Cuando Vanesa llegó a casa estaba todo muy silencioso. Las luces estaban apagadas y las ventanas abiertas. No hacía frío, pero a medida que se hacía más tarde la temperatura comenzaba a bajar considerablemente. Corrió de inmediato a cerrarlas y se dispuso a llamar a Tom.
Era extraño que no estuviese en casa a esa hora. Le preocupaba un poco porque no lo había visto desde la mañana, cuando él se había despedido para marchar a clases.
Cuando marcó su número y oyó el tono sonar desde la habitación, fue de inmediato para corroborar que Tom estuviese ahí.
Lo único que pudo identificar fue un bulto bajo las mantas, que se removió levemente ante el ruido de su llegada. A Vanesa le extrañó que Tom ni siquiera se descubrió para saludar.
Preocupada por haberlo molestado, se recostó a su lado y levantó la ropa para escabullirse debajo. Tom permanecía inmóvil, así que Vanesa lo rodeó desde la espalda en un apretado abrazo.
—Tom —lo llamó. Él se reacomodó pero no dijo nada—. Tom, ¿estás bien?
Lo vio sacudir su cabeza en una profunda negación y ella no supo qué hacer.
Esperó pacientemente unos minutos, no se atrevió a soltar su agarre, pero cuando notó que él no diría nada, se levantó y reacomodó del otro lado del colchón para estar frente a frente con él.
Tom parecía fingir estar dormido, pero Vanesa sabía exactamente que no era el caso. Estaba inquieto y tenía sus ojos fuertemente cerrados. Parecía estar abrazando su propio cuerpo con sus brazos. Ni siquiera se había quitado la ropa antes de meterse a la cama.
Era difícil a veces comprender cómo se sentía. Tom ya no era tan abierto como antes con respecto a sus emociones y Vanesa entendía que él a veces prefería reservarse ese tipo de cosas para sí mismo. Sin embargo, nunca iba a dejar de creer que era en parte una obligación de ella el poder hacerle sentir mejor cuando algo malo le sucedía. Al final, Tom siempre acababa cediendo, y esa no sería la excepción.
—Tom, qué pasa —murmuró. Con sus brazos Vanesa lo obligó a abrirle camino hasta su cuerpo. Él relajó un poco su agarre y le permitió que ella lo atrapara contra su pecho. Siempre se sentía mejor cuando podía ocultar su rostro, y eso Vanesa lo sabía, así que no se esforzó demasiado por hacer que él la mirase—. Háblame.
Lo oyó carraspear y dejó que se acomodara tranquilamente antes de seguir insistiendo.
—Estás helada —dijo él en tono sumamente bajo.
—Acabo de llegar—. Vanesa levantó una mano para tocarle la frente—. ¿Estás enfermo?
—No creo.
—¿Qué pasa?
Eran ya cerca de las once de la noche. Vanesa estaba aliviada de que no debía trabajar al día siguiente, pero Tom sí tenía que descansar adecuadamente. Todavía estaba recién comenzando las ultimas semanas que le quedaban para terminar el semestre. Había estado estudiando arduamente y apenas tenía tiempo para dormir. Sentía que él se esforzaba más de la cuenta, no entendía ella porqué tenía siempre que sobresalir en todo, como si estuviese compitiendo con alguien. Debía aprender a permitirse fallar y entender que no sería el fin del mundo por eso.
—Estoy cansado —dijo él a duras penas. Escuchó que intentó decir algo más, pero su voz sonó temblorosa y apagada. Sus sollozos le preocuparon, pero no lo siguió presionando y lo acompañó en silencio mientras lloraba.
Ella se sentía angustiada cada vez que Tom se ponía mal. Era como si él acumulase por semanas, incluso meses, algo que finalmente terminaba estallando y haciéndolo sentir así. Vanesa no entendía esa parte de él. A veces era mejor lidiar con el mal estar en el momento, en vez de reservarlo para cuando ya no tuviese solución.
—Tranquilo —dijo ella, metiendo sus dedos entre su cabello enredado. Tom asintió como pudo, pero sus sollozos lo estaban ahogando—. ¿Es por la universidad?
