabilidades altas en tormentas.

Tenían siete años. Jugaban por el parque junto con otros niños. Estaban en plena primavera, por lo que su vista se veía opacada de vez en cuando por los rayos calientes del sol.

Ese día estaban jugando al escondite. Bakugo se escondió detrás de unos arbustos, cuidando que este no le picara con sus espinas rojas. Habían pasado ya unos minutos del juego cuando escuchó un pequeño grito cerca suyo.

Salió inmediatamente de su sitio, llendo a buscar al que bien sabía sería el dueño de esa voz.

-¿Yami? ¿Que te pasa? Si sigues gritando así nos van a encontrar -Recuerda haber dicho, acercándose a lo que parecía ser un acantilado con un pequeño arroyo debajo.

Su amigo, de complexión delgada y menuda, miraba horrorizado hacia el río.

-Katsuki, hay alguien ahí.

El rubio miró hacia abajo, encontrando efectivamente, un cuerpo.

Era un hombre, de al menos unos treinta años. Estaba atorado entre dos rocas, estando la mitad de su cuerpo flotando en el agua. Tenía algunos jirones colgando de su ropa y su piel estaba rasgada y quemada. Estaba muerto.

-¿Crees que debamos dejarlo ahí? ¿O deberíamos llamar a nuestros padres? -Preguntó el chiquillo azabache sin apartar la mirada del cadáver.

-Yami, vámonos de aquí -Tomó la mano de su amigo y empezó a correr lejos de ahí, sintiéndose asqueado por lo que acababa de presenciar.

Y es que tan solo tenía siete años. No sé supone que un niño deba haber visto algo como ello y salir ileso.

A la mente de Bakugo llegó todas aquellas escenas de películas que su madre solía ver por las noches, cuando ella pensaba que su hijo ya estaba dormido. Películas en donde el protagonista veía algo que no debería, y ello desencadenaba en sucesos terroríficos y lamentables. Sin querer, Bakugo empezó a temer por su vida y la de su amigo, que parecía indiferente a la situación.

Llegaron a la casa del cenizo e inmediatamente contaron todo lo que vieron a los padres de éste. Ellos se preocuparon y decidieron llamar a la policía. La mamá de Bakugo se puso en contacto con la de Yamikumo para que pasara por él ya que estaba anocheciendo.

Cuando Yamikumo se despidió de Katsuki, este último creyó ver un poco de sangre salpicada en la suela de los tenis del contrario. Se preguntó en ese momento si la sangre era de su amigo o del hombre al que vieron.

Cuando llegó la hora de dormir su padre fue a hablar con él. Le habló sobre lo que vió en el arroyo. Le dijo que, tarde o temprano, la gente moría. Que la muerte era cosa de gente adulta, por lo que los niños como katsuki no deberían preocuparse por cosas como esas. Katsuki le creyó y se sintió a salvo solo por un momento. Después temió por lo que les podría pasar a sus padres.

-Nosotros estaremos bien, Kats. Tu madre y yo nos cuidamos y tenemos una buena salud. Aquel hombre falleció lamentablemente por andar en malos pasos. Si evitas malos caminos, vivirás una vida larga y plena.

Aquello tranquilizó el alma del niño, logrando así dormir al fin.


•••

Se despertó con pequeños golpes en el vidrio de su ventana.

En un principio creyó que era alguna rama. Luego recordó que no tenía un árbol cerca de su ventana, así que se levantó de golpe. Dirigió su vista hacia afuera.

Vió unos pequeños ojos rojos como los suyos mirándolo. No lo pensó dos veces y fue a verlo.

-¿Qué haces aquí, idiota? Es de madrugada, tenemos que dormir.

-Katsuki, creo que el hombre al que vimos no estaba muerto.

El niño rubio alzo una ceja, incrédulo.

-¿Y tú cómo lo sabes?

-Porque lo ví, katsuki. Me sonrió.

Katsuki sintió un escalofrío subir por su espina dorsal. Miro a Yamikumo, que parecía algo determinado.

-¿Y eso qué? Déjalo así, Yami. Ve a dormir.

-No puedo, Kats. Algo me dice que tengo que ir a ver si está bien.

Oh, ahí estaba el lado hospitalario de su amigo. Culpaba a la madre de este por criarlo de esa forma.

-Yami, ve a dormir.

-Pero, katsuki...

-VE. A. DORMIR

El niño del otro lado del marco quedó pasmado. Si bien su amigo solía ser algo gruñón, con él era todo lo contrario. Era casi amigable, por lo que ver qué se pusiera tan serio lo agarró con la guardia baja.

-Esta bien

Sin dejar de verlo, cerró el cristal de la ventana nuevamente. Lo vio bajar del tejado, dando pequeños brincos. Katsuki se fue a dormir, sintiendo una punzada de mal presentimiento en su pecho. Algo le decía que Yamikumo no volvió a su hogar aquella noche.

Al día siguiente, los ojos de Yamikumo estaban muertos.

•••

A katsuki le gustaban los ojos de Yamikumo. Le gustaba que fueran opacos, algo vacíos, pero aún así reflejaban un poco de vida. Le recordaban al otoño, su estación del año favorita.

Le gustaba que, a pesar de verse muertos, le daban cierto misterio a su amigo.

Yamikumo lo sabía y le gustaba eso. Katsuki supuso que a Yami le gustaba que la gente lo viera como un cadáver andante.

Le gustó tanto, que terminó convirtiéndose en uno.

Dead eyesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora