CAPÍTULO XII: ¡TELÉFONO!

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Resulta que me terminó pareciendo prudente pololear después de dos meses desde el concierto, porque me gustó darme color y porque según ambas, nos faltaba conocernos, aunque parecíamos pololas desde antes del concierto, porque los besuqueos y caricias iban y venían como los temas de conversación de cada día. En fin, la hipocresía.

Las reacciones en mi familia fueron de pura felicidad y muchos "lo sabía". Mi mami se murió de risa cuando le conté, porque ella ya había asumido que estábamos pololeando, y, mi mamá, siempre más madura y prudente que su esposa, preguntó si estábamos seguras de formalizar, siendo que nos conocíamos hace poco, a lo que mi mami respondió diciendo que todo el día nos estábamos besando, llevándose una mirada de castigo por parte de mi mamá, dejándola calladita.

Por otro lado, la familia de la Fran también estaba feliz y ciertamente me habían agarrado cariño, excepto por Martín que apenas podía mirarme y que, según la Fran, se pasaba tirándole comentarios pesados, lo que tenía lógica porque al final su hermana terminó pololeando con la mina que le gustaba. Aún así, no era mayor problema, por lo que todo iba bien.

Que me pasara a buscar al colegio o yo fuera al de ella se había hecho costumbre y eso nos permitía vernos prácticamente todos los días, además de pasar tiempo compartiendo con nuestras familias.

Otra costumbre agradable era juntarnos en mi casa para tocar música juntas, aunque más que escucharnos a ambas, me gustaba escucharla y verla solo a ella, con la destreza que tenía en el cello y la pasión con la que envolvía cada melodía.

­—¡Olimpia, te están llamando! —escuché a mi mamá avisarme, mientras yo me encontraba en la sala de música practicando.

—Gracias por avisar —dije en cuanto llegué al teléfono de la sala de estar—. ¿Sabes quién es? —pregunté antes de contestar.

—No alcancé a preguntar —dijo, impulsándome a responder mientras estaba atenta a la conversación.

—¿Con Olimpia Echeverría Faúndez? —escuché a través del teléfono.

Mientras estaba en la llamada, escuché a mis hermanos prepararse para comer, justo a tiempo para esperar a mi mami que llegara del trabajo. Aún así, me demoré un poco más en el teléfono, llegando atrasada a la mesa.

—Chuta que salió larga la llamada —habló mi mami—. ¿Era la Francisca? —supuso de inmediato.

—No, no —respondí, ligeramente nerviosa.

—¿Entonces? —insistió—. Por qué la cara de susto.

—Era... —fui interrumpida por la puerta principal siendo abierta y la casa siendo inundada por las voces de la tía Andrea con mis abuelos.

—Ni por huevear preguntan si vamos a venir a comer con ustedes —reclamó en broma la tía Nea—. Vergüenza debería darte no esperar a tus papás, Lara.

—Ya llegó molestando esta concha de su madre... —escuché susurrar a mi mami, conteniendo la risa y tapándose la cara con su mano para que no la noten.

—De qué te ríes hueoncita —notó mi tía.

—¿Tú no tienes familia? —preguntó mi mamá, cambiando el tema.

—Se tuvieron que quedar en la casa, son super fomes —dijo sin darle mucha importancia, porque sabía que de todas formas siempre estaban juntos.

Y sin darme cuenta ya había pasado lo que quedaba de tarde y la noche, entre la atención que le dimos a mis abuelos y las típicas conversaciones que se armaban con mi tía en la casa.

Al compás de mi historia (LGBT)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora