Había una vez, como toda buena historia debe empezar, un conejo llamado Seyan. Y fue exactamente por tener el pelaje negro que se había ganado ese nombre tan poco común.
Seyan vivía en una pequeña granja de conejos en medio del campo, donde no habría más de cien conejos. El conejo negro mantenía una vida simple, que se basaba en comer y jugar, disfrutando la vida con los demás conejos que vivían junto a él.
Pero como todo ser vivo, tenía un detalle que le quitaba la perfección a su vida. En las noches trataba de imaginar un mundo fuera de la granja, lejos de las rejas de alambre que encerraba el lugar. A veces, antes de irse a dormir, volteaba a ver el bosque que se hallaba un poco lejos.
Había ocasiones que no lograba dormir o simplemente dormía poco. Pero eso no lo incomodaba de día, cuando jugaba y comía con todos. Las pláticas y el ejercicio silenciaban sus preguntas.
Sin embargo, un día de invierno, toda su vida cambió.
Los dueños de la granja colocaron un conejo nuevo en la jaula, donde todos estaban. Seyan, como todos, estaba sorprendido del pelaje del nuevo. Blanco como la nieve, simplemente poco común por esos lugares.
Con el paso de los días, el conejo negro se dio cuenta que el nuevo estaba siempre solo. Como si no le gustara hablar con nadie o no supiera acercarse a los demás. Deseó ser su amigo.
Asi que un día, aprovechando que no tenía interés por jugar con los demás, se acercó al solitario conejo nuevo. Aún no sabía su nombre. Nadie lo sabía.
— ¿Qué haces?— le preguntó Seyan. El conejo blanco aparto sus ojos del paisaje y vio al recién llegado.
— Recordar mi hogar— contestó con simpleza.
Ambos observaron el bosque. Seyan empezó a recordar sus dudas mientras el otro sólo observaba con expectación.
— ¿Cuál es tu nombre?— preguntó Seyan de repente.
— Byal— susurró el conejo blanco. — Me llamaron Sky aquí, pero afuera soy Byal.
El conejo negro no supo que contestar asi que solo se acomodó enseguida de Byal. Ambos solo observaban el cielo con algunas pocas nubes. Los rayos del sol estaban creando sombras a sus alrededores y eso daba una espectacular vista del campo y luego del cercano bosque.
— ¿Cómo es afuera?— preguntó Seyan de forma inconsciente.
El conejo blanco se removió inquieto en su lugar, como si deseara decir algo pero al mismo tiempo solo quisiera estar callado.
— Es hermoso— contestó al fin Seyan.
El resto de la tarde ambos conejos solo se dedicaron a observar el cielo y lo lejano del alambre.
Esa misma noche, mientras todos dormían, Seyan despertó de repente y sintió ganas de salir a comer algo. Pero enorme fue su sorpresa al descubrir a Byal escarbando debajo del alambre con sus patas delanteras, llenando su pelaje blanco de tierra. Observó la desesperación en sus ojos y sin decir nada, se acercó con sigilo.
— ¿Qué haces?— preguntó cuándo sintió que el conejo blanco ya sabía que había alguien tras de él.
— Escavar mi tumba— respondió Byal con sarcasmo. Luego pareció recordar que el conejo negro no entendería. — Un hoyo para escapar— contestó con sinceridad.
Luego de eso, Seyan volvió a la jaula y no pudo dormir, solo se dedicó a pensar en la palabra que le había dicho Byal. Escapar. ¿Por qué quería escapar? ¿No era feliz viviendo ahí? No tenían preocupaciones y sólo jugaban, comían y dormían. Era una buena vida.

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Sueño Compartido
Short StoryA veces somos personas que nos gusta estar encerradas en nuestra zona de comfort, pero ¿Qué haríamos si alguien nos trata de sacar de está? En esta historia (que esta mas dedicada para niños que jóvenes) se explicara lo que es cambiar y compartir u...