Capítulos del 35 al 37. Final del "Todos mis demonios", primer libro de la saga.

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35.

Fragmentos de vida.

El dolor empezó a brotar de todas partes al mismo tiempo. Tenía epicentro en puntos específicos, pero las réplicas me hacían sentir

igual que si me hubiese pasado un tren por encima -un tren de carga, para ser más específicos-.

Involuntariamente me moví y eso me hizo ver las estrellas. Perdí la conciencia y reviví todo, otra vez, desde el primer día; me sorprendí, sufrí y me alegré por turnos para caer siempre en el mismo desenlace de dolor físico y finalmente la paz. La densa nube de humo que no me impedía pensar se despejó un poco y los dolores volvieron a la carga con más intensidad aún. No lo resistí, me dejé arrastrar para contemplar igual que una espectadora en un cine, los fragmentos de una vida que semejaba ser digna del puño del más creativo y enrevesado de los guionistas.

No sé por cuanto tiempo permanecí así, yendo y viniendo por un camino insensible que no me permitía identificar la realidad. Por momentos pensé que finalmente sí había ido a parar al infierno, y que toda esta confusión era la tortura que me había tocado en gracia. Pero borré esa idea de mi mente en cuanto los periodos de conciencia, bueno, en realidad de conciencia relativa, no era capaz de percibir demasiado, mis sentidos estaban un tanto embotados y esa nube que hacía patinar a mis pensamientos no me lo facilitaba. Poco a poco, a pesar de que no era capaz de abrir los ojos, ni de moverme, tomé conciencia de que mi alma, mi mente o lo que fuera que tenía como seguro era mío, continuaba siéndolo. Los momentos de lucidez de tornaban cada vez más largos, permitiéndome así volver a ocupar mi lugar dentro de un cuerpo que por lo pronto, no era más que una cáscara un tanto reblandecida y en extremo dolorida.

Así, de a poco, me extendí todo a lo largo y a lo ancho de mi ser igual que si acomodase los dedos dentro de un guante.

Fue extraño, no quería volver allí, a aquel lugar que tanto me hacía sufrir. Flotar dentro de la brisa difusa era mucho más agradable que encerrarme allí dentro, dónde los dolores no daban tregua.

Llegó el momento, no sé pasado cuanto tiempo, percibí la gruesa tela debajo de las palmas de mis manos, la cual parecía un cartón. Al pasar de otra nube todavía más densa logré olfatear un desagradable olor a desinfectante, a productos químicos, y a remedios o algo similar. Ese olor me desagradó tanto, que adrede volví a dejarme ir hacia el profundo sopor. Cuando regresé noté la presión sobre mi pierna y en mi muñeca izquierda, también tenía la sensación de que sobre mi pecho se sustentaba una pared de ladrillos. Algo ardía en el dorso de mi mano derecha y mis pulmones soltaban un silbido agudo y casi imperceptible cada vez que el aire entraba y salía por mi nariz.

Empecé a percibir sonidos poco después de eso, al principio no era más que un murmullo de fondo, pero luego las voces fueron cobrando intensidad y definición. Al principio no logré reaccionar a ellas, es decir, sabía que las conocía pero no podía adjudicarlas a un rostro y mucho menos a un nombre ni tampoco a un sentimiento en particular.

Esta vaguead de existencia en que las imágenes regresaban a mi sin orden alguno, se terminó súbitamente cuando la nube que hacía mi cerebro resbalar de un pensamiento inconexo a otro, se fue, igual que las nubes que opacan un día claro al ser arrastradas por la brisa, para permitir que el celeste del firmamento se luzca en todo su esplendor.

- ¿Eliza? ¿Eliza puedes oírme?

El sonido entonado por sus cuerdas bocales fue el primero que identifiqué y con eso volví a ser un ser completo. Todo se aclaró de golpe. Me dio pena abandonar la tranquilidad y la paz de la inconsciencia, pero su voz era una tentación demasiado fuerte de resistir; al menos para mí que era una simple humana, una simple humana enamorada hasta el límite de la estupidez y la sinrazón.

"Todos mis demonios"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora