Anhelo tintado

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El primero lo encontró en su té.

Un pétalo blanco puro.

¿De dónde vino?

Tal vez lo sabría si sus pensamientos no hubiesen estado vagando cuando el pétalo cayó. Pero no prestó atención, su pensar no enfocaba el cosquilleo en su garganta al beber, lo distrajo una imagen, un recuerdo, una persona. Un complot entre su mente y corazón.

Así, el origen del pétalo se volvió un misterio.

En Qing Jing, lo único que abunda son los árboles de bambú, solo hay hojas verdes en la montaña, el mismo color que sus túnicas. No hay forma en que un pétalo blanco invada su bebida.

Tomó el pétalo entre sus dedos, lo examino por segundos, la mitad de él desentrañando su procedencia, la otra mitad perdida en su color.

Blanco.

En Qing Jing, el blanco es un color lejano. Pero en Cang Qiong, hay un lugar donde tal pétalo podría mezclarse a la perfección. Excepto que en ese lugar no hay flores. Incluso si las hubiera, serían destruidas entre combates y espadas.

En tal lugar, no hay cabida para lo bello y delicado. Ahí, es un terreno de supervivencia, una lucha de supremacía.

Sin embargo, en una ironía que Shen Qingqiu descubrió hace poco, en la cima de los guerreros hay una belleza blanca de aspecto delicado.

El mismo que lo ha hecho revivir la humillación, que despierta en él la envidia. Un recordatorio de anhelos pasados.

Liu Qingge.

El nombre empaña el pétalo y Shen Qingqiu lo estruja, forzando a ambos a desaparecer de su cabeza.

La segunda ocasión, tampoco lo pensó a fondo.

—Lamento todas las molestias, espero que esto sea suficiente para compensar este desastre. Por favor, no lo rechace— agrega al final notando las intenciones de la otra parte.

La mujer, que mantiene su belleza pese a la edad madura, suspira rendida. Sabe que no puede hacerlo cambiar de opinión. Toma la bolsa que sabe contiene más dinero del necesario.

—En ese caso, déjame llamar a otra chica para que te acompañe esta noche, Ah-Jiu— dice a cambio.

—Esos dos armaron un gran escándalo, tampoco las obligues a venir si no quieren.

La mujer sale y Shen Qingqiu se queda ahí, solo en medio de la habitación semi destruida a causa de los golpes sin refrenar de Liu Qingge.

Se acuesta, esperando recuperar la somnolencia interrumpida, aún si es consciente que esta vez no será posible tener sueños agradables sin nadie a su lado.

Frunce el ceño.

Junto con Yue Qingyuan, Liu Qingge es un eterno dolor de cabeza. Pero al menos el primero deja de hablar cuando se le pide callarse y se va cuando se le ordena marcharse.

Liu Qingge no.

Él es como un perro que ama meter su nariz donde no lo han llamado.

Shen Qingqiu odia a los perros. Esas bestias molestas sin fidelidad, aparentemente dóciles, pero que también pueden atacarte cuando menos lo esperas.

Shen Qingqiu también odia a Liu Qingge.

Odia sus virtudes natas. Su habilidad, su apariencia, su carácter, sus valores, su terca ingenuidad del blanco y negro.

Principalmente, odia que sea un bruto que piensa siempre con los puños y nunca con el cerebro, sin tomar nada a consideración antes de lanzarse al ataque.

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