Escena 1

8 0 0
                                    

— Lo siento mucho, hermano. —Colocó la mano en su hombro— No tengo palabras para este momento. Creo que ninguno de los dos nos imaginamos aquí y ahora.

— Así es, —respondió Marco con lágrimas silenciosas— la vida da muchas vueltas, Josip.

— Estoy para ti, lo sabes, ¿verdad?

— Sí, hermano, lo sé. —Dijo Marco mirándolo a los ojos y agarrando con fuerza el brazo derecho de Josip.

— ¿Qué harás? —Miraron cómo bajaban el ataúd a la sepultura.

— Trabajar.

— ¿Trabajar? —volteó a mirarlo Josip.

— Sí, trabajar. —Respondió firme Marco, con su mirada fija en el ataúd de su esposa.

— Deberías tomarte unos días, Marco, acaba de morir tu esposa.

— No puedo encerrarme a perder la calma. Debo mantener la mente lo más ocupada posible. Quedarme encerrado en casa sólo me hará recordarla y ya tendré suficiente de eso cada noche. —Aclaró Marco, mirando a Josip, pero con una vista dispersa.

— También es cierto, disculpa.

— No te preocupes.

Por primera vez Marco quería que el camino a casa se hiciera largo, pero fue todo lo contrario. Al llegar, abrió la cochera, entró y cerró con el control, sin bajar del auto. Apagó el motor y se quedó con la vista fija hacia adelante. Suspiró y dejó caer su rostro sobre sus manos, que reposaban en el timón. Su respiración empezó a acelerarse, apretaba el mando con fuerza y chocaba su frente contra él. Salieron lágrimas, alzó su mirada al techo del carro, volvió a suspirar levantando sus hombros al inhalar y bajándolos al exhalar. Salió del carro, tiró la puerta y pasó hacia la sala de la casa. Se detuvo a mirar todo a su alrededor, sintió un silencio abrumador, se sintió solo, se sintió indefenso. Agachó y se agarró la cabeza, entrelazando el cabello con sus dedos y cayó de rodillas al suelo, mientras negaba precipitadamente; entonces dio un grito desconsolado: "¡Lucy!".

***

Marco abrió los ojos, suspiró y volvió a cerrarlos.

¡Lucy, Lucy! Háblame, estoy aquí contigo. —Gritaba agitado.

El ambiente era pesado, la angustia era vehemente. Marco le pegaba en la mejilla a Lucy, en repetidas ocasiones, buscando una respuesta, una respuesta leve, aunque fuera, una respuesta que nunca llegó. De rodillas, tal como se encontraba, golpeó con ambas manos el suelo y estalló en llanto.

***

Sus ojos se abrieron lentamente, y junto con ellos, vieron la luz lágrimas pequeñas, pero con mucha furia y tristeza represadas en ellas. Las secó con sus anulares, se sentó en la cama y recorrió lentamente todo el cuarto con la mirada. Se puso de pie y tomó una toalla que estaba en frente de sí para cubrir su gallardo cuerpo, pues estaba solo en bóxer. Fue al baño y dejó caer la toalla antes de entrar a la regadera, encerrada entre paredes de vidrio. Quitó su ropa interior y entró. Abrió la pluma y levantó su rostro para mojarse la cara. Se puso en puntillas y estiró todo lo que pudo sus brazos hacia arriba, luego inclinó su cabeza y espalda hacia atrás, haciendo que sonaran sus huesos, sintiendo un poco de dolor, pero después, algo de alivio.

Cuando terminó de bañarse, salió de ahí y fue nuevamente hasta la alcoba. Abrió su gran armario, escogió uno entre sus muchos trajes, uno gris claro y lo puso sobre la cama. Se quitó la toalla y empezó a secarse. Luego abrió dos de las gavetas del armario y sacó de una de ellas, una camisilla blanca y de otra, un bóxer negro. Se arregló pronto, pero sin prisa. En solo unos minutos ya se había puesto sus zapatos negros brillantes y estaba frente al espejo haciendo el nudo de su corbata, aquí estuvo más tiempo. Tenía la mirada perdida en su propio reflejo. Mirada caída que intentaba ocultar abriendo bien sus ojos, pero era una misión imposible. Cada que cerraba sus ojos para intentar abrirlos nuevamente con más fuerza, veía la silueta de Lucy haciéndole el nudo, acariciando su mejilla después de terminar y diciéndole: "Luces muy guapo hoy, mi amor"; "Pero todos los días me dices eso, cariño" respondía Marco. "Es porque todos los días estás muy guapo" terminaba diciendo Lucy y le sonreía, dejando de esconder sus hoyuelos de las mejillas.

Argucia Magna - FJ Güette ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora