Capítulo 1 - El brotar del fénix

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Verano de 1881

Aquel fue el verano de mi llegada a Mould-on-the-Wold. Ese sitio me atrajo como a un imán. Algo dentro de mí sentía la necesidad de estar allí. Hacía meses, había emprendido el vuelo desde Egipto sin importar la dirección. Aquello no era una casualidad, sino una fuerza mayor del universo que me había encomendado una misión en la vida. Mi destino.

Me posé sobre el alféizar de una ventana, con el plumaje dorado con reflejos color fuego despeinado por el viento. El llanto de una criatura procedente de aquella casa me había absorbido como un agujero negro que se hace con toda la luz a su alrededor.

Sobre los brazos de una hermosa joven y envuelto en mantas, descansaba el diminuto cuerpo de un bebé, de mejillas rosadas, con la piel blanca como la porcelana y algo grande para su corta edad.

Aquella imagen se me quedó gravada para siempre en mi retina. La mujer y su marido, éste rodeándole con los brazos, se hallaban inmersos en el milagro de la vida que ahora tenían ante sus ojos. Era casi mágico el efecto que producía en los seres vivos a su alrededor. Ni si quiera repararon en mi llegada.

-Aún no hemos pensado un nombre para la criatura -dijo la mujer rompiendo el silencio.

Claro que ambos habían pensado miles de veces sobre aquello, pero temían que expresar sus ideas en voz alta acabara en una profunda pelea como les había pasado a conocidos al nacer sus hijos.

-Yo si que lo he hecho -respondió él entusiasmado con un brillo en los ojos único- de hecho, es lo único que hago desde la noticia de que este pequeño vendría al mundo. Debería llevar mi nombre.

-A mí me gustaría que se llamara Albus Dumbledore. Albus significa blanco en latín. Para que siempre recuerde la pureza de su alma. O Wulfric, Wulfric Dumbledore, como el santo.

-Con tanta "pureza y blancura" me voy a deslumbrar cuando mire a nuestro hijo. ¿Es que quieres volverlo invisible?

La mujer le miró como si le quisiera atravesar con un cuerno de unicornio. Aquel no era un tema con el que hacer bromas.

-¿Y qué tal si no nos decidimos por un solo nombre? Albus Percival Wulfric Dumbledore -añadió el hombre, intentando complacer a su mujer.

Ésta no le desechó la idea, en cambio, tampoco estaba del todo segura de que le entusiasmase. Simplemente se que quedó callada, pues en aquel momento, alguien golpeaba con fuerza la puerta principal.

A decir verdad, toda la estructura de la casa tembló. Incluso yo me zarandeé peligrosamente aún sobre la ventana.

Una mujer robusta, de cabellos cortos y negros como el azabache, esperaba tras el umbral de la puerta. Era Honoria Dumbledore, la hermana de Percival. Había recorrido un largo camino desde Londres para ver por primera vez a su único sobrino.

Tras los besos y saludos de bienvenida y la tanda de preguntas obligatorias por simple educación, Honoria no tardó en preguntar por el niño. Claramente, era por lo que había acudido a aquel pueblo perdido. Pocas veces la familia Dumbledore tenía el placer de contar con la presencia de Honoria entre las paredes de su morada. Ella y su hermano no mantenían mucho contacto, aunque eso no significaba que hubiera algún tipo de tensión entre ellos. Honoria siempre andaba de allá para acá sin parar. Desde que se independizó, y de eso hacía ya al menos treinta años, la mujer nunca se había establecido en ningún lugar en concreto. De hecho, Percival ni si quiera la creía capaz, pues era la faceta de su hermana mayor que más conocía.

-¿Le habéis puesto ya nombre? -preguntó Honoria mientras sostenía entre sus brazos al bebé. Su amplia sonrisa resplandecía por toda la estancia como un gran haz de luz. Nadie podría haberle arrebatado en aquel momento la felicidad a la mujer.

-Teníamos pensado en llamarlo Alb... -comenzó a decir Percival.

-Tiene cara de Brian, ¿sabéis? -le interrumpió su hermana- Deberíais llamarle Brian.

-De hecho ya lo hemos decidido, se va a llamar Albus Percival Wulfric Dumbledore -rebatió su cuñada, Kendra, molesta por el hecho de que la mujer quisiera llegar por las buenas y tomar parte en un asunto como aquel.

-Pero no podéis no llamarle Brian si tiene cara de Brian -le contradijo Honoria-. Simplemente no podéis.

Percival, que era consciente de la tensión que todo aquello del nombre había originado entre las dos mujeres, buscó antes de que el asunto empeorara, entre lo más profundo de su cerebro, una solución que acabara con el debate que tan feo se estaba volviendo.

-¡Albus Percival Brian Wlufric Dumbledore! -exclamó éste al fin.

Las dos mujeres lo miraron, atónitas. Ninguna de las dos dijo una palabra más, por lo que en ese momento, y como así habían decidido, el nombre de aquel chiquillo quedó como Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore, aunque para Honoria siempre se llamaría solo Brian; y Kendra hiciera oídos sordos hacia ese último nombre de su progenitor.

Justo en ese instante, una hermosa melodía salió de mi interior. El niño ya tenía nombre, y había que celebrarlo.

Lo que ninguno de los presentes jamás hubiera imaginado, ni tan siquiera vivido para presenciarlo, es que aquel que decidieron casi al azar, llegaría a ser el nombre del mago más poderoso de su tiempo, recordado para siempre en la historia de la magia.

Vida y Mentiras de Albus DumbledoreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora