Prólogo

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Su nariz sangraba y sus pulmones le dolían.

Hacia mucho frío, pero no se detenía, seguía corriendo, sin mirar atrás, sin dejar que sus piernas cansadas la retuvieran. Tenía la idea de que si llegase a detenerse, mágicamente esos hombres aparecerían y la llevarían devuelta a ese lugar tan oscuro, para hacerla escuchar los insoportables gritos de su madre al ser torturada otra vez.

No podía detenerse, no quería detenerse. No estaba dispuesta a confiar en las palabras de esos hombres, no creía ni por un segundo que la hayan dejado libre sin algún propósito, lo más seguro era que le hubieran dado esperanzas para aplastarla en cuestión de segundos.

No. Podía. Detenerse.

Debido a la sangre de su nariz tenía que respirar por la boca, pero lo único que conseguía era un incesante dolor por el frío.

¿Cuál sería el lugar adecuado para detenerse? Sabía que en el momento en que sus pies dejaran de moverse, se quebraría. Era inevitable.

Las habían capturado en medio de la noche y torturado durante lo que parecieron años, no estaba segura del tiempo. No habían ventanas en donde la tenían, ni siquiera una pequeña luz, todo era oscuridad, frío y los gritos de su madre.

Sabía que ese día llegaría, sabía que se las podrían llevar y que tendría que enfrentar la vida sola a partir de ese momento. Su madre la había preparado desde que tenía diez años, lo único que no comprendía, ni se habían tomado la molestia de decirle, era la razón.

Cuando finalmente se detuvo, en un lugar rodeado de casas, no supo con exactitud cuánto había corrido, pero en cuanto se vio sosteniéndose en un poste de luz, intentando nivelar su respiración, las lágrimas comenzaron a salir y no pudo evitar el grito lastimero que llamó la atención de algunas personas. Se dejo caer y lloró.

Parecía que no se detendría jamás, pero ella sabía a su corta edad, que todo tenia una fecha de caducidad.

Y ese tal señor rojo que tenía a su madre, tenía los días contados.

No tenía contactos, nunca había matado a una persona, pero era joven, y los jóvenes aprenden rápido.

Después de largas horas, pudo llegar a su casa. No se quedó en ella, simplemente sacó dinero e hizo un bolso con las cosas que necesitaría, estaba sacando una botella de agua del refrigerador cuando escuchó como alguien entraba por la puerta. El miedo ya no era extraño para ella, sentía como se le extendía por todo el cuerpo y se le erizaba la piel.

Alcanzó a agarrar un cuchillo, pero cuando se volteo, ya tenia una pistola en la frente, que sostenía una chica que nunca había visto en su vida ¿La había mandado ese señor rojo?

—No sé te ocurra enterrarme ese cuchillo, bonita.—Dijo la extraña mirando a la mano en donde efectivamente sostenía el cuchillo que no tenía filo de su madre. Pero ella no tenía que saber eso.—Poco me importará entonces que seas hermana de Thomas y te mataré ¿Entendido?

Y esa fue la gota que recogió el vaso derramado, lo enderezo y lo lleno por completo.—¿Qué... qué haz dicho?

La chica simplemente le quito el arma y agarró el cuchillo. Miró un reloj inexistente en su mano y suspiró.—Apresúrate con tus cosas, ve y toma más de las que echaste en esa diminuta mochila, no serás capaz de regresar a este lugar.—Le dio la espalda y comenzó a alejarse, cuando ya estaba en el marco de la puerta se detuvo, y sin voltearse habló otra vez.—Tienes cinco minutos para eso. Detesto la lentitud.

Ella había mencionado a Thomas, su hermano mayor ¿Él estaba vivo? No lo había visto desde que tenía nueve años, habían pasado seis años desde ese acontecimiento y ahora aparecía, cuando su madre había sido secuestrada y puesto a dormir a base de golpes.

Se enfadó, se enfureció ¿Cómo era posible que no hubiera podido llegar unos días antes y llevárselas? ¿Por qué era tan desconsiderado?

Subió por una maleta de verdad y echó todo, incluso cuadernos para la escuela. Algo le decía que su hermano la obligaría a ir. Cuando salió de su casa, la chica que la había apuntado con un arma hace unos minutos la esperaba apoyada en una motocicleta de brazos cruzados y mirada cansada.

—¿Por qué vienes tú y no mi hermano?

No cambio su expresión de cansancio cuando la enfrentó, ni siquiera le dio una mirada cálida, nada. Simplemente se subió a la motocicleta, le tendió el casco y dijo:

—Está muerto, se le hizo un poco imposible.

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