Día de llegada
Yacía sobre el frío suelo de mármol, con los ojos cerrados.
Iba recuperando la consciencia poco a poco, como un supersticioso que recompone el espejo que acaba de romper, pedazo a pedazo, temeroso de las desgracias que le puedan acaecer.
¿Dónde estaba? ¿Cuánto tiempo llevaba allí?
No lo sabía.
No podía saberlo.
Era una naufrago abandonada a su suerte sobre una balsa carcomida por la sal, con los labios resecos y amargos, que lleva tanto tiempo languideciendo en su lecho de agua que casi ha olvidado el olor y la textura de la tierra bajo sus pies. Pero aún no había renunciado a vivir.
Al principio creyó que se había quedado parcialmente sorda, pues por mucho que aguzaba el oído no conseguía oír otra cosa que los zumbidos de su aún aletargado sistema nervioso y los latidos de su corazón, rápidos y débiles.
Era como si la sangre que empapaba el suelo a su alrededor fuera toda suya; como si alguien hubiera destrozado su cuerpo mientras dormía y la hubiera abandonado a la muerte sobre las frías losas de mármol.
― "¡Sangre!"
Sí.
Sangre.
El olor fuerte y ferruginoso anegaba sus fosas nasales. Sus dedos ateridos podían palparla, espesa, ya fría.
― "Un momento. Entonces... no es mía"
No se sentía capaz de abrir los ojos.
Se incorporó costosamente, buscando con las manos un palmo de suelo que no estuviera cubierto de sangre. Intentó recurrir a toda la fuerza de su cuerpo para levantarse; pero una repentina oleada de debilidad estuvo a punto de hacerla caer de nuevo.
Se arrastró, lentamente, tanteando el suelo, hasta que sus manos palparon una pared y, apoyándose en ella, lentamente, consiguió ponerse en pie. Una espantosa sensación de vacío hizo que la cabeza le diera vueltas; pero ella se aferró a la consciencia y, al cabo de unos minutos, supo que sus piernas podrían sostenerla ¿Era el olor de la sangre derramada el que le impedía respirar bien y le daba nauseas?
El graznido seco de un cuervo desgarró el silencio.
Y, finalmente, la joven, sobresaltada, abrió los ojos.
La luz de la luna que entraba al pasillo desde el exterior, a través de las grandes ventanas, se reflejaba en el mar ensangrentado que la joven tenía a sus pies y que cubría sus ropas.
Buscó con la mirada, intentando localizar al animal que había producido ese sonido; pero sólo encontró una silueta recortándose en la ventana a contraluz, mirándola con el semblante inescrutable.
No necesitaba verle la cara para saber quién era.
Podría reconocer en cualquier parte, aún en aquella penumbra plateada, su propio rostro.
― ¿Por qué? ―Le preguntó, desalentada.
― ¿Por qué qué? ―replicó el ser. Y era su propia voz, con un matiz indefinido que la hacía estremecedoramente dulce y tenebrosa, la que salía de entre aquellos labios fantasmales ―. Tú no creas el mensaje, sólo lo transmites. Y, a veces, lo recibes. Esa es la misión de una mediadora ¿no?
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Evadida de las sombras
FantasyUna recopilación de relatos góticos sobre las extrañas aventuras de la joven estudiante Ligeia durante sus años de estudiante en la ciudad española de Granada.