— Oye, tú.
El hombre serio en aquella banca del bar se dió la vuelta con rudeza, como si lo molestaran despertándolo de la atesorada siesta.
— ¿Me hablas a mí?
Levantó una ceja viendo de pies a cabeza al delicado joven frente a él, quién expresaba furia con sus ojos.
— Sí, tú. Estás ocupando mi lugar.
El hombre alto y de cabello oscuro colocó su boca en O luego ver al contrario intentando verse rudo.
— Ah, disculpa... No había notado que las banquetas tuvieran nombres y etiquetas.
El rubio sorprendido por tal trato que le estaban ofreciendo, ladeó su cabeza en disgusto y ofensa.
— No tendrán, pero te aseguro que yo estaba aquí antes de que tu trasero se asomara.
El de hilos azabaches al escuchar las groseras palabras ofrecidas por el joven más bajo, se levantó del asiento como si quisiera comerse al mundo entero con su postura.
— ¿Qué dijiste?
Se posicionó enfrente y a pocos centímetros para darle incomodidad, mirándolo desde arriba con los ojos delineados en negro y causándole intimidación repentina con esa chaqueta de cuero.
— Lo... Lo que escuchaste. Es.. Es mi lugar.
El bar atestado de gente y luces bajas presenciaron el roce de cuerpos con el que el más alto aprisionó al de sweater rojo y ojos color miel, cambiando de lugares y colocándolo contra la barra de bebidas.
— Este asiento no tiene dueño.
— ¿Quién te dió el permiso de tocarme? Aléjate.
Aunque sus palabras eran claras, la intención de su cuerpo inmóvil no parecía querer tal cosa.
— Puedes ser el dueño esta noche. De este asiento... Digo...
El morocho bajó su mirada que ahora expresaba coqueteo, a la bragueta de sus jeans negros y rasgados.
— Ni loco. ¿Qué te hace pensar que quiero algo contigo?... No eres mi tipo.
Aún con su expresión asqueada, sus músculos no se esforzaban por salir del papel de presa.
— Tal vez que te hayas acercado a mí con la excusa de querer mi lugar, cuando hay tantos otros lugares libres, me hizo pensarlo... Y si no soy tu tipo ¿Por qué razón miras mis labios como si quisieses probar?
La verdad de las palabras del alto, hicieron sonreír al más pequeño con diversión y picardía, viéndose completamente seguro de sí.
— ¿Probar? No, gracias... Me gustan los que primero me invitan a cenar y no me apoyan sus pertenencias hasta la tercer cita.
Sus ojos también bajaron a la presión que se estaban dando con sus caderas.
— Yo no quiero algo serio, si lo hiciera no estaría aquí.
Lentamente pasó sus dedos por el brazo contrario en subida y bajada, para luego tragar saliva y dejarlo caer.
— ¿Ni siquiera me invitarás un trago?
— ¿Para perder el tiempo? Si sabemos que vamos a terminar haciéndolo, sé que te gusto.
Curioso el más bajo sonrió observándolo a los ojos delineados y devolvió el toque de su brazo en caricias sobre la mano contraria.
