The Vampire Masquerade

Parte Única

Era el año de 1887, 25 de Junio, Londres, Inglaterra, bajo el reinado Victoriano, y la tormenta no cesaba fuera de la mansión Trancy, donde había un gran baile. Era majestuosos, los pilares interiores cubiertos con listones dorados, gama de aquella noble familia.

La celebración tenía por única condición llevar una mascara, luego estaba yo, con un antifaz negro con listones rosados en una esquina y brillos plateados del otro, con pequeños diamantes incrustados por debajo de los ojos.

Estaba con mi dama de compañía, Annie, y mi tutor, Claud. Ambos llevaban trajes impecables, dignos de mis sirvientes, de la familia Michaelis.

El ambiente era ligero, sin embargo, no me permitía mantenerme un poco agobiada.

Los nobles, siempre me habían causado conflicto. Y por eso mi familia se había unido como "perro guardián" de la reina Victoria, manteniendo la paz por generaciones, asimismo, el brillante anillo con una esmeralda incrustada que ahora se posaba en mi dedo pulgar, dando a conocer que no era cualquier mujer, era la líder de mi familia y nadie se negaba a eso.

Ahora, me encontraba en esta fiesta para poder descubrir que ha pasado estos últimos días, los constantes asesinatos y desapariciones; a pesar de no haber obtenido la carta de su majestad exigiendo una respuesta o un control me tome la libertad de hacerlo, sé que quizás lo habría pedido.

Allí me encontraba ahora, caminando entre la multitud alzando apenas mi vestido excesivamente pesado, cuando lo vi. El vizconde Sackville, conversando con el duque Fox.

El traje blanco resaltaba la figura del vizconde, con aquel precioso rubí en su corbatín, haciéndolo lucir genial, sus cabellos dorados meneándose al compas de su contagiosa risa. El duque Fox con su cabello en media melena, atado en una pequeña coleta, tan negro como el cielo nocturno, su traje verde olivo con su moño azul marino.

Me acerqué a pasos lentos.

Cuando una melodía comenzó a sonar. Todos encontraron a sus parejas, danzando al ritmo tan calmado, yo estaba atrapada, no tenía como escapar de esa gente. De pronto siento unas manos en mi cintura, invitándome a bailar con esa gracia.

—¿Me permite? —habla con calma.

—Claud, ¡santo cielo!, me asustaste... —dije ruborizada, tomando su mano para salir de ahí, de manera disimulada, entre pasos de baile.

Alguien carraspea detrás de nosotros. El vizconde Sackville, Mathew Sackville. Extiende su mano hacía mi, Claud me suelta y asiente con la cabeza, dándome seguridad. Tomo la mano de Mathew y comenzamos a bailar, con elegancia y gracia, nuestro estilo es diferente al de los otros.

No sé cuanto tiempo llevamos bailando, pero ha sido suficiente para que Annie y Claud desaparezcan de mi vista y yo de la de ellos, el baile se vuelve más lento de a poco.

El hombre con el que bailo se detiene, toma mi mano con fuerza y la lleva a sus labios para besarla, luego quita su mascara blanca con plumas doradas para darle lugar a su rostro. Pómulos aristocráticos y nariz afilada, delgada; siempre había oído de sus profundos ojos azules, sus pestañas largas y rizadas, y labios rojos como un clavel en medio de un campo nevado.

Todo era correcto en cuanto lo miré, sólo hay algo que había cambiado. Sus ojos, no eran azul como el profundo océano, no naufragaba en las olas de su iris; muy en cambio, sus ojos eran rojos, de un vivo rojo, sedientos de sangre, de la mía para ser precisos.

Era el año de 1887, 25 de Junio, Londres, Inglaterra, bajo el reinado Victoriano, y la tormenta no cesaba fuera de la mansión Trancy, donde había un gran baile. Era majestuosos, los pilares interiores cubiertos con listones dorados, gama de aquella noble familia.

Llovía a cantaros y entre los truenos no se pudo oír mi desgarrador grito en cuando el vizconde Sackville me puso las manos encima, sus colmillos desgarrando mi piel a su paso.

—La reina le manda un cordial saludo, lady Michaelis.