—Eso creo —murmuró él. Ni siquiera era capaz de reconocer sus propias emociones.
Eso hizo que Vanesa deseara cada vez menos entrar a estudiar. Si alguien como Tom colapsaba de esa manera, no podía imaginar como reaccionaría ella.
—¿Eso crees? Pero si vas excelente.
—No —dijo Tom a duras penas—. Hoy fue un día de mierda. No estudié suficiente para los exámenes de hoy.
—¿Cómo dices eso? —Vanesa no entendía—. Estás siendo muy duro contigo. Lo único que haces es estudiar.
—Pero no lo suficiente.
Nunca iba a entender la obsesión de Tom por sobresalir. Vanesa siempre había pensado que tenía algo que ver con su infancia. Quizás era en lo único que él podía sentirse bueno.
—Tom, no digas eso. —Lo hizo mirarla a la cara. Tenía los ojos rojos e hinchados, y le temblaban los labios como si estuviese conteniendo sus sollozos—. No tienes porqué ser perfecto. Estudias mucho y vas excelente, yo soy testigo de eso.
—Es que no entiendo —dijo él, encogiendo los hombros—. Siento que me está costando demasiado.
—¿Mañana tienes algún examen pendiente? —preguntó Vanesa mientras le secaba las lágrimas del rostro. Tom negó—. Bien. Quizás debas tomar un día para descansar.
—No puedo hacer eso —murmuró él—. Tengo que estudiar para el resto de la semana.
—Si no te tomas un momento para ti, vas a estar peor. Aunque sea un par de horas.
Tom pareció pensárselo dos veces, pero creyó que quizás ella tenía razón. La semana que se avecinaba sería difícil, y apenas había tenido un momento libre para relajarse. Ni siquiera tenía tiempo para ella, y eso le dolía todavía más. Vanesa no se lo echaba en cara, pero él se daba cuenta que le hacía falta.
El único momento del día en que estaban juntos era cuando ella trabajaba y él podía ir a estudiar a su lado. Era cómodo y le agradaba aprovechar esos instantes. Por las noches apenas se abrazaban un rato antes de caer dormidos. Ni siquiera se acordaba cuando había sido la última vez que se habían besado.
—Está bien —él terminó aceptando—. Mañana no tengo clases hasta las doce. Prometo no levantarme antes a estudiar.
—¿Lo dices en serio? —Vanesa no estaba segura de que fuese cierto lo que él decía. Tom siempre se levantaba muy temprano, incluso cuando no debía, tan solo para desaparecer hasta altas horas de la tarde.
—Sí —dijo él—. Es que no me siento bien —confesó.
Vanesa asintió y no dijo nada más. No sabía si Tom realmente cumpliría con lo que estaba diciendo, pero de todas formas era un avance. Se notaba a leguas que apenas estaba sobrellevando el semestre, incluso cuando le estaba yendo de maravilla, parecía llevar una enorme carga sobre los hombros.
Después de diez minutos de silencio, lo sintió caer profundamente dormido. Últimamente la ansiedad de Tom le había provocado algo de insomnio, pero Vanesa sabía perfectamente que llorar era el mejor sedante para caer rendido.
Se cuestionó un poco su propio futuro. Todavía estaba pensando qué haría el siguiente año. Estaba claro que el trabajo que tenía era temporal, pero le agradaba la idea de estar ocupada en algo. Por fin se sentía útil y podía ayudar a Tom para que él se preocupara al cien por ciento de sus estudios. No ganaba lo suficiente como para ahorrar lo que hubiese deseado, pero era un progreso.
Pensar en todas las posibilidades le generaba un terrible dolor de cabeza. Eso hizo que sintiera una enorme compasión por él. Debía sentir una presión enorme.
Quizás unas vacaciones no le vendrían nada de mal.
Quizás Paris.

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Tom.
Roman d'amour[Continuación de Un Juego de Amigos] Sus vidas dieron un giro totalmente inesperado. Aprender a convivir juntos y lidiar contra todo lo que pueda interponerse entre Tom y Vanesa será un desafío que ni siquiera ellos saben si podrán superar.