Hola, querido.
Te escribo estas pocas líneas para recordarte que, si aún no me has encontrado, no desistas nunca en tu empeño. Para recordarte que, si aún no estamos juntos, no dejes en ningún momento de ser valiente.
Estoy segura de que estamos destinados a vivir grandes momentos, pese a que la vida se haya puesto tan cuesta arriba últimamente para ti.
Mi mayor deseo es arroparte con esas sábanas de calma que tanto deseaste siempre para tu futuro. Por ello planteaste un ambicioso plan de escalada que por poco te sale bien.
No obstante, la situación actual es la que es.
Y no es moco de pavo lo que has logrado, ¿Sabes?
Sé valiente.
Visualízame. No dejes de hacerlo. Y ven a por mí.
Yo siempre te estaré esperando.
Atentamente,
Estabilidad.
Doy comienzo al cierre de esta obra con una carta fantasma.
¿Qué significa eso?
Pues una carta que nunca ha existido ni existirá, pero que momentáneamente cobra forma en la hipótesis que barajamos.
Suenan The Killers y su Miss Atomic Bomb.
Un tema espectacular con un videoclip no menos impresionante.
La idea para poner punto y final a este conjunto de ensayos me ha venido directa desde esa fuente. Pues, así como en el clip hallamos el trágico desenlace a una historia de amor nunca consumada, mucho me temo que mis conclusiones no distarán demasiado de dicha escena.
Al menos, la experiencia, querido lector, me ha servido para percatarme del enorme, aunque cerrado, bucle en el que me encuentro.
Mi rival, lo único que me aleja de vivir una vida de estabilidad, es el alcohol.
Actúa como pequeño eje alrededor del cual giran el resto de elementos.
Y se la lleva. Aleja de mí constantemente la estabilidad.
Una estabilidad que me llama constantemente, susurrando palabras como las que han iniciado este epílogo.
Es como el videoclip de la canción que comentaba, en el que un joven trata de declararse a la mujer de sus sueños que, sin embargo, vive bajo el cobijo de un poderoso e intimidante sujeto.
Está claro que, pese al divertimento que supone escribir lo que mora en mi interior, si se llega a un callejón sin salida, hay que detener la marcha.
Porque la naturaleza cíclica del momento vital que atravieso reluce más que nunca.
Podría escribir mil ensayos y lo único que haría sería dar vueltas y vueltas a los mismos temas una y otra vez.
Ira, frustración, malestar y utopías se irían pasando el testigo mientras tragos y tragos de alcoholemia incipiente bajarían por mi garganta.
La estabilidad que quiero, la vida que pretendo, no admite aspectos como una declaración de cobardía. Mostrarse temeroso y caer en charcos de aguas estancadas pudriría, de forma definitiva, la búsqueda de la pareja de baile perfecta para un trastorno bipolar.
La estabilidad requiere de valentía. El mayor atrevimiento por parte de un maníaco depresivo es sacudirse las telarañas e intentar hacer las cosas como nunca se han intentado. Dejar a lado bastón y muletas para ponerse a correr con responsabilidad y constancia.
Es eso, o un futuro de soledad regado del arrepentimiento ante toda una vida de oportunidades perdidas.
Me lancé con esta obra en busca de las claves de la estabilidad bipolar.
En el ocaso de mis palabras al respecto, debo afirmar que la línea de estabilidad es demasiado relativa, dinámica e imprevisible como para que nadie pueda sostenerla con continuidad.
En retrospectiva, podemos adivinar épocas bien llevadas en las aguas caprichosas de esta vida. Una suerte de surfeo por el oleaje cambiante. Pero no dejarán de ser eso, épocas, que ni nos garantizarán éxito eterno ni nos salvarán de puntuales olas asesinas.
Es por eso que hay que ser valiente.
Tal y como pide la estabilidad.
Quién lo iba a decir.
En mi vida he cometido locuras de todos los colores y, al final, todas esas majaderías no pesan ni un gramo al lado de las épocas en las que he intentado caminar con entereza.
Se trata de volver a ponerse en pie una, y otra, y otra vez más.
Porque si nos bajamos del barco nada va a detenerse.
Se trata de ser valiente, no en los puntos donde más sencillo nos resulta, sino en esas parcelas donde estamos, más que lesionados, profundamente heridos.
En mi caso, mi compañero por más de dos décadas se ha mantenido fiel en cuanto a lo que prometía. Me ha canalizado diariamente el llanto. Me ha facilitado sonreír a la boca del lobo. Me ha relajado el volcán en erupción que mis pensamientos conforman.
Pero el alcohol también me ha arruinado por completo todos mis intentos por progresar.
Casi que puedo verlo, pluma en mano, trazando él mismo el círculo del bucle en el que estoy atrapado.
La estabilidad me pide que la visualice.
Que vaya a por ella.
Es hora de volver a intentarlo.
Con gran pesar alcanzo mis palabras finales.
Ha sido un placer, querido lector, tenerte entre bastidores de esta obra tan íntima.
Has conocido un pedazo de mí, en una época difícil y turbulenta.
Cuánto me gustaría regresar como lo hacen los grandes campeones de esta carrera de resistencia que supone la vida. Castigados, agotados y llenos de cicatrices, pero sonrientes dentro de su propia parcela de estabilidad.
Quizá el trastorno bipolar represente un hándicap algo maldito, por eso de que puede dinamitar en cualquier momento años y años de esfuerzo. ¿Pero acaso la vida en sí misma no actúa de igual modo?
No hay certezas ni garantías.
Al final todo confluye en vivir el presente.
Si en él te sientes seguro de tus pasos, si en él tratas de dar lo mejor, si en él eres sincero contigo mismo... Estarás siendo muy valiente.
FIN
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Oda por la Estabilidad Bipolar
Non-Fiction'Oda por la Estabilidad Bipolar' presenta un conjunto de ensayos que tratarán de escudriñar en busca de las claves de la estabilidad emocional. Lo harán en el complejo mundo maníaco depresivo. A menudo el más necesitado de mares en calma, dicho mund...