"Todos mis demonios" Capítulos del 25 al 31.

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25. Si a mí no me importa, a ti tampoco debería importarte.

Debo admitir que dormir tanto no me hace ningún favor. Estaba atontada y me sentía inflada como si durante la noche me hubiese convertido en un sapo.

Abrí un ojo y volví a cerrarlo casi de inmediato soltando un gemido, ya era de día, demasiado de día, quizá media mañana, y el sol entraba a raudales por las ventanas del living. El sol me arrancó un enorme y grosero bostezo que cuando acabó me llevó a desperezarme todavía un poco más, no mucho en realidad. En un rápido repaso por mis extremidades me percaté de que estaba por completo entumecida y que me dolía todo, hasta el cuero cabelludo; el sofá era más duro que una roca, casi tan duro como el cuerpo de Vicente. Me removí y me di cuenta que estaba sola. Me había dormido rodeada de unos cálidos brazos que ya no me acompañaban y eso hacía que me sintiera mucho peor. La presión en mi talón derecho se intensificó. Flexioné la piernas y eché un vistazo, tenía medio pie vendado, evidentemente Vicente se había encargado del sangrante corte mientras dormía, más bien, mientras yacía prácticamente inconsciente, ya que ni siquiera me había percatado de ello, tampoco me percaté del momento en que me dejó sola y eso reavivó la llama de la angustia que su abrazo había aplacado al punto de casi extinguirla, de convertirla en nada más que ascuas. Evidentemente yo poseía ciertas características inflamables que hacían de mi comportamiento y mis cambios de humor un peligro para todo lo susceptible a arder.

Me senté demasiado rápido, la cabeza me dio vueltas. Aferrada al respaldo del sillón cerré los ojos y esperé a que el malestar se disipara, en cuanto estuve segura de sentir cierta mejoría, volví a abrir los ojos y eché un vistazo a mí alrededor, no había señales de vida.

- ¿Vicente?

La puerta del baño se abrió a mi espalda.

- Buenos días- me saludó con una sonrisa calma, pero agradable y en extremo cálida, tanto es así que mi alma se llenó de alegría otra vez.

- Buenos días- le contesté sin poder evitar que se me escapase una mueca de feliz cumpleaños; la verdad es que ya no le encontraba demasiado sentido a mis intentos de ocultar lo que sentía.

Vicente caminó hasta mí cargando un bollo de ropa sucia en su mano derecha. Había tomado un baño, su cabello estaba mojado y vestía ropas limpias y perfumadas.

- ¿Cómo te encuentras?- me preguntó. Me pareció que estaba un poco incomodo.

- Bien, gracias… y gracias por lo de…- apunté en dirección a mi pie vendado.

- No hay por qué, era un corte feo, supongo que te dolerá al caminar por unos cuantos días, deberías evitar pisar sobre ese pie, para que no se vuelva a abrir el corte, era bastante profundo.

- Haré lo que pueda, no prometo mucho, si ya soy algo inestable sobre dos pies imagínate sobre uno.

Me sonrió.

Se inclinó y dejó las prendas sucias sobre el sillón que estaba a su espalda.

- Eliza…

- Qué.

Soltó aire por la nariz y se sentó a mi lado, a una distancia que me dio la impresión, le parecía prudencial.

- Sé que…- se pasó la mano por el pelo mojado y luego por la cara-, desde que te conozco… no sé ni por dónde empezar- me aseguró luego de apretar los dientes-. Una vez más te pido disculpas por lo que te he hecho pasar. Ayer fui muy rudo contigo- se volvió y me miró por encima de su hombro- pero continuo creyendo que fue lo mejor… necesitabas saber la verdad sobre mí… tú siempre…

- Yo siempre qué- balbuceé, otra vez me estaba costando horrores respirar. Mi corazón se desataba en frenéticos latidos por tenerlo tan cerca.

- Deberías estar aterrada, deberías temerme, a esta altura tendrías que odiarme, creo haberte dado razones suficientes para que lo hagas. Lo que soy…

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