Una gota, dos gotas, tres gotas, cuatro gotas...Creo que a la séptima pierdo el hilo de la cuenta, y el goteo se extiende de tal forma de que no puedo seguirlo. ¿De dónde proviene aquel sonido? No lo sé, quizás de alguna escarlatita que se encuentra sobre mí, o que se encuentra a la izquierda, o a la derecha, o tal vez en ningún lado y el goteo solo sea parte de mi mente, creado en un desespero para aplacar el silencio que va de la mano de la espesa falta de luz.
La soledad no es una problemática para mí, el aislamiento en busca de un éxtasis espiritual ha sido una tradición de mi especie, pero también bulle en mi sangre la necesidad de abarcar el mundo; solo apreciando cada rincón del planeta se llega a las respuestas que buscamos.
Dudo en ser lo que creo que soy, cuestiono en la veracidad de mis memorias, del mundo que mi mente se supone que recuerda. A veces, mientras estoy en la ignorancia del paso del tiempo, supongo que soy la nada. Quizás sí soy algo, ese algo que ha permanecido toda su vida en la tupida oscuridad.
A veces soy consciente de mis alas, pero están adormecidas, tal vez sea la falta de uso, o también puede ser porque esos humanos las encadenaron a mi cuerpo. Recordar es lo único que me mantiene lúcido, recordarla a ella es lo que logra que mi mente tenga presente quién soy. ella emerge en medio de los conflictos que estallan en mi conciencia, extendiendo sus frágiles dedos para romper todas mis dudas, volviéndolas cenizas.
Y recuerdo, oh, claro que recuerdo, que viví en una cueva. Aunque creo que no es el término correcto, porque vivir en un lugar significa permanecer ahí, llevando a cabo toda la existencia, y los de mi especie no son de los que se encuentran anclados en un solo lugar. Hospedar, es una palabra más apta. Dicha cueva se ocultaba tras una cascada tan cristalina que permitía que los rayos del sol le penetrasen cuando este se encontraba decorando el cielo.
Cerca de esa cascada fue donde la conocí. Auriga, no podría olvidar su nombre, aunque no pueda ver las constelaciones.
Esa vez, volaba sobre el bosque cuando al bajar la mirada pude percatarme como tres hombres de robustos y altos habían acorralado a la frágil humana. Uno se encontraba sobre la joven, tratando de abrirse paso entre sus delgadas piernas. Ella trataba de librarse de su agarre sin ningún éxito.
No suelo meterme en los líos de estos seres, siempre me han parecido incoherentes. Antes de aquel suceso había presenciado crueldades más grandes que cometían contra su propia especia, y nunca sentí la necesidad de intervenir. Pero en aquel momento fue diferente; no era justo que tres sujetos se aprovecharan de un ser claramente más débil e indefenso que ellos. En mí surgió el deseo de ir al rescate de la humana, así que detuve mi vuelo y descendí para auxiliarla.
Aterricé detrás de la joven humana, las copas de los árboles se estremecieron con el vaivén de mis alas. Cuando los hombres me vieron, sus expresiones mostraron es más absoluto terror y luego salieron despavoridos de mi vista.
Ella echó la cabeza hacia atrás para observarme, y en vez de formar una mueca de horror o lanzar un chillido de miedo, la joven abrió sus labios morenos junto con sus brillante ojos castaños, mostrando ensimismamiento por mi presencia.
— ¿Piensa comerme? — Fueron las primeras palabras que salieron de su boca
— Nosotros no nos alimentamos de humanos, jovencita — le respondí.
Su túnica escarlata estaba rasgada, por lo que trataba de ocultar la desnudez de su pecho con uno de los jirones que colgaban de la prenda. Noté también que todo su cuerpo se sacudía en pequeños y constantes espasmos. Esa escena me genero una inmensa piedad hacia la joven humana. Parecía como si en algún momento se fuese a quebrar como las capas de hielo que cubren los ríos en invierno.
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La belleza sobre Orión
ContoLa oscuridad es su única compañía, sus memorias se han borrado casi por completo y apenas sabe quién fue en un pasado. Pero hay algo que lo mantiene vivo: el recuerdo de la princesa Auriga.