Julio, 2015.
Dormir sin la calidez de Santiago no fue tan difícil como llegó a creer las primeras cuatro noches, pero siete días después comenzó a notar las ventajas de tener toda una cama matrimonial sólo para ella. Era bueno, se sentía bien, no tenía que tolerar sus quejas o expresiones cada vez que abría o cerraba sus ojos. No tenía que ver su dolor o lidiar con ello. Podía dormir sin culpa alguna porque no lo tenía a su lado para recordarlo. Sin embargo, a la hora de las comidas era más difícil tratar el uno con el otro. Santiago no era grosero, aunque sí era cruelmente indiferente. Hannah, la mayor de su hija, ya había empezado a curiosear con preguntas para las cuales Samantha no tenía respuesta. Podía tolerar haberlo lastimado, pero no toleraría hacerlo con sus hijas.
— ¡Buen día! — Expresó una vez bañada y vestida para un sábado típico donde saldría al parque con sus hijas. Ellas le respondieron; Hannah con la cuchara de cereales a medio camino de su boca y Sofía alzando su mano libre mientras la otra aún sostenía su vaso de leche. Julianne aún dormía en el piso superior. Santiago ni siquiera despegó la mirada del periódico y acabó el resto de su café en cuestión de nada.
— Me voy al trabajo. Nos vemos a la noche, princesas. — Tras lavar su taza saludó a sus hijas con un beso en la coronilla e intentó pasar por delante de Samantha sin dirigirle una mirada, pero a regañadientes debió hacerlo ante el recuerdo de una reunión programada. — No vendré a cenar.
El suspiro de Samantha fue evidente. Aquello era ridículo. Le siguió a la puerta, cerrándola cuando él intentó abrirla. — No seas infantil, Santiago, en algún momento vamos a tener que hablar.
— Ese día no será hoy, Samantha. — Trató una vez más de abrir la puerta pero sabía que ella era demasiado testaruda para dejarle ir tan fácil. — ¿Puedes dejar de ser egoísta un puto segundo? ¿Acaso no puedes notar que no soporto verte? ¿Tan difícil me la tienes que poner?
— Santi... — Suplicó ella a sus palabras tan filosas como dagas. Él podía tener un carácter duro y enfadado, pero con ella siempre había tratado de no usarlo, de ser su mejor versión para el bienestar y felicidad del amor de su vida, así como para sus hijas también. Ella presenciaba un cambio obvio pero aun así doloroso. Pasó a morderse el labio inferior en un intento de contener las lágrimas. Había perdido a su mejor amigo también.
— Se acabó, Sam. — La mirada de él cambió mientras las palabras fluían. Dejó ver lo triste que había quedado, la forma en que su corazón se había roto tras nueve años de ilusiones. Esas palabras fueron suficientes para que ella aflojara el agarre y él pudiera salir dando un fuerte golpe en la puerta al cerrar. El pensamiento de abrir la puerta y seguirlo cruzó por su cabeza, pero su mano se deslizó del picaporte y se dirigió escaleras arriba, donde Julianne había despertado.
ESTÁS LEYENDO
Dulce y amargo
RomanceSamantha es una chica con los pies pegados a la tierra, pues el baile es su pasión aunque la vida también la haya guiado por el mundo del diseño y las pasarelas. Decidida a alejarse de su familia, para continuar sus estudios decidió alquilar un depa...