Episodio III: Cerca de la Oscuridad

10 2 0
                                    

Miro a mis lados y veo a mi compañero con su brazo totalmente vendado. Aún desconcertado y mareado miro a delante de mí y veo a una bruja de vestimenta extrañamente blanca. Con una voz tan dulce como solo yo quisiera oír en ese momento, dice:

- Ah, por fin abres los ojos, ¿necesitas algo?

Le respondo a la encantadora muchacha:

- ¿Qué dirías si te pido que me levantes y me ayudes a conocer este lugar?

Me dice casi riendo:

- Pues te diría que yo de aquí no me muevo.

Dibe agrega:

- Pero eres tonto o no ves que así no se le invita a una chica a salir a dar un "paseo".

Digo:

- ¿Desde cuando eres parte de esta conversación?

Dibe, riéndose, dice:

- Bah, me voy a desmayar de nuevo.

Dibe se acuesta de nuevo y se duerme. Me vuelvo a la chica, y antes de que le diga nada, ella se para y dice:

- Seguro siguen bajo los efectos del calmante.

Continúa y, como si fueran a relevarla, llegan los chicos alborotados a vernos. Ana, con la vida misma en la garganta, dice:

- Williams, qué se supone que hacían.

Yo, analizando la situación todavía, digo inocentemente:

- Nada

Agacha la cabeza y me mira como si me fuera a matar, me coge el cuello y me susurra con una sorda amenaza:

- Como te vuelva a ver acostado en la cama de un hospital, no va ha ser una falla médica ni la inyección equivocada lo que te va a matar, ¿entendido?

Nervioso le respondo:

- S.. s.. sí, Ana, lo que digas.

Dice Sandra:

- ¡Vamos! ¡vamos!, que los entrenamientos ya comenzaron.

Enseguida Dibe se levanta de nuevo, se arranca los vendajes y dice orgullosamente:

- ¿Dónde está mi espada?, que ya nos vamos.

La ve bajo su cama, me agarra por el hombro y me levanta diciendo:

-Vamos, Will, busca tu equipo, que de los cobardes no se ha escrito nada.

Carl dice:

- Oigan déjenos hablar, que no hemos dicho nada.

Ana devuelve a el vacío comentario de su peludo amigo:

- ¿Tienes algo que decir?

Carl, casi riendo, responde:

- Pues no.

Luego de esta infructuosa escena, nos vamos para el campo de entrenamiento. Cuando llegamos, el regimiento está formado. Como si no hubiera pasado nada, nos alineamos. Ordena el coronel:

-Todos tenemos que dar nuestro mejor esfuerzo en los meses restantes. Llegan noticias de los superiores; la verdadera guerra está cerca. Lamentablemente el Escuadrón Dorado ha sido... exterminado. Demos un minuto de silencio a nuestros compatriotas caídos.

A todos se nos aprieta la garganta, callamos. Sabemos lo que va a pasar o al menos nos lo imaginamos. El regimiento se desploma y los sueños estallan.

El coronel da comienzo a los entrenamientos del día. Cada escuadrón se dirige a su bloque. Llegamos a los campos de entrenamiento. Algunos golpean, otros lanzan flechas o hechizos, mirando a donde sea menos a los objetivos, pero aún en la escuela hay una luz. Observando raramente al único foco de energía, Dibe continúa golpeando sin cesar al maniquí, como si ya estuviera preparado. Continuamos toda la tarde golpeando sin alma a los hombres de paja. Parecemos un ejército de zombis. Al salir nos retiramos a los dormitorios; le pregunto a Dibe:

- ¿Qué ha sido todo ese ímpetu con el entrenamiento?

Este gran amigo mío pierde toda su alegría y energía y, excesivamente serio, me responde:

- ¿Es que no te has dado cuenta, Will? Somos totalmente inofensivos contra aquellos bicharracos. Y ya estamos claros de lo que son capaces los jefes con el tal de estar "seguros". ¿Lo que pasó con el duende en la arboleda no te es prueba? ¿La muerte de los Dorados no te es suficiente, Will? Ha llegado la hora de ponernos serios, aclarar bien lo que queremos. Ya yo he decidido y supongo que tú..., no que todos en el regimiento sepan cual fue mi decisión.

Conmovido, le respondo:

- Contigo, Dib, para las que sean.

Con la cabeza en alto nos dirigimos a nuestras camas, ya a dormir.

Una semana después:

Voy pasando por el comedor de los oficiales y oigo un disturbio. No sé de qué se trata, pero mi espíritu detectivesco, aún no desarrollado, me impulsa a acercarme a la puerta. Oigo, al coronel hablando con los capitanes:

- ¡No lo voy a permitir! ¡No irán y punto! Yo soy el jefe y les doy las ordenes a ustedes, el que no esté de acuerdo que se vaya con su querido General.

Frisado me quedo junto a aquella puerta; nunca había oído al coronel hablar de esa manera. El capitán Rize golpea la puerta para abrirla y sigue a su habitación y, detrás de él, un par de tenientes y otro capitán. A ellos la furia sí que los había segado, ni se dieron cuenta de que estaba allí. No tengo la menor idea de qué sucede, pero antes de formar un completo desorden, no le diré nada a nadie.

GrenchsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora